“El Covid ha tenido un efecto devastador en la pobreza extrema”

Entrevistas · Francisco Medina
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13 julio 2021
Páginas Digital conversa con Mónica Goded, profesora de Economía de la Universidad Pontificia de Comillas, sobre las consecuencias de la crisis que ha acentuado el coronavirus entre la población más pobre del planeta.

Es claro que la pandemia del COVID-19 ha provocado una recesión global como hacía mucho tiempo que no se había visto. Lo hemos notado en las economías desarrolladas de nuestro entorno. Has hablado de que la pandemia ha hecho aumentar la pobreza extrema. ¿En qué medida se han incrementado las desigualdades respecto de los países desarrollados, tanto a nivel económico como social?

Esta recesión global que vivimos no tiene precedentes en siglo y medio, nada menos, excluyendo el periodo de las dos guerras mundiales y la Gran Depresión. Ese dato aparece con mucha frecuencia mencionado, pero lo que ya no es tan habitual es que se ponga el foco en las víctimas olvidadas de esta pandemia, que es la población más vulnerable de los países en desarrollo. En este aspecto, la crisis está teniendo un efecto devastador y una manera de medir el grave impacto de la crisis es la evolución de la pobreza extrema, que se mide a partir de un umbral de renta mínima de 1,9 dólares al día, por debajo del cual no se pueden cubrir las necesidades humanas más básicas.

Resulta sumamente descorazonador que ese nivel de pobreza, que llevaba décadas reduciéndose, ha vuelto a incrementarse. Con la pandemia se ha roto esa esperanzadora tendencia a la baja que estaba experimentando ese indicador. Lamentablemente, se estima que más de cien millones de personas han sido arrastradas por debajo de ese nivel de pobreza extrema. El COVID-19 está poniendo de manifiesto, de manera dramática, las desigualdades que todavía existen en el ámbito internacional, entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, por un lado; y dentro de los países, entre los grupos de población más protegidos y los más desfavorecidos.

Además, hay una relación bidireccional entre desigualdad e impacto de la crisis del Covid. Por una parte, es evidente que la presencia de esas desigualdades explica –al menos, en parte– la mayor incidencia que está teniendo la crisis en los países en vías de desarrollo. Tanto los gobiernos de estos países como sus propias poblaciones empobrecidas tienen menos capacidad de respuesta puesto que, en términos generales, tienen una reducida capacidad para hacer frente a los choques externos de todo tipo; sencillamente, tienen menos recursos para ello.

Digo que hay una relación bidireccional porque si, por un lado, la presencia de las desigualdades explica por qué la crisis está impactando más a las naciones en desarrollo; por otra, es la pandemia la que está profundizando esas desigualdades. Ello es así porque la crisis sanitaria afecta en mayor medida a los grupos más desfavorecidos. Hay estudios muy interesantes –con conclusiones muy preocupantes– que demuestran que los hogares pobres tienen una mayor probabilidad de contagio, y también una mayor probabilidad de fallecer.

¿A qué se debe ello? En primer lugar, a que las personas con menos recursos suelen estar ocupadas en actividades esenciales que se mantienen durante los confinamientos (con pocas probabilidades, además, de realizarse en remoto, a distancia); un segundo motivo sería que los colectivos más desfavorecidos suelen vivir en barrios marginados densamente poblados, lo que favorece la expansión de la enfermedad. Y un último factor atañe al hecho de que las familias más pobres tienen obviamente menos ahorros y no se pueden permitir el lujo de reducir sus horas de trabajo para evitar el contagio.

Por todos estos motivos, efectivamente, puede decirse que se han incrementado las desigualdades, tanto a nivel internacional entre países, como en el interior de estos.

Has dicho que la pandemia del Covid-19 ha provocado una caída fuerte de la renta per cápita en los países menos desarrollados. ¿Qué factores crees que han contribuido a ello?

Así es. Doy algún dato significativo al respecto, sin ánimo de ser exhaustiva. El FMI estima que se ha producido una caída de la renta per cápita en más de un 90% de los países en desarrollo. Nueve de cada diez países en vías de desarrollo han visto cómo su renta per cápita caía. Otro dato muy preocupante es que la mitad de las economías de los países en desarrollo va a revertir los avances que había conseguido en términos de renta per cápita en los últimos cinco años o incluso más. Y una cuarta parte de estos países en desarrollo va a perder todo el progreso que había realizado desde 2010. Son datos demoledores.

