El desafío de Estrasburgo

Mundo · Fernando de Haro
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23 octubre 2013
30 años. Es el tiempo que hizo falta para que un relato describiera con precisión la mentira del terrorismo y la dignidad de un pueblo que supo no caer en la espiral de nihilismo que le acompañó.

30 años. Es el tiempo que hizo falta para que un relato describiera con precisión la mentira del terrorismo y la dignidad de un pueblo que supo no caer en la espiral de nihilismo que le acompañó. Hasta qué Ángel González Sainz no pública, en 2010, Ojos que no ven es difícil encontrar en la narrativa española una historia que refleje esa misteriosa apuesta por la positividad que le permite a una inmensa mayoría de los españoles no odiar, no desear más violencia, respetar el Estado de Derecho. Felipe Díaz Carrión, el protagonista de la novela, encarna a todos los que gracias a una tradición, al amor a la naturaleza o a una fe explícita supieron estar de pie en circunstancias muy difíciles. Y estar en pie ha sido y es amar más el movimiento de la vida, en este caso de un pueblo, que la foto fija de una reparación imposible. El mal siempre quiere dejarte quieto haciendo los números de un balance que no cuadra.

Estamos en momento en el que nos conviene dar un paso. No es fácil. La doctrina Parot, que ha rebatido Estrasburgo, ha sido un instrumento jurídico útil para solucionar un vacío de nuestro ordenamiento jurídico. El Código Penal del 95 no garantizó el cumplimiento íntegro de las penas. Además el sistema punitivo del inicio de la democracia, que afortunadamente apostó por la reinserción, no contemplaba la posibilidad de que se cumplieran condenas relativamente largas y los presos pudieran salir a la cárcel sin arrepentirse.

Pero la doctrina Parot, reconozcámoslo, tenía sus debilidades. Como ha puesto de manifiesto Estrasburgo. Hubiera habido razones jurídicas para que esa doctrina siguiera vigente. Sobre todo, teniendo en cuenta que fue una de las reivindicaciones de los terroristas en el proceso de paz iniciado por Zapatero. Habría sido también deseable que el fin de la violencia se estuviese produciendo de otro modo. Que no se hubiera legalizado tan pronto a Sortu, que hubiese habido más garantías, que los terroristas hubieran pedido perdón.

Pero estamos donde estamos. Seamos sinceros: no hay que rasgarse las vestiduras por reconocer que el derecho, la Ley de partidos políticos y el ordenamiento penal y penitenciario, no se leían igual antes, cuando había muertos, que ahora que no los hay.

Hay que seguir en movimiento. Se ha vencido al terrorismo. El reto de la anulación de la doctrina Parot es semejante al que supuso el de la violencia. Requiere aprender a convivir con los que mataron sin quedarse fijos en el pasado. A esto se le puede llamar de muchas maneras, quizás la más completa es la que se encierra en la palabra perdón. La justicia auténtica nunca es la compensación del bien perdido, es algo nuevo, diferente, más grande. Grande como el bien de la gente. Let` s move on, que diría un anglosajón.

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