El dilema Biles

Editorial · Fernando de Haro
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2 agosto 2021
El mundo dividido. Esta vez no por una cuestión ideológica, religiosa o de género. El mundo se ha divido en los últimos días. De una parte los que han comprendido la decisión de Simone Biles de no participar en algunas de las pruebas de los Juegos Olímpicos por razones de salud mental.

De otra, los que han sacudido la cabeza incómodos porque ya no quedasen viejos héroes, hombres y mujeres capaces de soportar la ansiedad. Hay, de hecho, quien ha visto en el paso atrás de Biles un síntoma más de un mundo incapaz de grandeza, de esa grandeza que requiere un control preciso de cuerpo y mente. Biles se ha convertido así en un dilema, en la última semana nos hemos visto obligados a escoger entre la compresión, incluso la exaltación de quien es capaz de exhibir su vulnerabilidad y su límite, y el rechazo de una heroína fracasada incapaz de controlar sus terrores. Como suele suceder en otros casos, detrás del asunto hay muchos miles de millones de dólares.

Tokio 2020, celebrado en el verano de 2021, se presentaba como un momento de catarsis. Los superhombres olímpicos podían, de algún modo, superar el estado de postración del planeta. Ya no iba a estar Phelps en el agua, pero estaba Biles en el aire. Con sus 30 medallas mundiales y olímpicas, la atleta estadounidense venía a demostrarle a un mundo postrado que todavía era posible hacer cosas casi imposibles. Cuando Biles se levantaba en el aire para hacer un doble salto mortal hacia atrás seguido de una triple voltereta, el mundo dejaba de ser un punto perdido en el espacio infinito. La existencia, ese filo de cuchillo entre dos nadas, parecía tener sentido. Biles conjuraba la vida atrapada entre el humo y la insignificancia, la permanente sensación de ser una marioneta movida por una mano sin piedad alguna, por un destino sin ternura.

Durante más de un año y medio no habíamos tenido más que señales de que el mundo estaba en clara decadencia. Los anuncios de una ineludible descomposición eran evidentes. Y estábamos tentados de pensar que el mal no era el virus que se escapó de Wuhan, ni las sucesivas olas ni la mala gestión de los gobiernos, ni la resistencia a las vacunas, ni su desigual distribución en el planeta, ni la globalización, ni siquiera la traición a los valores occidentales. El mal estaba en nosotros, en nuestra condición finita, en que fuéramos tiempo e historia. El mal era la misma existencia. Hasta que Biles se elevaba por los aires y durante unas fracciones de segundo parecía que lo imposible era posible.

Pero de pronto la ilusión de haber superado el límite se ha roto en mil pedazos. Biles ha sido incapaz de aguantar estoicamente la presión. Mientras entrenaba, en sus twisties, en sus piruetas, perdía el sentido del tiempo y del espacio, y luego aterrizaba como podía. No sabemos si primero fue la falta de confianza y después la pérdida del sentido de orientación o al revés. Da igual. El caso es que había aparecido el fantasma invisible de la enfermedad mental. Todos supimos rápidamente de qué se trataba. Es la otra pandemia, la enfermedad que ha saturado los servicios esenciales de psiquiatría y psicología en el 93 por ciento de los países del mundo. Muchos de los que todavía no la conocen de cerca, o los que quieran ignorarla, se han visto en la necesidad de abrazar a Biles en la distancia. Pero mientras mostraban su actitud comprensiva se lamentaban de su incapacidad para sobreponerse. Biles derrotada por un demiurgo interno era la confirmación de una debilidad invencible. Al escuchar las explicaciones de la gimnasta pensábamos que inevitablemente la materia y la psique, aunque vuelen por el aire, llevan en sí mismas la marca de derrota. Son, de hecho, nos decíamos, no las víctimas del límite sino el límite mismo.

El dilema que ha generado en nosotros Biles, el dilema entre un estoicismo que sueña con héroes capaces de soportar un destino trágico y un pesimismo derrotado nos retrata. Nos retrata encarcelados en parámetros voluntaristas. La vulnerabilidad existe, claro que existe. Pero es en esa vulnerabilidad, en el límite, donde aparece con más claridad nuestra grandeza. La enfermedad, física o psíquica, solo se entiende como una derrota absoluta cuando la vía del superhombre es la única aceptada para salir de la nada. Es urgente superar el dilema Biles: el hombre es grande porque en el límite aspira a lo inalcanzable. No hay enfermedad que pueda evitarlo.

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