Evidentemente, esa caída de la renta per cápita no solo se ha producido en los países en desarrollo. España, por ejemplo, también ha sido especialmente golpeada. Esto se explica por la fortísima caída de la actividad económica, el brusco freno del comercio internacional, como consecuencia de los confinamientos generalizados. En el caso de los países en desarrollo hay además un factor agravante: la renta per cápita en los países menos desarrollados también cae por el descenso en el envío de remesas que reciben los hogares pobres de estas economías. En 2020, por primera vez en la historia, se ha reducido la cantidad de migrantes internacionales, y para este año, finales de 2021, se espera que las remesas caerán un 14% (las remesas son los flujos que los migrantes remiten a sus familiares en sus países de origen).

Pues bien, esta fuente de ingresos es extremadamente importante y que se recorte es muy preocupante. Las remesas son una fuente esencial para muchas familias y renunciar a ellas pone en peligro algo tan básico como la seguridad alimentaria o la atención sanitaria de estos hogares.

A corto y medio plazo, ¿existirá posibilidad de recuperación para los países más castigados por la pandemia? ¿Qué consecuencias concretas va a tener en las sociedades de estos países?

Me temo que las perspectivas en términos de crecimiento son sombrías a corto plazo. Por lo pronto, se han producido recortes en la inversión porque se han deteriorado las expectativas y la confianza en los agentes económicos; ello, desde una perspectiva más inmediata. Pero, además, el crecimiento futuro se resentirá por el impacto que la pandemia está teniendo en el capital humano de las naciones en desarrollo, en la medida en que están poniendo en peligro avances en materia educativa y sanitaria.

En el ámbito educativo, es indudable que el aprendizaje se ha visto interrumpido con el cierre de las escuelas. Además, al haberse reducido el ingreso de las familias, muchas se están viendo obligadas a retirar a sus hijos del sistema educativo, a renunciar a la continuidad de los estudios de sus hijos, de modo que el aprendizaje se ve doblemente afectado de este modo. En este ámbito, la pandemia también va a intensificar las desigualdades, porque la interrupción de la escolarización a quien perjudica especialmente es a la población con menos recursos: esta no dispone de medios para continuar con la formación a distancia, no tiene equipos informáticos o no cuenta con conexión a Internet. A este impacto desigual en los hogares, se añade el impacto en la desigualdad de género, en la medida en que se espera, según apuntan muchos informes de organismos internacionales, que las niñas sean las que, en primer lugar, se verán forzadas a abandonar las aulas. Cuando no hay recursos en un hogar pobre de un país en desarrollo, si hay que elegir se mantiene la escolarización de los chicos, no de las chicas.

En definitiva, una generación completa de estudiantes verá mermada sus oportunidades a largo plazo y se comprometen, lamentablemente, avances importantes que se estaban produciendo en este ámbito educativo, por ejemplo, en el acercamiento a las metas de reducción de la pobreza de aprendizajes. De hecho, he leído en un estudio, y resulta descorazonador, que la pandemia podría llevar a que 72 millones de niños más queden excluidos de la educación primaria o no adquieran un nivel mínimo de comprensión lectora cuando la terminen.

Pero la pandemia, indiscutiblemente, también está afectando a la situación sanitaria. Ha aumentado el gasto sanitario de unas familias que ya afrontaban enormes limitaciones financieras para afrontar este gasto antes de la irrupción del nuevo virus; y, al mismo tiempo, se estima que la crisis sanitaria ha elevado en 130 millones de personas el número de afectados por lo que se considera el hambre crónica.

Por tanto, es claro el impacto, en términos educativo y sanitario, por cuanto a que afecta a la creación de capital humano y esto condiciona enormemente el crecimiento económico de un país.

¿De qué factores dependerá la capacidad de respuesta de los países en vías de desarrollo?

En estos momentos, de manera más inmediata, la capacidad de respuesta de estos países dependerá, en primer lugar, del ritmo al que avance la campaña de vacunación en cada caso y, en segundo lugar, de los medios con que cuenten para paliar las consecuencias de la crisis económica que ha provocado la pandemia. En uno y otro tema, la cruda realidad se impone una vez más.

