El episodio Chávez y otras cosas serias
La cuestión podría parecer una broma macabra si no fuera porque en un principio las informaciones apuntaron a que Gadafi había aceptado la oferta que formuló el líder venezolano el pasado día 1 de marzo de enviar al país una comisión internacional.
Es conocido que existe una relación de amistad entre ellos, ambos comparten un origen militar y sus países son dos de los principales exportadores de petróleo. Además, los regímenes políticos populistas que han conformado en torno a ellos han pretendido ser una beligerante alternativa a la democracia liberal. El libio, denominado Jamahiriya, fue establecido por Gadafi en el conocido como "libro verde", que a modo de constitución creaba un sistema en el que no existían mecanismos estables de representatividad y en el que la riqueza petrolera del país ha quedado a disposición exclusiva de los intereses del entorno del líder libio. La revolución bolivariana de Chávez en la que, aunque se han mantenido instituciones como el parlamento y periódicas elecciones, el sistema constitucional creado por Chávez le ha permitido gobernar por decreto al margen del Parlamento cuando ha perdido el control de dicha institución, cerrar medios de comunicación y someter cualquier vestigio de independencia del sistema judicial.
Cuando se iniciaron las protestas en Libia, tanto Gadafi como su hijo Al-Islam mostraron su rechazo a dejar el poder de forma incruenta. Ni estaban dispuestos a huir a la carrera como Ben Alí en Túnez, ni mostrar una mera resistencia retórica pero sin apenas hacer uso de la fuerza como en el caso de Mubarak en Egipto. El manual verde de Gadafi se ha transformado en una nueva página negra de la historia al acercar al país al abismo de la confrontación civil.
En cualquier caso, lo que detectó Chávez fue la debilidad real de Gadafi y el hecho cierto de que estaba perdiendo el control del país, por lo que no dudó en ofrecerle un balón de oxígeno que evitase la posibilidad de un nuevo desplome de un régimen tan cercano al suyo.
Lo delirante ha sido la reacción que ha producido la propuesta venezolana. A la Liga Árabe le pareció "interesante". Pero todavía más increíble fue que la ministra española de Asuntos Exteriores declarase que le había parecido "bien" la posibilidad de una mediación internacional liderada por Venezuela. Durante algunas horas se recibieron informaciones que anunciaban que Gadafi la había aceptado.
Ante esta deriva, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores de Francia Alain Juppé ha puesto un punto de sensatez al afirmar que cualquier iniciativa que contemplase la continuidad de Gadafi le parecía "inaceptable".
El punto y final a esta rocambolesca propuesta lo ha puesto Said Al islam Gadafi al reconocer: "No sé nada sobre esto. Es como si yo fuera a propiciar un acuerdo en el Amazonas".
Al mismo tiempo que se producía todo este affaire, Francia y Gran Bretaña han mostrado su disposición a establecer una zona de exclusión aérea en el caso de que Gadafi continúe los bombardeos sobre su población. Mientras se tomaba esta decisión, la jefa de la diplomacia española desde Torrejón declaraba que "no se ha planteado por parte de ningún país" la opción de la intervención militar de una coalición internacional en Libia, en una muestra más de que habían dejado a la diplomacia española al margen.
Una vez más la diplomacia española ha quedado como una víctima colateral de un conflicto. No deja de resultar llamativo que la jefa de la diplomacia española, en una cuestión referida al Mediterráneo, se haya mostrado dispuesta a hacer de comparsa en una iniciativa del presidente de Venezuela. Pero lo más preocupante es que Francia y Gran Bretaña estén mostrando su disposición en dar nuevos y arriesgados pasos en esta crisis y España no esté ni informada de esa posibilidad. Es lamentable que el Gobierno sea incapaz de hacer valer la relevancia estratégica que otorga a España el movimiento popular que se ha producido en el Magreb y Oriente Medio.
Pablo Hispán es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad CEU-San Pablo