El don de la paternidad
La festividad del Patriarca San José, día en también celebramos el Día del Padre, es un buen momento para recordar que la vida es un don, siempre un don. Para los que somos creyentes, es un don de Dios, que ha pensado con amor en cada uno de nosotros; para los que no lo son, puede ser simple fruto de la naturaleza –intencionado y calculado, o por azar o inesperado “fallo” o error-, o consecuencia de la técnica y los “avances” científicos. Hasta podría ser solo el fruto de «de la ciega evolución bioquímica del carbono», en acertada expresión de Benigno Blanco.
Lo acaba de recordar el Papa Francisco en la Audiencia General del 18 de marzo, al hablar de los niños. Todos somos hijos, y esto nos hace presente que la vida la hemos recibido de otros y no nos la hemos procurado ninguno de nosotros.
Siendo la vida un don, no puede ser otra cosa que puro don aquello que está en su origen: la paternidad y la maternidad. Parece mentira que esto, que es tan natural y evidente, haya que recordarlo constantemente en nuestra sociedad. Algo tan simple como decir ¡feliz Día del Padre!, se ha convertido, casi, en un grito revolucionario en una sociedad que menosprecia, esconde y trata de anular la figura del padre (y de otro modo, de la madre).
En este día festivo no debemos olvidar, ni mucho menos, los múltiples ataques que sufre la paternidad en este supuestamente civilizado mundo occidental: ideología de género, aborto, vientres de alquiler, parentalidad “individual” buscada, y a veces forzada interesadamente.
Ya hemos hablado en otros post sobre la ideología de género y sus nefastas consecuencias en nuestra sociedad y su ataque organizado y generalizado contra la institución familiar.
Qué decir del aborto, que deja al padre, de forma injusta e inhumana, sin la más mínima capacidad de decisión en la defensa de la vida del hijo que ha contribuido a engendrar.
También hemos alzado la voz, a diferencia de las feministas, contra la nueva esclavitud que suponen los vientres de alquiler: convierten a la madre y al hijo en mercancía, y desnaturalizan los lazos y vínculos físicos y emocionales ligados a la paternidad y maternidad naturales. Ni el dinero, la fama o el poder que utilizan con frecuencia los que ´fabrican´ y compran un hijo, pueden sustituir –faltaría más- lo que sabiamente la naturaleza ha construido durante milenios.
Otro serio ataque, que se recubre muchas veces de un inmerecido halo de ejercicio de derecho o de decisión personal libre, es la promoción de la parentalidad “individual”, la llamada incorrectamente monoparentalidad. Mono y parentalidad son términos contradictorios: nadie puede ser padre o madre individualmente, solo por sí mismo, pues necesita la participación de otro –progenitor real- u otros –intervinientes en técnicas y procesos de fecundación artificial-. A los efectos de manipulación del lenguaje el truco es el mismo que cuando se habla de interrupción del embarazo: se busca un término que disfrace la realidad y pueda tener buena prensa.
La monoparentalidad deliberadamente buscada, que no por casualidad es mayoritariamente protagonizada por las mujeres (90%) frente a los hombres (10%), es un intento militante, en la mayoría de los casos, de desfigurar el rostro de la auténtica familia. Es prácticamente el sueño de la ideología de género: la mujer es autosuficiente, no necesita al varón, se basta ella sola para ejercer las funciones que los antiguos roles de padre y madre –innecesarios como ellas demuestran- ejercían.
Además de estos ataques a la paternidad, más o menos directos, debemos denunciar hoy otra falsedad extendida en la actualidad: ser padre no es un derecho. Ya hemos dicho que es un don, una vocación, una misión, compartida con la madre. Es decir, es algo que se recibe, o no, y por tanto no puede ser un derecho –que por su propia naturaleza debe ser universal-. Por lo tanto, no se puede ser padre a toda costa, a cualquier precio –nunca mejor dicho-, “como sea”. Quien cree que tiene derecho a ´tener´ un hijo, no sabe qué es un hijo ni sabe qué es ser padre. Padre no se puede ser por ideología o militancia. Es más, quien actúa así, lo hace para satisfacer su deseo, o capricho, o el de un tercero, y por lo tanto cosifica al hijo, que nunca puede ser un medio para sentirse realizado, sino un fin en sí mismo (¡si el pobre Kant levantara la cabeza!).
En esta sociedad, desorientada antropológicamente, se inventa el ´derecho´ a tener un hijo y se niega precisamente el derecho de los hijos a tener un padre y una madre. Y todo esto se reviste de supuesto progreso, de ejercicio de nuevos derechos. ¿Es o no, visto lo que hemos visto, revolucionario seguir diciendo ¡feliz Día del Padre!?