Entrevista a Fernando de Haro

`El Covid ha destapado la disociación entre la globalización económica, cultural y de la gobernanza`

Cultura · Gonzalo Jiménez Tapia
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4 mayo 2020
Gonzalo Jiménez Tapia, estudiante de doble grado en Historia y Periodismo, entrevista al director de paginasdigital.es con motivo de la publicación de su último libro, ‘La ventaja de mirar insistentemente una lata de sopa’, Ediciones Encuentro, 2020.

Gonzalo Jiménez Tapia, estudiante de doble grado en Historia y Periodismo, entrevista al director de paginasdigital.es con motivo de la publicación de su último libro, ‘La ventaja de mirar insistentemente una lata de sopa’, Ediciones Encuentro, 2020.

Son muchas las entrevistas que ha concedido sobre la persecución de los cristianos, pero acaba de publicarse su último libro hace dos meses, sobre el que se le ha preguntado poco. Por esa razón hoy le quiero preguntar sobre ‘La ventaja de mirar insistentemente una lata de sopa’. La historia que cuenta en la introducción sobre las latas de Warhol y su visita a Cambridge me lleva a preguntarme sobre la globalización. Dentro de las críticas que asocia usted a esa sociedad que se ha hecho individualista parece que culpa a la globalización. ¿Es la globalización el problema de esa sociedad individualista o hay más factores?

No creo que la globalización sea culpable de la situación en la que estamos. La globalización desvela una debilidad cultural sobre todo en Occidente, porque toda la cultura occidental en los últimos dos o tres siglos se ha basado en el ideal de la Ilustración que se ha acabado. Ese ideal consistía en tener unos valores comunes que fuesen capaces de superar los enfrentamientos entre los europeos. En realidad, este modelo basado en unos valores que no reclaman a su fundamento provoca que la Ilustración entre en crisis.

La globalización no creo que sea mala. Tiene efectos muy positivos, pero desvela la crisis previa, que es una crisis antropológica y cultural. Esos valores universales abstractos de la Ilustración, antes de que la globalización se materializara, habían perdido consenso y su sostén. El modelo ilustrado sostiene que hay una serie de valores universales que por su propia fuerza se van a imponer. Con la globalización se desvela que no se han impuesto, que no son compartidos.

Incluso la crisis del Covid-19 nos va a ayudar a comprender que la globalización es más aparente que real. Hay ciertamente una globalización del consumo, pero bajo la globalización perviven unas diferencias culturales que he podido constatar en mis viajes. La globalización, sobre todo, provoca una reacción contraria de aquellas culturas previas que han quedado muy debilitadas.

¿Se refiere a lo que menciona en el libro de una presencia del nihilismo en el islam o a la pérdida de valores en Europa que se ha trasladado a otros países occidentales?

Exacto. Las culturas básicas están en crisis. Está en crisis la cultura occidental y el mundo cultural y religioso del islam. Además, yo conozco menos, pero me he podido asomar al mundo hindú, que es muy importante. Hay que tener en cuenta que India tiene un gran peso. Esas tres culturas están en crisis, estaban en crisis antes de la globalización. La globalización provoca un estado de perplejidad y entonces se desarrolla el nacionalismo, el particularismo, el soberanismo.

Un nacionalismo que puede tomar vías violentas como en el hinduismo político o el islamismo del Daesh y Boko Haram introduce la teologización de la soberanía y del islamismo. ¿Cómo es ese proceso en el islamismo?