Sobre la campaña de vacunación, actualmente, en Estados Unidos, más del 40% de la población ya está vacunada. Prácticamente en todos los países de la Unión Europea, ese porcentaje ya supera entre el 20-30% (entre ellos, España). En cambio, los países más pobres todavía están luchando para conseguir que sus trabajadores esenciales sanitarios reciban su dosis. Consideremos países de distintas regiones, por tener una visión más completa. Países como Uganda, Vietnam, Egipto, Honduras, y muchos otros, aún no han vacunado al 1% de sus habitantes; en algunos casos no llegan ni al 0,1%. En India apenas un 4% de sus más de 1.360 millones de habitantes ha sido vacunado.

La respuesta a la crisis económica y los medios para afrontar las consecuencias económicas de la pandemia están siendo, de todo punto, insuficientes. Además, esa respuesta está siendo extremadamente irregular. De nuevo, un dato para tener en cuenta: en nuestras economías avanzadas, los paquetes de estímulo que se están poniendo en marcha para hacer frente a la crisis representan el 15-20% del PIB –en el caso de la UE, el famoso NextGenerationEU es el fondo de recuperación más importante de la historia–. En las economías que llamamos emergentes, de nivel de ingreso medio, esos paquetes suponen en torno al 6% del PIB. Y en los países más pobres, estos no llegan al 2% del PIB. Es evidente que estas economías solas no van a conseguir superar este reto mayúsculo.

Con la pandemia a nivel global, parece imponerse la necesidad de interdependencia global. ¿Será la cooperación internacional un elemento decisivo?

En estos momentos, la tentación de pensar en términos nacionales es lo más fácil. Es obvio que la prioridad de los gobiernos de todas las economías –también de las más avanzadas–, ha de ser controlar la expansión de la pandemia en sus territorios y sus consecuencias económicas. Además, pensar en términos nacionales es probable que sea una tentación en esta época de nacionalismos exacerbados pues puede reportar réditos electorales.

Pero, si bien lo más fácil es pensar en términos nacionales, es evidente que fácil no es sinónimo de sabio, ni de justo, ni de eficiente. Y es que siendo, como tiene que ser, la prioridad de los gobiernos atender a sus propias poblaciones, lo que está claro es que salvaguardar la cooperación con las naciones en desarrollo también debe ser una prioridad. Por de pronto, porque la cooperación es una inversión en crecimiento, no es un gasto (en economía se suele distinguir entre inversión y gasto).

Por otra parte, en el pasado se ha podido comprobar de manera muy dolorosa, que cuando no atiendes a tiempo necesidades acuciantes de la población más desfavorecida de los países de menores niveles de ingresos, a la larga, eso acaba dando lugar a mayores desembolsos futuros, porque, al final, la comunidad internacional tiene que financiar los paliativos de unas tragedias que, además, se podrían haber evitado y eso es lo más lamentable.

Cuando abordo el tema de la cooperación, siempre digo que es un error pensar que la cooperación al desarrollo es un lujo para tiempos de bonanza. Ahora es más necesaria que nunca. De alguna manera, resulta chocante que tengamos que ofrecer una justificación para las medidas que buscan salvar vidas o medios de vida, cuando es algo que no debería ser necesario. Pero, puestos a ofrecer esa justificación, en las actuales circunstancias, me gustaría dejar claro que contribuir por parte de las economías avanzadas al control de la pandemia a escala internacional nos interesa, en estos momentos, a todos, también a nuestras naciones desarrolladas.

Recientemente, he leído, en un informe publicado por el FMI, que se estima que, con un final anticipado de la pandemia (si consiguiéramos controlar de manera anticipada la pandemia), se inyectaría con ello en la economía mundial nueve billones de dólares de aquí a 2025. Eso se traduce en aumentos de PIB, aumentos en la recaudación (que, en países endeudados como España, es un objetivo de primera necesidad); y precisamente ese informe estima que las economías avanzadas serían las que obtendrían los mayores frutos de ese esfuerzo. Lo resumía en un dato que me ha llamado poderosísimamente la atención. Este esfuerzo, que además el FMI lo cifra de manera muy precisa, con objetivos, necesidades de financiación, etc., permitiría obtener la rentabilidad más alta de la inversión pública de toda la Historia moderna. Creo que parece una inversión bastante acertada.

Entonces, ¿hay que reforzar la cooperación internacional? Sin duda.

