El dios serpiente del terrorismo global

Pero no se trata sólo de homicidios contra personalidades del país. En ese caso no habría grandes diferencias con los Estados Unidos de los años 60 o con la Italia o la Alemania de la posguerra. Los estragos caracterizan la situación de la India moderna, que de hecho obtuvo su independencia gracias a la espectacular campaña de no violencia de Mahatma contra la dominación inglesa. Pero, como sucede a menudo (pensemos en Palestina o Chipre), los británicos dejaron tras de sí las brasas candentes, preparadas para estallar. Y así la separación de Pakistán, concebido como patria de los musulmanes, se vio acompañada por una terrible violencia cuyos ecos nunca se llegaron a apagar. Y así se suceden las continuas insurrecciones de las castas, los conflictos étnico-nacionalistas (en el Punjab de los sij, en el Tamil Nadu, en Asma), la guerra de baja pero continua intensidad con Pakistán por Cachemira (sobre el que ha escrito recientemente Arundhati Roy, autora de la magnífica novela El dios de las pequeñas cosas, dedicada al drama de los intocables), los desencuentros políticos alentados por varias formaciones comunistas. El casus belli de la reciente oleada de persecuciones anticristianas en Orissa fue el asesinato de un líder hidú reivindicado por un grupo maoísta. El mecanismo recuerda a los ataques antisemitas en la Rusia de finales del XIX.
Las masacres y los atentados más parecidos a nuestra imagen del terrorismo (ataques suicidas, acoso, explosiones en los mercados o en las estaciones, asaltos) son relativamente más recientes. Desde 1992 se cuentan ya más de 1.200 víctimas mortales civiles en atentados de todo tipo.
Los hechos de Bombay amplían la lista, pero también muestran algo distinto (o al menos lo evidencian de forma clamorosa). Es la mano o la idea de Al Qaeda, la caza al americano y al británico, un grupo que declara sus vínculos con la yihab, la guerra "santa" del musulmán, cuya interpretación no es unívoca. Emerge así la naturaleza del terrorismo globalizado, que no tiene una raíz local, étnica o nacionalista, aunque puede nutrirse de ellas; que no tiene un origen político, aunque puede utilizarlo: es Alien, el monstruo que el cine imaginó junto a nosotros, dentro de nosotros, y que la realidad nos ha hecho conocer "gracias" al 11-S. No se puede circunscribir en una razón ideológica o en una zona geográfica porque supera cualquier tipo de barrera. Pensemos: desde Afganistán a Argelia, de Israel al Líbano, Somalia, Iraq, Indonesia, y luego Madrid, Londres, Moscú. Una serpiente negra que corre veloz sobre el mapa del mundo.
Los escuadrones de terroristas venían de Pakistán, aseguran las autoridades indias. Allí está uno de los agujeros negros del planeta, una de las cuevas del Alien (como ya presentía Bernard Henri Levy en su sobrecogedor libro-investigación ¿Quién mató a Daniel Pearl?).