El error del burka

Mundo · Mario Mauro
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18 febrero 2010
El Parlamento francés ha propuesto que se prohíba el burka en los espacios públicos. ¿Es una solución justa? ¿Satisface realmente nuestra voluntad de seguridad y la de los musulmanes de integrarse como una minoría en el seno de un país con una tradición diferente? La complejidad del argumento no nos permite dar una respuesta exhaustiva a la pregunta, pero la medida aprobada en Francia abre un debate de importancia vital para todos nosotros. Debemos entender en primer lugar cuál es el método que se debe privilegiar como estrategia global de integración para los inmigrantes.

En este sentido, hay diferencias profundas entre unos y otros. El presidente de la región de Lombardía (Italia), Formigoni, subraya que en Italia "ponemos el acento en el diálogo", y en Francia, con un enfoque más laicista, se tiende a privilegiar la homologación con las ideas y el espíritu de la nación. Sin embargo, en Italia ya rigen leyes que prohíben ir con el rostro cubierto: algo bien distinto a la voluntad de violar la libertad religiosa, por lo que es preferible la vía italiana, porque un Estado que tiene a intervenir en cada detalle de la vida de los ciudadanos, imponiéndoles sus convicciones a través de las normas, termina favoreciendo el aislamiento y el enfado de las minorías.

Después de tantas veces comentada la iniciativa de Sarkozy, la del ministro italiano de Exteriores, Frattini, resulta ser la más equilibrada. El ministro dice claramente que estamos ante el "error histórico del método francés", prohibir y autorizar por ley, lo contrario del multiculturalismo holandés sin reglas, otro modelo equivocado. Hay una tercera vía, que no parte de la imposición sino de abajo, de la integración, del diálogo interreligioso e intercultural. Si se prohíbe algo por ley siempre habrá alguien dispuesto a rebelarse.

El verdadero problema es el rechazo al contacto con la comunidad, por lo que ninguna ley será capaz de hacerles cambiar de idea. En el origen de todo está el hecho que debemos entender, las razones que están en la raíz de este rechazo, y para esto sólo disponemos de un arma, el diálogo y la máxima apertura posible. Un recorrido largo y accidentado, pero el único que puede llegar a resultados tangibles.

Debemos oponernos a quien utiliza el fenómeno migratorio sólo para su propio proyecto político, porque si ese proyecto político llega además a instrumentalizar las propias tradiciones en relación a todos los demás, el peligro para la convivencia y para una verdadera integración se hace inmensamente más grande.

La base está en la convivencia y la integración, en el sentido de que la relación con las minorías debe ser considerada como una oportunidad para todos. Nuestro modo de ser y nuestras tradiciones deben servir para alimentar esta relación, que puede permitir un enriquecimiento recíproco y por tanto un enriquecimiento social. Esto no significa mirar de forma positiva a quien esconde su propia identidad tapándose la cara en público, sino al contrario, significa dar prioridad al hecho de que el inmigrante se sienta verdaderamente "uno de los nuestros", un hombre con la misma dignidad, que se sienta parte integrante, actor y promotor del desarrollo social y democrático.
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