Es un proceso complejo. Hemos simplificado mucho el islamismo político por desconocimiento del islam. Como si necesariamente las formas de islamismo político que estamos viendo en este momento, que llega a sus extremos con el yihadismo, sean esenciales al islam. El estudio de la historia del islam refleja que no hay una separación entre Iglesia y Estado como sí la hay a partir de un cierto momento en el cristianismo. Pero no necesariamente la relación entre islam y política tiene que ser como la que vemos desde finales de los años 70. Ese fenómeno tiene que ver con una serie de corrientes dentro del islam, del sunismo y el chiismo, que se producen en el ámbito del pensamiento a principios del siglo XX. En el sunismo es claro con Hassan Al Banna y los Hermanos Musulmanes. Y también se le puede seguir la pista al chiismo. Ese corpus de islamismo político en realidad está copiado de fórmulas de filosofía política occidentales, en las que hay una trasferencia de sacralidad desde lo religioso hacia la política. Ese proceso que comienza en el siglo XX, dentro del islam se acelera a partir de los años 70. Hay que recordar tres sucesos importantes en el mundo del islam: la revolución iraní a finales de los años 70, el giro que da Egipto con Sadat, que se acerca a los Hermanos Musulmanes, y la hegemonía que produce la crisis del petróleo para los países del Golfo y el salafismo. Todo eso provoca un desarrollo del islamismo político que con motivo de la globalización se exacerba. Creo que el Daesh, Al Qaeda y todas las formas de yihadismo, como dice Olivier Roy, son más una respuesta nihilista a la amenaza de una globalización que diluye identidades que algo que pertenezca a la tradición del islam. La reacción que hemos visto en los últimos años dentro del islamismo político y el yihadismo tiene mucho que ver con la guerra del Golfo y la invasión de Iraq en 2003. Eso es muy emblemático. La invasión de Iraq por parte de EE.UU. decidida por Bush es una decisión política y militar que se toma en nombre de los valores cristianos, pero de espaldas al cristianismo real, que es el cristianismo de las comunidades que hay en esa zona.

Nihilismo que también se produce en el cristianismo europeo y occidental que parece haber olvidado sus principios que, no obstante, sí mantienen intactas las comunidades cristianas que ha podido visitar por todo el mundo. Además, el cristianismo ha perdido esa parte de acción civil y política y se ha introducido en un individualismo que parece afectar al mundo entero. ¿Cómo ha afectado la globalización al cristianismo y cómo afecta el nihilismo a nivel práctico en la Europa occidental?

La cultura occidental piensa que es posible sostener unos valores cristianos sin la experiencia que sustenta esos valores, que es la experiencia del cristianismo, de un acontecimiento, de una gracia, de una belleza encontrada. El tiempo ha demostrado que los valores sin su raíz son incapaces de mantenerse en pie y acaban en un nihilismo. Un cristianismo ético-cultural como se pensó por ejemplo en el periodo de entreguerras o en la postguerra de la Segunda Guerra Mundial no se mantiene en pie. El proyecto ilustrado ha ido teniendo diferentes fases de renovación.

Tendríamos que hablar de diferentes fases de implantación del modelo ilustrado. Desde la revolución francesa, o desde que se desarrolla el proceso ilustrado, hay diferentes momentos en los últimos siglos en los que ese proyecto se intenta hacer resurgir y acaba cayendo en crisis. Por ejemplo, el final de la Segunda Guerra Mundial despierta, con el apoyo de EE.UU., el optimismo sobre el consenso de los valores ilustrados. La crisis más contundente es la última, en la que se hace ya evidente que la universalidad abstracta de los valores ilustrados es incapaz de mantenerse en estos momentos del siglo XX. A eso me refiero cuando veo relación entre valores cristianos y nihilismo.

Sobre esos valores cristianos hace hincapié en la parte final del libro. Tal vez los cristianos en Occidente deban activarse a través del activismo social y político para llevar los valores cristianos originarios a la sociedad en la que viven. ¿Ve alguna fórmula para que los valores cristianos occidentales se trasladen a la política o a la acción civil en estos días?

Lo que subrayo es que hay una forma de hacer política que se basa en la confrontación, en la diferencia. Es necesario en esta época de populismo, de soberanismo, de populismos de izquierdas y de derechas, que la política retome la evidencia de que los otros son un bien, no son enemigos. Y esto es una cosa que se puede reconocer no solo por parte de los cristianos sino por parte de muchos. Yo creo que incluso esta crisis del Covid-19 nos ha enseñado que no podemos seguir con la política de la polarización.

Pero yo no hago una propuesta para que los cristianos retomen sus valores y eso les haga ser más activos en la militancia. Simplemente, porque relato mi propia experiencia, lo que cuento es que está todavía por descubrir cuál es la verdadera naturaleza del cristianismo. Que no es una cuestión ética, doctrinal, sino la experiencia de un acontecimiento. En esa tarea, que los que somos cristianos tenemos por delante, lo importante es redescubrir la naturaleza del cristianismo. Es un acontecimiento que se propone a los demás a través de la libertad. Y eso provoca también un redescubrimiento de la aportación que se puede hacer a esta sociedad en transición. Que no es tanto un proyecto hegemónico para preservar con el poder ciertos valores, ni un proyecto ético para intentar detener el derrumbe de los valores occidentales. Se trata, como en los primeros siglos, de testimoniar la belleza de una vida encontrada. Y eso supone una gran aportación para la vida pública porque en el mundo en el que estamos, las cuestiones de sentido están muy privatizadas. Creo que es interesante aportar a la vida pública la experiencia de un reencuentro con el cristianismo como experiencia de gracia, de libertad, que no se apoya en el poder y que no se concibe como el último bastión moral de una crisis. Eso es lo que se puede aportar a la vida pública.

