El camino del corazón inquieto

Editorial · Fernando de Haro
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11 agosto 2025
El camino que propuso el Papa es el de la sed, el de búsqueda, “el de las preguntas que no tienen una respuesta simplista o inmediata”. La soledad que provoca la necesidad de sentido no es un problema que haya que resolver con prisas, una patología que haga necesaria la medicina de la masa.

El Jubileo de los Jóvenes ha reunido a cientos de miles de chicos de todo el mundo en Tor Vergata. León XIV les ha propuesto que no sean masa, les ha propuesto como método su corazón inquieto, su búsqueda de sentido. El Papa no solo ha hecho una bonita homilía para los jóvenes. En una de las intervenciones más rotundas desde que comenzó su pontificado, ha propuesto la intensidad de la pegunta de san Agustín, la fuerza del yo, la indagación personal, como camino para la Iglesia, como modo de comprender la fe que responde al hombre de este comienzo del siglo XXI.

El joven (el adulto) de este tiempo es el joven (adulto) tentado por la masa. Aterrado, incluso de forma inconsciente, por el miedo que le provoca su sensación de profunda soledad, busca en las multitudes, en la masa, protección y cobijo. Quiere huir de su aislamiento fundiéndose con otras soledades, sintiendo la anestesia de la compañía, el aliento del grupo. Al joven (adulto) de la masa le aterra el sonido de su propia voz, el dramático grito de su corazón. Quiere que esa voz y ese grito queden silenciados. Por eso busca la voz impersonal de la masa, la voz de los líderes que han decidido de antemano cuál debe ser el contenido del discurso. El joven (el hombre) masa traslada su insatisfacción, y su responsabilidad a la multitud en la que se siente justificado. La masa exime de toda culpa y proporciona una falsa seguridad. Si te expresas con la multitud nunca tendrás dudas, si condenas con la multitud no te equivocas.

La masa ahorra las preguntas, solo proporciona respuestas prefabricadas. La masa genera satisfacción cuando insiste en que ha rescatado a muchos de soledad. En la masa las fronteras están claras: hasta un determinado límite la tierra de los nuestros, a partir del límite la tierra de los otros. Digámoslo con palabras antiguas: la masa es la forma de la salvación. El hombre y el joven no eran nada antes de la creación de la masa, ahora, por fin, lo es todo.

Las redes sociales potencian la masa. Y la  masa ha acabado por convertirse en la forma de todas las relaciones, en las comunidades de vecinos, entre los trabajadores de una empresa, entre los ciudadanos, y entre los miembros de las iglesias. Sí, también en las iglesias. La huida de la soledad, la respuesta sin pregunta, la compañía sin drama, el anonimato al afirmar el contenido del dogma, la devoción sin razón, es en muchos casos la forma dominante de la interpretación cultural de la fe.

Por eso ha sido tan determinante la homilía que León XIV dirigió a los jóvenes en Tor Vergata el pasado 3 de agosto. El camino que propuso el Papa para la Iglesia católica ahora que entramos en el segundo tercio del siglo XXI es el de la sed, el de búsqueda, “el de las preguntas que no tienen una respuesta simplista o inmediata”. La soledad que provoca la necesidad de sentido no es un problema que haya que resolver con prisas, una patología que haga necesaria la medicina de la masa. “No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro […]. ¡No estamos enfermos, estamos vivos!” decía el Papa León citando al Papa Francisco. Estamos hechos “no para una vida donde todo es firme y seguro, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don”.

Es muy significativo que en este momento de encrucijada histórica que León XIV proponga una y otra vez la figura de san Agustín como referencia. También en este tiempo, como a mediados del siglo IV, cuando el Imperio Romano se desmoronaba, parece imposible encontrar seguridad alguna. El Papa, una y otra vez señala al Agustín de las Confesiones como guía, señala la vía del yo, del corazón inquieto, como camino para la humanidad y para la Iglesia. No la masa de la consolación sino la inquietud del corazón: “hay una inquietud importante en nuestro corazón, una necesidad de verdad que no podemos ignorar, que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es realmente la felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué es lo que nos libera de los pantanos del sinsentido, del aburrimiento y de la mediocridad?”. No la comunidad como refugio y solución a todos los problemas sino la comunidad que se apoya en perseguir la ley de la inquietud: “nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

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