El claustro y el voto útil (y el voto católico)
No nos engañen. El voto útil es el coto útil de unos y de otros. Es una terminología que se entiende, pero es imposible explicar. Confunde al personal, y mientras aglutina, por un lado, se descomponen las filas por el otro.
Hay votos útiles para todos los gustos, de todos los sabores, de todo color. Cabe pensar que acaso, el único voto útil es el que se realiza en conciencia, con un programa electoral delante, y ponderando declaraciones y hechos de los candidatos.
Todo lo demás, es entrar en una lógica electoral y demoscópica, lejana para el común de nosotros, que no considera al ciudadano más que como un mero elector. Como si un monje, al entrar en la Sala Capitular, solo fuera un elector, y dejara fuera, en el claustro, el resto de las dimensiones de su condición religiosa. Dimensiones que, por cierto, se describen perfectamente en los cuatro lados del claustro cisterciense, benedictino en todo caso.
Así, el claustro lo forma un ala corporal, que sustenta a los monjes (cocina, templete con fuente, calefactor y refectorio); un ala anímica, del intelecto, la mente y la palabra, que incluye locutorio (sin móviles), el scriptorum y la Sala Capitular, sobre la cuál se levanta la nave-dormitorio, del mundo de los sueños; un ala espiritual, con la iglesia y el coro; y, finalmente, un ala social, donde los pobres se sitúan en el centro, y dónde podemos amar al otro en Dios, previo amarnos a nosotros mismos y previa aceptación de nosotros mismos -con nuestras pesadas mochilas- (Bernardo de Claraval).
El ciprés del claustro, que es donde los pajarillos se resguardan, es el Buen Dios, que algún día nos acogerá como lo hace el árbol cenizo con las aves, con hermosura y eficacia. ¿Dónde se resguarda el incauto ciudadano apelado al voto útil? ¿Qué es el voto útil? En todo caso, ¿útil para qué?
Recientemente viajé a Poblet, para pasar un par de días en aquel monasterio. Más de 800 años de historia y una habitación algo encantada me dieron tiempo para pensar. El tiempo que te da una amplia familia con niños pequeños. Días antes, estuve en una pequeña casa de campo francesa, con unos amigos que tras haber leído Laudato Si, dieron un giro sostenible, ecológico, humanista, a sus hábitos de consumo, entrando por la puerta grande de una iglesia francesa chica, pero convencida. El voto útil rondó en conversaciones de “guasap”, que cruzaron los Pirineos y subieron por el valle del Ródano día y noche. Y mientras tanto, un canto a la Virgen en francés salía hacia otra dimensión, desde las gargantas de unos petit enfants, teniendo por intermediarios las ventanas de una buhardilla de la campiña francesa. El voto útil, decía.
Para Jacques Maritain (Liturgia y Contemplación), “el gran servicio de una comunidad benedictina al mundo moderno es ayudar a la persona humana amenazada por la masificación técnica y, ayudar a muchas almas sedientas de contemplación y de una vida de oración, amenazadas por la fiebre del activismo”. Casualidad o no, este libro, con esta frase cayó en mis manos en Lyon. Y a mí, este activismo, me recuerda mucho al voto útil. Se entiende, pero es extenuante, porque olvida que el voto es instrumento para la construcción de la sociedad común, de la comunidad política, y no al revés, un instrumento, tanto el hombre como la mujer, al servicio de una lógica electoralista.
Comer (ala corporal), pensar (ala anímica), orar (ala espiritual) y amar al prójimo como a uno mismo (ala social). Son las dimensiones de un monasterio, donde buscan los monjes la perfección en Dios, creciendo en humildad.
Lo contrario de la política, pero ésta también posee un sentido profundo que va más allá de la táctica y la apelación al voto útil -que es una forma suave de polarizar también-, y diría que hunde sus raíces, al menos en el parlamentarismo inicial, en aquellas Salas Capitulares, o en los atrios de los Consejos abiertos a las puertas de las iglesias medievales, de no menos de 800 años. La palabra, el voto secreto, la elección del abad, todos los monjes candidatos, prohibida la campaña en favor de uno o de otro, acercamiento y diálogo previo a la votación… Y respeto a todas las dimensiones del monje, la humana, integral.
Vivir en el mundo sin ser del mundo. Vivir en un monasterio sin pertenecer al monasterio, sino a Dios. Solo es posible siendo de Dios. Acaso sea este el voto católico, que se ha negado en estas páginas referido a la pertenencia y adscripción partidista. Un voto en conciencia, capaz de abrazar todas las dimensiones de la persona y, en consecuencia, capaz de poner en juego esa libertad en nuestras vidas. Y que estas, de alguna forma, son ese monasterio con esas alas tan difíciles de conjugar al tiempo.
¿Qué nos aglutina en democracia? ¿El voto útil o el latido del ciprés? ¿El voto útil o la advertencia de que lo que se acuerda en la Sala Capitular ha de llevarse y enseñarse al mundo? En Francia, en este viaje, aprendí que, a nuestra Nación vecina, tan diversa ella, le aglutinan los fuegos artificiales en un 14 de julio y poco más, y como ha dicho recientemente Guy Sorman, en ABC, andan aprendiendo a convivir. En Poblet, aprendí la importancia de contemplar todas las dimensiones. Y que la política, da respuesta muy parcial a estas. Y que el voto útil, es todo voto que se deposite con la intención de construir, con el convencimiento de “salir fuera” y convivir.
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