El ´desalienador´ que ´desaliene´ Europa
Luchamos por los animales, detestamos a los ricos, odiamos a nuestros vecinos y conciudadanos y nos creemos las mentiras utópicas de nuestras repúblicas independientes (la de nuestra casa y nuestra comunidad autónoma); pronto seremos capaces de “sedar” a nuestros mayores y ya vamos arrojando a nuestros pequeños por el sumidero existencial (aunque, a veces, nos entra la “morriña” de la mascota humana y los alquilamos –aunque sea a tiempo parcial-). Ya no nos da vergüenza reconocerlo: la Vida se nos ha vuelto insoportable. En realidad, estamos a gritos pidiendo socorro.
No nos gusta ver las noticias y, menos, que nadie nos dé malas noticias. Pero la realidad es testaruda y se hace presente en forma de hechos: que se está produciendo un desembarco de miles de familias de Oriente Medio que huyen de lo que cabe calificar de vergüenza mundial (sin comillas) que es la pasividad de la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia ante la masacre de ciudadanos sirios (musulmanes también, aunque son los cristianos los que se están desangrando delante de nuestros ojos) e iraquíes por el ISIS-Daesh (Estado islámico), que ya no se ruboriza en sacar rehenes para subastarlos en el mercado de la indignidad humana. Estos tiempos parecen ponernos delante de un mar enorme: en una de las orillas está la guerra
En la otra estamos nosotros, europeos, abriéndonos en canal. Haciendo tabula rasa de nuestro inventario existencial desde hace siglos, cuando escuchamos los cantos de sirena de algunos utópicos que nos hicieron pensar en que era posible vivir sin un horizonte más que nuestras categorías inmediatas y materiales: desde el culto al dinero (capitalismo) hasta la envidia (materialismo histórico), pasando por los flujos sentimentales y las guerras de sexos (Marcuse) o el triunfo de la voluntad (nacionalismo, como decía un amigo). Quisimos erradicar el oscurantismo y el poder eclesiástico bajo la bandera de la libertad individual. Como no aprendimos a distinguir el trigo de la paja, la voladura fue descontrolada. Incluso,entre los católicos, nos ha llegado el cansancio después de tantos siglos de presencia en Europa (la verdad es que, en el siglo XVI, los Papas no estaban para echar cohetes). La Ilustración pudo haber sanado muchas cosas, pero lo cierto es nos pudo la ofuscación de las Luces, y con el siglo XIX, llegamos a la autorreferencialidad de los Estados-nación (modelo reproducido en la Cataluña del siglo XXI, por muchas películas de miedo que nos vendan los gurús de la independencia). Nos volvimos histéricos en las 2 guerras mundiales y sumisos en la Guerra Fría. Si no fuera porque algunos rostros fueron factores de cambio, sería para preguntarse qué queda de lo que fuimos los europeos un día.
Desde luego, hay una cosa que está clara: que, mientras algunos Junts per el Sí luchan por dar el salto a la utopía, otros Junts salen pidiendo abolir la tauromaquia y el establecimiento de templos para animales sagrados –la humanomaquia ya se está practicando en muchos sitios (y no me refiero sólo a nuestros pequeños tirados a la basura o alquilados en los vientres). En el día a día, la metadona que nos da la “caja tonta plana”, los chutes de cocaína existencial que nos proporciona el Gran Hermano, el cotilleo, el echar la culpa a los demás de la insatisfacción tan abrasadora que sufrimos en nuestras carnes; o las flatulencias intelectuales de los políticos de profesión y de los profesores de cátedra universitaria, nos están dejando bastante aletargados. Han sido demasiadas dosis de marxismo y kantismo lo que nos hemos metido en estas tres últimas décadas.
Y es que, aunque nos dé miedo, en el fondo, esta ola de inmigrantes y refugiados sirios puede que sea un buen revulsivo: quizá, la descarga que nos haga replantearnos si realmente habernos reseteado cultural y existencialmente -aborreciendo de nuestro legado- nos ha hecho más hombres. Mi respuesta es que no. Nos ha hecho vivir en un sueño. Y no se trata de que “vienen los musulmanes a poner sus mezquitas” o que “nos imponen la sharia”. De eso nada, nosotros nos hemos impuesto la sharia del silencio (nos quejamos contra el Estado y el mercado, pero ni se nos pasa por la cabeza ejercitar nuestra condición de ciudadanos con responsabilidad ni promover un capitalismo responsable con nuestro trabajo); hemos promulgado la constitución de la mediocridad y la banalidad, la ley del no destacar. Hemos aprobado el real decreto de imposición de la igualdad por lo bajo a toda costa y la guerra maniquea contra lo que llamamos ricos (¿hemos olvidado que todos podemos llegar a ser corruptos, cada uno a nuestro nivel?), y hemos dictado actos administrativos de “criticar a la derecha, que trata a los inmigrantes de terroristas” y la resolución de manifestarse por el ´no a la guerra´…Reconozcamos que nos hicimos una coartada para no afrontar nuestras preguntas: siendo cómplices con nosotros mismos, hemos prevaricado y practicado el cohecho contra nosotros mismos.
Con nuestra forma de vivir, hemos pagado un precio muy alto; ahí están los resultados: apoyar a los “insurgentes” islamistas sirios y al ISIS en Iraq, callarnos ante la masacre de los cristianos en Oriente Medio, apoyar a Irán y, como no tengamos cuidado, contribuir a la desaparición del Estado de Israel. La indignación se ha hecho ideología y se está extendiendo como mancha de aceite (Tsipras en Grecia, Corbyn en Gran Bretaña y casi toda la sociedad española -no sólo Pablo Iglesias, ¿eh?- ya ha asumido ese discurso) y una determinada concepción de la política como equilibrio de intereses nos ha cegado: ha emponzoñado a los mass media y contaminado muchas de las resoluciones y actos legislativos de las instituciones nacionales y de las europeas. Por eso, no sólo Estados Unidos y Rusia son prisioneros de sus intereses. Europa también ha ingresado en la cárcel de la alienación política y social. En este sentido, se podría perfectamente acuñar este trabalenguas: “Europa está alienada. ¿Quién la desalienará?. El desalienador que la desaliene, buen desalienador será”. ¿Quién nos va a sacar del meollo en el que nos hemos metido desde hace 30 años?. Puede que sean ellos, puede que seamos nosotros. En cualquier caso, me da que los cristianos tenemos una responsabilidad decisiva; y no hablo sólo de acoger a estas familias. Hablo también de despertar de nuestra modorra, de ser hombres de verdad…no seres aborregados ni cerdos psicoanalizados en una pocilga. Y de paso que acogemos a estas familias, podríamos actuar para sostener a quienes se han quedado allí, esperando en Jordania, Turquía y los países de alrededor…y dejarnos de tantos autos-de-terminación (yo no quiero morir, dicho sea de paso).