El diálogo posible

Mundo · Giorgio Vittadini
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30 junio 2015
Estamos asistiendo a cambios epocales que llevan consigo contraposiciones de las que parece imposible salir: divisiones que parecen incurables, éxodos de pueblos, guerras, intereses que defender… Parece que la única forma de relacionarse sea el muro contra muro de bandos distintos, incapaces para el diálogo. Procediendo a base de eslóganes, proclamas y anatemas que luego no cambian nada en la situación real.

Estamos asistiendo a cambios epocales que llevan consigo contraposiciones de las que parece imposible salir: divisiones que parecen incurables, éxodos de pueblos, guerras, intereses que defender… Parece que la única forma de relacionarse sea el muro contra muro de bandos distintos, incapaces para el diálogo. Procediendo a base de eslóganes, proclamas y anatemas que luego no cambian nada en la situación real.

Si hay un lugar que simboliza todo esto, sin duda es Oriente Medio. Pero no solo.

Hace unos días, en un encuentro público en la Universidad Bicocca de Milán, tuve la ocasión de escuchar al padre Pierbattista Pizzaballa, teólogo y biblista italiano de la Orden de los Hermanos Menores, Custodio de Tierra Santa desde 2004. No era la primera vez que le veía, por ejemplo inauguró el Meeting de Rímini en 2014, pero yo aún no había entendido hasta qué punto su forma de juzgar los hechos, no solo los de Oriente Medio, resulta decisivo también en nuestra vida cotidiana, dado el contexto en que vivimos en este principio de verano de 2015. Todavía no me había dado cuenta de la falta que hacen hombres así, que saben mirar el futuro con realismo, fe y esperanza, incluso sumergiéndose en situaciones dramáticas del presente. Una mirada que trasciende la situación en la que viven y les hace capaces de indicar una perspectiva deseable incluso en una sociedad como la nuestra, donde los muros crecen de día en día y en todos los ámbitos, desde la política hasta la inmigración pasando por las cuestiones éticas.

“Yo no puedo ser cristiano sin mi relación con musulmanes y hebreos… Me niego a pensar que no puedo hablar con 18 millones de hebreos o con 1.700 millones de musulmanes. Ellos también son fundamentales para ayudarme a descubrir en qué consiste mi experiencia cristiana. Del encuentro nace algo nuevo donde las diferencias no se eliminan sino que nos enriquecen”, dijo el padre Pizzaballa.

“Hablando con el otro, sus preguntas, sus provocaciones, te hacen encontrar algo de ti que no conocías”. Por eso, “le debo acoger críticamente, escucharle, debo entrar en diálogo. Mi identidad no puede prescindir de la realidad, la realidad es providencial para construir mi identidad”. Es uno de los pasajes fundamentales donde narró su forma de ser cristiano en Oriente Medio.

Lo que sucede hoy en aquellas tierras es el resultado de una situación que ha atravesado siglos de convivencia, donde las distintas comunidades étnicas y religiosas coexistían de un modo no siempre pacífico pero sí natural y pluri-secular. La pertenencia religiosa, que en esos lugares coincide con el elemento identitario, según el Custodio de Tierra Santa, determina cada instante del vivir, pero hoy ha terminado construyendo barreras que les separan, y donde cada uno vive temiendo al otro, cuando no haciendo guerras sangrientas como la de chiítas y sunitas que ha destruido Siria. Divisiones no solo entre cristianos, hebreos y musulmanes, sino entre creyentes de la misma confesión pero de grupos distintos.

Pero no sucede así en la vida concreta, “pequeña” la llama él, la de las relaciones cotidianas: “Yo he visto a mujeres musulmanas con el velo en funerales de cristianos asesinados en Alepo, igual que he visto a cristianos que iban a los funerales de sus vecinos musulmanes… Como he visto en el hospital a un rabino y a un palestino en la misma habitación, a un enfermero árabe que atiende a un hebrero, y así en los más diversos ámbitos de la vida”.

Cuando las identidades, incluso las cristianas, se expresan como la suma de valores y reglas, en vez de construir la paz y la civilización crean guetos que dividen y luego estallan en conflictos. En cambio, según el padre Pizzaballa, la identidad propia, sobre todo la cristiana, se aprende en la experiencia cotidiana, en el testimonio humilde frente a la realidad de todos los días. El custodio de Tierra Santa habló de cuando él era estudiante en la universidad hebrea de Jerusalén y un amigo suyo judío, después de leer el Evangelio, le dijo: “Es un libro precioso, Jesús es realmente un personaje excepcional, ¿pero por qué al final le habéis hecho resucitar? No era necesario”. Pizzaballa se quedó sin palabras: “Solo conseguía pensar en cosas del catecismo, no sabía qué más decir”. Él, que desde pequeño había crecido en un ambiente católico y luego se hizo fraile, tuvo que aprender existencialmente qué significa la resurrección. Y así todos los días y en muchos otros encuentros. El testimonio ayuda a entender lo que vives, no es algo que está antes y que hay que oponerlo a los argumentos de otros.

Así, incluso en la destrucción y en la guerra, se renueva lo que sucedió en el encuentro entre san Francisco y el sultán, hace 800 años en plena cruzada, que sigue siendo uno de los momentos más significativos del diálogo entre cristianos y musulmanes. “Hay un estilo cristiano en la forma de estar dentro de un conflicto, que es ante todo la no violencia –dijo Pizzaballa–¬ que no significa solo no agarrar las armas sino también no permitir que la violencia se convierta en el criterio de lectura de lo que está pasando, ni en tus relaciones, es decir, mantener siempre la puerta abierta y no permitir que el miedo te determine. Y luego trabajar con todos, no pensar según las barreras, es decir, acoger a todos en tus hospitales, en tus escuelas, y si pones la mesa invitas a todos a comer, sin distinción. Si cae una bomba, ofreces alojamiento a todos. Mantener el estilo cristiano de confianza, sobre todo la confianza. Los cristianos son solo el 1% en Israel, pero Israel sería distinto sin el centenar de escuelas cristianas que acogen a alumnos de todas las religiones y etnias”. Así, “a pesar de las dificultades y de toda esta enorme carga de dolor, de sufrimiento y de violencia, no podrán no suscitarse nuevas preguntas incluso entre los fanáticos”.

De aquí nace un mensaje de gran esperanza no utópica, inimaginable para nosotros, pendientes de definir en qué circunstancias se puede o no vivir de un modo humano y cristiano. Porque “es un periodo de grandes cambios pero no es el fin de todo. Tal vez no aceptemos la idea de que el mundo en el que hemos crecido está llegando a su fin, pero nosotros no terminamos con él”.

No sabemos cuándo, pero el mundo renacerá a partir de esta renovación, de esta mirada nueva y antigua.

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