El callejón sin salida de Greta&co.

Sociedad · Maurizio Vitali
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11 noviembre 2021
Para reducir las emisiones que alteran el clima, como ha pedido hasta el papa Francisco, hacen falta mediaciones y acuerdos políticos, no el “todo ahora” que de Greta&co.

“Las ganas y la necesidad de salir, de mostrarse en las calles, hay que retomar el camino para conocer quiénes somos”. Como canta Gaber, se puede mirar sin enarcar la ceja de manera escéptica, independientemente de la marea verde de Glasgow, a esas cien mil personas que invocan la salvación del planeta, y por tanto de las generaciones futuras. Antes de cualquier otra valoración –cultural o política– sería bueno reconocer en ellos su deseo de afirmar un valor ideal, bienvenido sea. Han salido de las “casas donde nos escondemos” (con sus redes sociales, teletrabajo, sofá y pantalla) y no se han puesto a romper escaparates. Incluso alguno de sus eslóganes tenía cierta gracia, como “los dinosaurios también creían que aún tenían tiempo”. Ese valor ideal del que se trata corresponde además a una urgencia reconocida por la mayor parte de la comunidad científica.

El G-20 de Roma, la Cop26 de Glasgow… Las decisiones políticas se han tomado, ahora les toca a los técnicos poner a punto las cuestiones operativas. El cónclave de los veinte países más desarrollados del mundo (que no solo se refería al clima), productores del 79% de las emisiones que contribuyen al cambio climático, acordó no superar los 1,5 grados centígrados de incremento medio en la temperatura global. No para 2050 como se esperaba, ni siquiera para 2070 como pedía India, ni para 2060 como quería China, sino “en torno a mediados de siglo”. Mientras tanto, cientos de miles de millones de dólares irán a parar a los países más vulnerables. La política es el arte de lo posible, no el polígono de la intransigencia. Cuando se trata de buena política, se entiende.

En Glasgow se han tomado decisiones limitadas, pero algo es algo. Algo concreto se ha movido en el camino estrecho, pero es el único que hay, de la multilateralidad. Por ejemplo el stop, a partir de 2022, a la financiación pública de las centrales de carbón, firmado por 25 países. La eliminación del carbón antes de 2040 ha puesto de acuerdo a 23 países, entre ellos Indonesia, Corea del Sur, Polonia o Ucrania. Acuerdos y dinero también para la agricultura sostenible y para las zonas marinas protegidas, entre otras cosas. No es mucho, pero menos es nada.

Bla bla bla. Traición. Este es el juicio, de guion, perentorio y maximalista, más de lo que exigiría un eslogan, abanderado por Greta y sus hermanas. Que va a la par de otro: “Nosotros somos los verdaderos líderes (mundiales, se sobreentiende) y no vosotros los políticos del bla bla bla”. Si esto es liderazgo, tampoco hay motivos para ser optimistas ante el deseo de estos manifestantes porque:

1) Un valor ideal que no se somete a la comprobación de la realidad no arriesga juicios ni compromisos, o se diluye o se vuelve violento. Parece un déjà-vu.

2) La realidad es compleja. La simplificación ayuda a mantener el consenso (¿quién no está de acuerdo con “salvar el medio ambiente”?) pero solo tener en cuenta el mayor número posible de todos los factores permite una aportación positiva y podrá contrastar con una actitud ya muy difundida, la de “yo tengo el derecho, ellos la obligación”.

3) Todos los factores significa el aspecto económico y social. Una transición ecológica (change now, dice Greta) de la noche a la mañana, suponiendo que fuera posible, sería un desastre económico (se habla muy rápido de financiación, ¿pero quién paga?), social (¿cuántas personas sin empleo o descartadas?, ¿cuántas prácticamente esclavas en las minas de cobalto del Congo, por poner un ejemplo?) y quizá también medioambiental (¿con qué se produce la electricidad?, ¿dónde acabarán miles de millones de baterías?…).

4) Hay que tener en cuenta que el primer actor fundamental implicado a la hora de asumir esta sabiduría y responsabilidad es la política. La de los propios Estados, no la mundial, frente a poderes económicos y financieros multinacionales que tienen la sartén por el mango. Disparar contra la política y augurar otro liderazgo mundial, además de ser retórico, no ayuda.

5) Es impensable un desarrollo sostenible “Estado-céntrico” (todo se resuelve con el Estado, que decide y financia, esa parece ser la perspectiva –bastante vieja– de Greta y sus hermanas). Un desarrollo sostenible es necesariamente subsidiario, no puede dejar de implicar a las comunidades sociales y económicas “de abajo”, mirando las buenas prácticas, apoyándolas, aprendiendo de la realidad a construir modelos. Esas son las “comprobaciones y confrontaciones” (copyright Gaber)… que en las calles de Glasgow aún no se han visto.

6) En vísperas de la Cop21, en 2015, se publicó la encíclica del papa Francisco Laudato si’. Muy laudata entonces; ahora olvidada. Ese documento habla de “ecología integral”, que comprende “la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e integradora. Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma…” (n. 141). Y añade: “…ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos… Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración” (n. 202).

Un camino que comienza ahora, pero que no lo obtiene todo ahora. Crear un icono, como el de Greta y sus hermanas, si eres bueno puedes hacerlo rápido. ¿Pero dónde va a llegar? Para recorrer un camino, al menos hay que preguntarse qué es lo que dura en el tiempo. Y qué es lo que construye. Sin acabar en la violencia o en el desmantelamiento del ideal.

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