Y eso puede ayudar a esa idea de bien común que menciona en el libro.

Exacto. Yo creo que, en este momento en una sociedad plural como la nuestra, todas las energías que puedan contribuir son necesarias. Lo hemos visto en la crisis del Covid-19. Junto a la razón que busca la mejor organización de la democracia, nuestra democracia necesita revitalizarse por las experiencias de cada una de las comunidades presentes. Es decir, nosotros podemos aportar al bien común en la medida que mostramos primero la experiencia positiva que hemos tenido en el encuentro cristiano y ofrecemos libremente lo que nos ha sucedido a través de obras, de trabajo con otros. Esa experiencia de encuentro se trasforma en testimonios de caridad, en formas diferentes de hacer política. Todo esto sin pretender ocupar espacios, sino abrir procesos como dice el Papa Francisco. La gran aportación en esta sociedad en la que todos estamos perplejos, en esta democracia que está cansada, es saber abrir procesos. ¿Qué quiere decir abrir procesos? Abrir un proceso es preguntarnos cómo se entiende lo público y lo privado, cómo podemos volver a reencontrarnos, cómo se puede afirmar al otro por encima de las diferencias, cómo se pueden atender los retos de creación de empleo, de la crisis del Estado de bienestar. En todo eso, la energía que nace del acontecimiento cristiano tiene la ocasión de mostrar su frescura y su novedad, ofreciéndose libremente y no con el viejo esquema de conseguir un proyecto hegemónico que acaben necesariamente reconociéndolo todos, ni tampoco con la vieja idea de que el cristianismo está en el mundo para frenar la crisis de valores.

El libro se escribió antes de que sucediera la crisis del coronavirus, por eso solo menciona tres grandes crisis, la económica de 2008, la migratoria y del terrorismo. Ante este nuevo escenario, ¿considera que van a cambiar parámetros que comenta en el libro ante esta crisis sanitaria?

El escenario es totalmente diferente, pero creo que hay elementos de fondo que ya estaban ahí apuntados. El Covid-19 ha puesto de manifiesto una disociación entre la globalización económica (la libertad de mercado, la libertad de movimiento y la libertad de circulación de mercancías) y la globalización de la gobernanza y de la cultura. Es muy complicado mantener una globalización puramente económica, eso ya lo apuntaba en el libro. Como muestra el Covid-19, la globalización exige, ya que se ha producido una crisis de la soberanía nacional, un cierto gobierno del mundo. Lo estamos viendo en el ámbito sanitario y económico. No podemos haber modificado de facto las instancias de soberanía, pero no haber hecho una trasformación institucional que incluya una cierta soberanía global, esta es una base fundamental.

Luego hay otra cuestión importante. Tenemos que comprender, desde el punto de vista cultural y antropológico, qué significa la globalización. No podemos dar por supuesto –y creo que después del coronavirus se acentúa– que la globalización económica significa que compartimos formas de ver el mundo semejantes. De hecho, el Covid-19 ha demostrado una determinada reacción, por ejemplo, en el mundo asiático, en China, ante la pandemia. En Occidente, ahora estamos debatiendo si el modelo asiático que rechaza o que respeta menos ciertas libertades es más conveniente para luchar contra la pandemia. Todo eso tiene un fondo antropológico sobre el que tenemos que conversar. Nuestra tradición y experiencia nos dice que, como hombres occidentales, debemos dialogar con todo el mundo, con los líderes de países de mayoría musulmana. Creemos que de facto se ha construido una universalidad antropológica que en realidad no existe. No podemos suponer que la globalización ha venido acompaña de una nueva universalización que en realidad no se da.

Las ideas del libro tienen validez tanto para la sociedad de hace diez años como para la de hoy, en el sentido de que representa esa sociedad vacía de valores que tiene que reinventarse…

Yo emplearía otra expresión, diría que la nuestra es una sociedad sedienta de sentido. En realidad, no podemos responder a una crisis dando como solución lo que hemos visto que no ha funcionado. La ética no funciona, no es capaz de responder a la profundidad de la crisis.

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