El encuentro, no la doctrina, es lo que nos pone en salida

España · PaginasDigital
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8 julio 2017
Un punto de inflexión me ha parecido el interesantísimo artículo de J. Martínez-Lucena “Los refugiados como factor actual de la vocación cristiana” (https://www.paginasdigital.es/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=8159&te=20&idage=15308&vap=0), el cual –a mi juicio- nos pone sobre el tapete la situación actual de los católicos en España en el siglo XXI, cuestión que no resulta baladí, a la vista del vendaval de cambio cultural producido en nuestra sociedad en los últimos 40-50 años.

Un punto de inflexión me ha parecido el interesantísimo artículo de J. Martínez-Lucena “Los refugiados como factor actual de la vocación cristiana” (https://www.paginasdigital.es/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=8159&te=20&idage=15308&vap=0), el cual –a mi juicio- nos pone sobre el tapete la situación actual de los católicos en España en el siglo XXI, cuestión que no resulta baladí, a la vista del vendaval de cambio cultural producido en nuestra sociedad en los últimos 40-50 años.

Para empezar, y en esto coincido enormemente con su autor, resulta llamativo el silencio social que existe con el tema de los refugiados, a pesar de los sucesivos llamamientos y gestos del Papa Francisco en relación a los millones de refugiados de Lesbos que han huido de la guerra, el hambre o la persecución política o religiosa. Y, en este sentido, resulta descorazonador el escaso eco de su mensaje (no sólo sus palabras, sino las encíclicas Laudato Si, Amoris Laetitia o Lumen Fidei) entre la comunidad católica en España, obsesionada aún con ganar espacios para “la defensa y la educación en los valores”. En el fondo, espejismos que distraen del verdadero fenómeno preocupante en nuestra sociedad, del que Julián Carrón, en su libro “La belleza desarmada”, se hace eco: el derrumbe de las evidencias originales, la pérdida del gusto por el vivir, el creciente predominio de la ideología sobre el corazón.

Es evidente  que este predominio de la ideología no cabe achacarlo sólo a la izquierda. Frente al igualitarismo por abajo, a la cultura de los nuevos derechos, a la antiglobalización…la respuesta ideológica de la derecha ha sido la defensa a ultranza de un capitalismo sin rostro humano: la reducción de los problemas a la economía y a la tecnocracia; la repetición ideológica del mantra “el Estado me roba; el Estado me quita a mis hijos; el Estado me impone…”; la luz verde ante la cultura del consumo a cualquier precio; y la visión utilitarista del hombre. Así, como la censura de las consecuencias sociales de una cultura del descarte que se está llevando a muchas personas por delante (mayores, niños, parados, inmigrantes, refugiados, marginados…)

¿Estamos ante un fenómeno casual? ¿De dónde viene todo esto?

Sería interesante –y no voy a detenerme aquí- detenerse a ver las causas y el proceso de esta secularización tremenda que ha tenido lugar entre el siglo XX y el siglo XXI en los países europeos, en especial, en España. Pero está claro –y aquí alguno coincidirá conmigo- en que en nuestro país no es que el catolicismo haya experimentado un cansancio…es que se ha secado, se ha acartonado. Ciertamente, la labor asistencial de la Iglesia siempre ha estado ahí, pero cada vez su existencia se da por descontado, por cuanto a la fuerte influencia del protestantismo americano que ha sufrido el catolicismo en España en los últimos 40 años, con la llamada defensa de los valores (familia-vida-educación), reflejo de una falta de educación que debía destinarse a corregir los defectos de una libertad mal entendida.

 

Por eso, y en línea con lo que Martínez-Lucena ha constatado, en los últimos años ha existido una gran insensibilidad de los católicos españoles al tema de la lucha contra la pobreza y la exclusión social, así como en el tema de los inmigrantes y refugiados; la cooperación al desarrollo, la economía sostenible o el medio ambiente. El mantra “están Cáritas, Manos Unidas y otras ONGs de la Iglesia para eso” ha servido, en incontables ocasiones, para justificar una postura más comodona acerca de los retos que surgen en nuestra sociedad.

Y es que ha sido más cómodo defender la unidad de España, acudir a las manifestaciones contra el terrorismo, el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual, las parejas de hecho…que en favor de los inmigrantes, los refugiados y quienes tienen menos recursos, a los que, en más de una ocasión, hemos cerrado el acceso a nuestros colegios –concertados muchos de ellos, ¿eh?-

No extrañe, pues, que en España se nos haya secado la creatividad que caracteriza a una fe realmente vivida. Elegimos, en su día, no arriesgarnos –cuando Francisco nos señala continuamente la necesidad de ser Iglesia en salida, accidentada- porque nos da miedo confrontarnos con quien no piensa como nosotros. Y muchos se atreven a criticar –o, al menos, a matizar- las palabras de un Papa que nos remueve por dentro, nos cuestiona nuestras seguridades, y nos llama a mirar al origen: Alguien que te mira con misericordia y que cambia tu vida, para alcanzar –a través de ti- a otras personas.

 

Por eso, seguir al Papa Francisco es el primer reto que tenemos los católicos en España, tan imbuidos de un “juanpablismo” (que nada tiene que ver con entender y asimilar el magisterio de San Juan Pablo II) que está presente en muchos ámbitos educativos eclesiales (y que ha originado las estupideces del Yunque), tan reticentes a entender que el pensamiento de Francisco está más en línea con Benedicto XVI y el Papa Wojtyla de lo que creemos.  

El segundo reto es aprender a discernir los signos de los tiempos: el desafío de hoy está magistralmente contenido en lo que dice la encíclica Laudato Si.  

El tercero, cambiar el rumbo y volver al  origen de la experiencia cristiana: el encuentro con Cristo, que nos cambia la vida y nos pone en salida. Lo demás, viene por añadidura.

Durante años se ha ido una mentalidad tramposa, al ir repitiendo -sin ningún amor a la verdad- que las Administraciones Públicas son un obstáculo a nuestra libertad, que nos fríen a impuestos, que nos impiden educar a nuestros hijos y que nos imponen la ideología de género. Todo ello fruto de no haber sabido –o no haber querido- leer “los signos de los tiempos”.  Bajo esta bandera, empero, no se proponía la experiencia humana elemental, sino una visión ciertamente liberal del ser humano y de su relación con la comunidad política.

La alegría, la experiencia de ser amados, la certeza de la Presencia de Quien no nos abandona…sólo puede ser transmitida por contagio, con la propia vida; por eso tiene una dimensión pública, que no se adquiere por estar erre que erre con el tema de la bioética, arriba y abajo, sino por proponer una experiencia. Previamente, es necesario “que la Verdad no cristalice en doctrina, sino que nazca de la carne”, en palabras de Mounier.  Es eso…o la nada (dígase, la misma defensa de los valores de siempre, para no cambiar nada).

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