El brutal ataque de un hijo que nos odia

Mundo · Riro Maniscalco (EE.UU)
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13 junio 2016
Bandera a media asta en la Casa Blanca. Pocos minutos antes, por decimoquinta vez a lo largo de su presidencia, Barack Obama ha aparecido ante toda la nación para compartir su dolor por otra tragedia teñida de fuego y sangre. Tanta sangre como no se había visto en las trágicamente habituales matanzas en Estados Unidos.

Bandera a media asta en la Casa Blanca. Pocos minutos antes, por decimoquinta vez a lo largo de su presidencia, Barack Obama ha aparecido ante toda la nación para compartir su dolor por otra tragedia teñida de fuego y sangre. Tanta sangre como no se había visto en las trágicamente habituales matanzas en Estados Unidos.

Omar Mateen, un joven nacido hace treinta años en Nueva York de padres afganos, en el corazón de la noche del sábado al domingo, irrumpió en un night club de Orlando, Florida, donde se puso a disparar de manera indiscriminada matando a 50 personas, hasta que las fuerzas del orden lo detuvieron. Obama, envejecido y demacrado, no tenía casi palabras. Pareciera que estaría dispuesto a dar lo que fuera por no tener que estar delante de ese micrófono y esa cámara. Todos estamos aún con un nudo en la garganta, sin muchas ganas de hablar. La muerte violenta todos la querríamos muy, muy lejos de nosotros, pero ya sabemos que no es así. Y que nos deja mudos y confusos.

Cuando uno tiene que comparecer en televisión siempre encuentra palabras que decir, pero muchas veces el silencio sería más razonable y más digno. Siempre se puede decir que las investigaciones siguen su curso, que la policía está siempre dispuesta a arriesgar su vida por la seguridad de los ciudadanos, que se reza por las víctimas y sus familias. Cosas verdaderas, pero carentes de valor ante el impacto de la tragedia. Y luego está la cuestión gay, pues el Pulse, el local donde se ha producido la matanza, era un local de ambiente, una razón más para reavivar el odio de Omar hacia la gente del país que le vio nacer. Pero estos 50 son ante todo seres humanos, no homosexuales. Si nosotros no somos capaces de entenderlo, ¿qué puede entender un hombre que no ha tenido la gracia de descubrir el valor de la vida?

Volviendo a Obama, el presidente llora con nosotros, reza con nosotros, y como nosotros necesita entender de dónde viene este “acto de terror y odio”, por qué este joven estaba tan lleno de odio. Pero lo que más me ha llamado la atención de Obama esta vez, más que cualquier otra cosa, ha sido su aspecto de resignación. El presidente nos hablaba, pero estaba como ausente, aturdido, vacío.

Aunque todavía quedan muchas cosas por aclarar respecto a la génesis y a la dinámica de los hechos, la tribulación de Obama, su visible confusión, se deben a una observación elemental de los primeros datos seguros. ¿Cuáles? Es muy probable que el joven terrorista haya actuado solo, inspirado en la gesta del Isis, identificándose con ella como anunció en la llamada hecha al 911 justo antes del ataque. Este joven ya estuvo dos veces en el punto de mira del FBI por presuntas colaboraciones siniestras, pero en ambas ocasiones el caso quedó archivado.

Aquí no hay complot que desvelar, complejas tramas que desenmarañar, ni una máquina del terror que derrotar. Aquí hay un joven criado entre nosotros, educado por nosotros, un hombre que ha crecido en nuestro mundo, que trabajaba en este mundo. Aquí también hay un caso de radicalización islámica que devora a un hijo de nuestra tierra, un hijo y hermano nuestro. ¿Entendemos qué significa esto? Quiere decir que si esto es lo que América es capaz de generar en su seno, ¿qué podrá generar lanzando bombas, enviando consejeros militares y derrocando tiranos?

Respecto al debate sobre las armas de fuego, sin duda, es una cuestión en la que habría que intervenir. Están demasiado al alcance de la mano. Obama nos lo ha repetido, y ha dejado caer un comentario: “debemos decidir qué país queremos ser”. Pero creo que ese aire de resignación, más que por las armas de fuego se debe a la parábola de la vida de Omar Mateen. Las balas de joven afgano-americano nos han herido profundamente, pero su historia nos juzga y nos obliga a preguntarnos qué país queremos ser.

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