El cruel Abril

El mes empezaba con la resaca de una huelga general que no fue un fracaso y con la derrota del PP, contra todo pronóstico, en las elecciones andaluzas. Un porcentaje no pequeño de españoles, que hace sólo cinco meses respaldaban a un gobierno de centro-derecha con mayoría absoluta para enderezar el país, rechaza los ajustes. Falta la memoria de una prosperidad construida por la generación de los años 50 y de los 60. La sociedad del Bienestar se considera, a menudo, parte del paisaje y no una conquista continua.
El Gobierno yerra el cálculo y presenta los presupuestos demasiado tarde. Abril es el mes en el que ha vuelto la desconfianza sobre España como muestra que la prima de riesgo se haya disparado por encima de los 420 puntos. Desconfianza por la situación del sistema financiero. Desconfianza porque el Ejecutivo de Rajoy no haya sido demasiado duro con el presupuesto al no tocar las pensiones ni el sueldo de los funcionarios. Y es que España es la víctima más clara de eso que los economistas estadounidenses critican tanto en la política de la zona euro: el short sharp shock, el ajuste rápido y duro. Es la receta que ha impuesto la Merkel y que se ha convertido en un círculo vicioso: se ataca a la deuda española porque se considera que el recorte es insuficiente para sanear las cuentas, es excesivo para permitir la recuperación. Sólo la política de préstamo a bajo interés del Banco Central Europeo ha permitido frenar la caída. Pero la canciller alemana se niega a que el BCE funcione como la Reserva Federal y no quiere que compre deuda de los países con dificultades. Un euro a medias es una tortura para los españoles.
En ese desfavorable entorno macroeconómico se extiende lo que Eliot llamaba la "ciudad irreal". Una ciudad en la que, "bajo la niebla ocre de un amanecer de invierno, una muchedumbre fluía sobre el Puente de Londres", muchedumbre en la que cada "hombre llevaba clavados los ojos un poco por delante de los pies". La metáfora usada por Eliot para describir el prejuicio de la ideología la explicaba en prosa hace unos días José Sacristán, referente del mundo progresista. "La izquierda -aseguraba el actor- se empeña en eslóganes y posiciones caducas. Así que estamos obligados a echar mano de un sentido crítico implacable". Lo que vale para la izquierda vale para la derecha.
El sentido crítico, más allá de cualquier esquema ideológico, es el único que puede devolvernos la realidad. Y es lo que necesitamos para que la memoria de lo que ha sido España y para que el deseo de construir la prosperidad futura desplieguen toda su energía. Reales son los retos y los sacrificios pero también es real la posibilidad de construir juntos, de buscar oportunidades, de aprender, de abrir fuera otros mercados, de empezar una nueva vida, de fortalecer la confianza mutua. Real, muy real, es la exigencia de que nuestra vida tenga un significado, sea amada por un amor más fuerte que la muerte. Y esa exigencia es también una categoría económica. Real es la energía social y la caridad, todavía presentes, que permiten que la desintegración del pueblo no sea total.