El califa pierde apoyo entre los jóvenes árabes
Para los jóvenes árabes, el Isis ya no es un mito al que mirar, si es que alguna vez lo ha sido. De hecho, representa “el mayor problema de Oriente Medio” y su proyecto está destinado a fracasar. Solo el 36% considera actualmente (en 2012 eran el doble) que sus países se encuentren en mejores condiciones que antes de las revoluciones del norte de África y Oriente Medio. Son algunos datos del Arab Youth Service, una encuesta anual realizada por la empresa de consultoría Burson-Marsteller entre 3.500 jóvenes de 15 a 24 años residentes en países árabes. Los milicianos que ondean la bandera negra solo recogen un 13% de apoyos, un 6% menos que el año pasado. Apoyos que además están condicionados, por parte de quienes los expresan, a la renuncia de la violencia por parte del Isis, quien más bien hace de la violencia su plato principal. Desempleo y falta de oportunidades se consideran las primeras causas de la radicalización, caldo de cultivo donde los yihadistas buscan seguidores.
El problema de fondo, por tanto, es la perspectiva de vida que se propone a los jóvenes desde las sociedades en las que viven, exactamente igual que pasa en Europa, donde el Daesh alista militantes cada vez en mayor medida. Pensemos en la respuesta de Sebastien, uno de los rehenes del atentado del Bataclan en París el pasado 13 de noviembre. A la pregunta del periodista sobre si había aprendido algo de esa experiencia, Sebastien responde: “No mucho, solo que necesitaban un ideal y que el mundo occidental donde vivían no les ofrecía ninguno. Y han encontrado un ideal mortífero, de venganza, de odio, de terror”. El ideal mortífero, la sirena del nihilismo, ejerce su fascinación allí donde falta un ideal de vida, una perspectiva positiva sobre la que intentar construir la propia existencia. Tanto en Europa como en Oriente Medio. El vacío en la propuesta –junto a la falta de empleo, el instrumento principal con que la persona puede ponerse en acción– constituye el origen de esa desesperación que tantas veces degenera en violencia.
No basta con elevar el nivel de seguridad, no bastan los servicios de inteligencia, no bastan las medidas de represión, si no se mete mano a la cuestión de fondo, si no se tiene el valor de mirar a la cara el malestar que se acumula como una bomba de relojería en esas periferias geográficas y existenciales a las que incansablemente nos pide mirar el Papa Francisco.
Esta investigación que refleja el estado de ánimo de los jóvenes árabes destaca que dos tercios de los encuestados piden a los líderes de sus gobiernos que hagan más por las libertades individuales y los derechos humanos, sobre todo de las mujeres, un punto doloroso para todas las sociedades norteafricanas y mediorientales, y otra confirmación del deseo de felicidad que mueve a las jóvenes generaciones y que no puede seguir estando acallado sino que debe poder encontrar respuestas adecuadas. Aquellos que, cada vez más numerosos, emigran hacia Europa buscan en nosotros lo que no encuentran en sus tierras de origen: posibilidades de trabajo, pero más aún una nueva perspectiva para su vida. Algo que, sin embargo, una Europa cada vez más vieja y cansada no parece ya capaz de ofrecer. Ni siquiera a los que han nacido aquí.