El Brexit y ese ´bien´ que se nos escapa

España · Luca Doninelli
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27 junio 2016
En pocas horas, como supongo que todos en Europa, he leído decenas y decenas de artículos de las tendencias más diversas, comentando el Brexit. La mayoría, como es obvio en estas situaciones, además de esbozar un comentario político intentan imaginar lo que podrían ser las consecuencias del desgarro británico.

En pocas horas, como supongo que todos en Europa, he leído decenas y decenas de artículos de las tendencias más diversas, comentando el Brexit. La mayoría, como es obvio en estas situaciones, además de esbozar un comentario político intentan imaginar lo que podrían ser las consecuencias del desgarro británico.

Hay quien, parece que con razón, temía (dándolo como muy probable) un proceso de disgregación imparable donde el Brexit sería solo el principio. Otros, más optimistas, piensan que esta salida puede suponer ciertas ventajas para otros países dentro de la Unión. Siempre y cuando, se entiende, que la UE siga existiendo. En Francia y Holanda empiezan a soplar vientos de secesión, Escocia quiere salir de Reino Unido para unirse a Europa… o sea que hay quien quiere salir y quien quiere entrar, pero a costa de nuevas divisiones.

El escenario previsto por los pesimistas es más fácil de imaginar, y la razón es que el análisis pesimista es de la misma naturaleza que el pesimismo que ha llevado al Brexit. La historia nos habla hoy del fracaso de un gran proyecto, a nivel europeo y mundial, el proyecto de una coexistencia pacífica basada en valores kantianos como el civismo, la legalidad, el respeto a la libertad del otro, la corrección política. Un orden mundial bueno, un mundo sin guerras, donde afirmar la pertenencia a un único cuerpo civil pudiera contribuir a allanar los conflictos sociales.

Pero la globalización, la afirmación del capitalismo salvaje, ha generado demasiadas bolsas de injusticia y desigualdad. La crisis de 2008, producida por lo que debía ser uno de los fundamentos del nuevo orden mundial, es decir, las finanzas, no solo ha empobrecido a muchos países, no solo ha rebajado el umbral de la pobreza considerablemente sobre la vieja clase media, no solo ha agudizado la ya de por sí fuerte presión fiscal, sino que ha convencido a muchos de que la raíz de ese mal estaba en aquellos que nos había prometido acabar con todo eso.

El proyecto ha fracasado. Las oleadas migratorias, el encontrarse de cerca con masas paupérrimas acostumbradas a otra forma de vida, con dificultades evidentes ante un mundo rico y cínico (que mantiene a buen recaudo la riqueza pero que regala cinismo a manos llenas), ha encogido los sueños, ha manchado el gran proyecto.

Sin embargo, todo esto podría no ser solo malo. El gran proyecto de crear un mundo donde garantizar la paz tenía en su origen un punto de carcoma: en el centro de este mundo no estaba la persona sino el sistema en cuanto tal (leyes, reglas, normas, burocracia, etc). La garantía del contrato social no se había confiado a las personas –como debería– sino al sistema en sí.

Llama la atención cómo el descontento generado, tanto en Europa como en América, por este sueño asume la forma del particularismo, de impronta totalitaria o fuertemente aislacionista. De Le Pen a Trump, de los tintes nazis en Holanda a los de Hungría. Augusto Del Noce hablaba de “heterogénesis de los fines”. ¿Por qué la rebelión asume la forma del sueño totalitario? Porque es totalitario el ambiente en el que nace.

El problema es que Europa se ha pensado así, y no solo Europa. Como un totalitarismo de reglas y burocracia. Y así no puede ser. El Brexit puede enseñarnos esto. Puede enseñarnos que el pacto social nunca puede darse por descontado, que la fuerza de las tradiciones, el valor de la moneda, la capacidad de integración con otras culturas y el sentido de la convivencia y de la casa común no se desarrollan en torno a un sistema más o menos perfecto (Eliot) sino en torno a la persona, a su irreductibilidad ante cualquier discurso o proyecto. Aquí radica la única raíz histórica auténtica de Europa.

Hasta ahora Europa ha sido una especie de imperio persa, con muchos derviches. Como siempre, la rebelión ha adoptado formas tribales y provincianos. Solo un camino (sin duda dramático) capaz de reconducir a la persona humana hacia el centro de todos los discursos podrá conjurar esa disgregación que parece ahora el resultado más evidente del Brexit.

Precisamente porque es evidente (es decir, no elegido) es posible conjurarlo. Hay que elegir. Y eligen las personas, no los organismos.

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