El drama de una España en la que se trabaja menos
El descenso de la población activa parece especialmente significativo entre la población emigrante, que podría haber descendido por primera vez en 13 años y entre los jóvenes de entre 25 y 35 años que, desanimados por la situación del mercado laboral, dejan de buscar y deciden volver a estudiar. Tras las cifras se insinúa un fenómeno cultural de gran calado. A pesar de que el número de parados superara los cuatro millones y que la tasa de desempleo es la más alta de la Unión Europea, no se percibe un gran malestar social. Las prestaciones por desempleo, la nueva ayuda de 420 euros, los anuncios del Gobierno de que va a mantener la política de subsidios y el creciente desarrollo de la economía sumergida pueden ser factores que suavicen el drama de muchas familias, en más de 1.100.000 todos sus miembros están en el paro.
A pesar de que los datos de la EPA reflejan una "precarización del empleo" y de que el dogmatismo del Ejecutivo y de los sindicatos impide superar el trato discriminatorio de los que no tienen un contrato indefinido, a veces da la sensación de que ciertos sectores de la sociedad española se acomodan al "no empleo". Éste puede ser el gran drama de la crisis. No sólo que no haya trabajo sino que se difunda una cultura del subsidio que le haga percibir a ciertos sectores de la población que no es necesario del todo trabajar de una forma sistemática, institucionalizada y adecuadamente remunerada. Que aumente el número de personas que piensa que hay alternativas que permiten cierto grado de supervivencia sin trabajar.
Hay algo peor que el paro suba y es que baje porque hay menos demandantes de empleo. Un hombre o una mujer, para expresarse y realizarse adecuadamente como persona, tiene que trabajar. Si dejamos de percibir la necesidad de trabajar seremos un país mucho más pobre económica y humanamente.