En España, siempre hemos tenido malentendidos con el tema de la cooperación al desarrollo; quizá, porque no siempre se han gestionado bien los fondos. ¿De qué manera puede hacerse una cooperación eficaz?

¿De qué manera? Se trata de canalizar la iniciativa en dos ámbitos prioritarios.

En primer lugar, hay que atajar la crisis sanitaria. Se debe asegurar el acceso en todo el mundo a las pruebas diagnósticas, los tratamientos y por supuesto las vacunas. Alienta comprobar que se ha puesto en marcha, ya desde abril de 2020, poco después de que arrancase la pandemia, una iniciativa conocida como el “Acelerador del acceso a las herramientas contra la Covid-19”, que busca que lleguen los diagnósticos, los tratamientos y las vacunas a todo el mundo. En esta iniciativa están implicados numerosos actores: gobiernos, científicos, empresas, organizaciones de la sociedad civil, filántropos, organizaciones sanitarias mundiales… y lo más conocido de este acelerador es la famosa iniciativa COVAX, que es el fondo de acceso global para las vacunas, que busca garantizar un acceso global y equitativo a las vacunas. Es la primera de las vías por las que tenemos que ir intensificando la cooperación internacional y que urge reforzar porque, en estos momentos, los gobiernos de las economías avanzadas han adquirido la mayor parte del suministro de vacunas disponible y porque el avance del ritmo de vacunación en los países en desarrollo es claramente insuficiente, tal y como comentábamos antes.

En segundo lugar, hay que ofrecer una ampliación del margen de maniobra que tienen los países más pobres para afrontar la crisis. Para que nos hagamos una idea, las economías de ingreso bajo se encuentran en el nivel inferior de la clasificación ofrecida por el Banco Mundial, que divide a los países en cuatro categorías según el nivel de ingresos: ingreso alto, medio-alto, medio-bajo y bajo. En el caso de las naciones de ingreso bajo, su renta media no llega a los mil dólares per cápita anuales. Cuando explico esto, siempre le digo a mis alumnos que con la renta anual que obtiene por término medio un ciudadano en un país de ingreso bajo no se compra ni medio bolso de Prada. Pues bien, si antes de la propagación de la Covid-19, la mitad de estos países, los más pobres de la tierra, ya estaban sobreendeudados, ahora se encuentran ante un escenario más sombrío aún como consecuencia de la pandemia. Es por tanto absolutamente imperativo ofrecerles una inyección adecuada de liquidez internacional; esos fondos actuarían como el oxígeno que se ofrece a un paciente que se está ahogando.

Entonces esa inyección de liquidez internacional sólo puede abordarse desde las instituciones multilaterales (FMI, Banco Mundial).

Exacto. Algo se ha hecho ya. En mayo de 2020 se puso en marcha una iniciativa por parte del Banco Mundial, el FMI y el G-20, que se llama la Iniciativa de suspensión del servicio de la deuda, por la que se acordó suspender temporalmente los pagos del servicio de la deuda de los países más pobres; de tal manera que esos recursos que tenían que ir a afrontar o asumir los compromisos en materia de deuda externa pudiesen desviarse a la lucha contra la pandemia y sus consecuencias económicas. Se estima que unos cinco mil millones se han podido de este modo redirigir a estas necesidades esenciales.

Esa iniciativa estaba previsto que finalizara el 31 de diciembre de 2020, pero la buena noticia es que se ha prorrogado hasta diciembre de 2021. Así y todo, es sólo un primer paso, porque los acreedores privados no están participando.

Todo este conjunto de iniciativas supone un esfuerzo muy pequeñito en comparación con los gigantescos beneficios que reporta. La pandemia está poniendo de relieve, como antes he apuntado, que hay una necesidad imperiosa de mayores dosis de solidaridad y cooperación internacional; y frente a ese riesgo de que los países ricos se centren en sus propias necesidades, lo que hay que poner de manifiesto es que el problema de esa actitud es que puede dejar atrás a las poblaciones más vulnerables de los países en desarrollo, y eso me parece que hay que descartarlo. No es viable ni desde un punto de vista ético ni desde una perspectiva eminentemente práctica, porque a todos nos interesa que la pandemia y sus efectos se controle a escala global. El mundo no va a ser un lugar seguro hasta que todos sus habitantes estemos protegidos.

Por tanto, resulta imperativa la necesidad de mayores dosis de cooperación internacional.

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