El bosón de Higgs y las leyes de la naturaleza

Mundo · César Nombela
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9 julio 2012
El hombre está dotado para indagar sobre cómo es la realidad, formular preguntas y tratar de hallar las respuestas. Así nació la Ciencia, buscando las claves del "cómo". En ese recorrido, en estos mismos días, parece haber surgido una de esas respuestas largamente perseguidas. Se trata del hallazgo del bosón de Higgs, cuya existencia había sido predicha, por quien da nombre a esta partícula elemental, hace casi 50 años. La proyección que hoy permiten los medios de comunicación -"los físicos proclaman su victoria en la caza del Higgs", titula la revista Nature- contribuye a dar una especial trascendencia a estas observaciones. De ahí que muchos traten de entender en qué consiste el resultado, cómo de evidente es la existencia de una partícula elemental de este tipo. Se busca una explicación accesible en el lenguaje y las categorías de nuestra vida común, difícil empeño. Se trata de saber cómo el profano puede entender la realidad de algo que, al haberse hecho evidente para los científicos, se define como el hallazgo del siglo.

Un conocimiento profundo y especializado de estas cuestiones sólo está al alcance de quienes tienen la preparación suficiente. Pero, también es cierto que el razonamiento sobre las cuestiones físicas fundamentales, cuando se refiere al mundo íntimo de la estructura de la materia, en sus formas más elementales, se formula en términos en los que la Ciencia se confronta con la Filosofía. Con los griegos comenzó el pensamiento abstracto, surgiendo una pregunta fundamental: ¿Cuáles son las leyes de la naturaleza? La matemática resultó un instrumento esencial para medir fuerzas, como la gravedad, desplazamientos, como el de cualquier objeto móvil o, trayectorias, como la de los planetas observables en la inmensidad del espacio.

La naturaleza, efectivamente, parecía tener sus leyes físicas -explicables con la categorías con las que nos manejamos y en la escala en que nos movemos- y el hombre iba a ser capaz de formularlas en términos matemáticos. El conocimiento de estas leyes no sólo había de permitir describir los fenómenos, sino predecirlos, algo que efectivamente podía darse en diversas circunstancias. Tanto éxito en conocer y predecir llevó  algunos a interpretar que vivimos en un universo estable, gobernado por fuerzas constantes y predeterminadas. Semejante entusiasmo por un universo "determinista" culminaría en el siglo XIX, con formulaciones como la de Laplace aspirando, algún día, a predecir el comportamiento de todo con la aplicación de determinadas ecuaciones, conocidas o por elaborar.

Sin embargo, la sorpresa llegaría con los avances del siglo XX. La filosofía de la naturaleza del mundo clásico había formulado ideas y propuestas sobre la estructura de la materia, no continua, sino integrada por elementos discretos, los átomos que se agrupaban de determinada manera. Cuando los físicos han tratado de profundizar en la estructura más íntima de la materia, es cuando el conocimiento se traslada a otro nivel, a otra escala. Son planteamientos que obligan a trasladar al conocimiento a otras categorías y con otros criterios de interpretación distintos, incluso en cuanto a su exactitud y precisión. El tratar de conocer los fenómenos en esa escala, la de la estructura íntima de materia, da lugar a la física cuántica, en cuyo ámbito no son aplicables las categorías al uso, las que se venían manejando en la escala normal. El pensamiento lógico, los cálculos y ecuaciones, descubren un mundo diferente. Siempre basándose en los razonamientos matemáticos aplicables a las observaciones y mediciones, resulta que los criterios de certeza son completamente distintos. Hay una margen de indeterminación, una incertidumbre basada en que el propio observador influye en el fenómeno observado. Así lo señalan las ecuaciones, hay una imposibilidad física de lograr determinadas certezas.

La física cuántica abrió las puertas a un mundo diferente, las leyes que rigen en esta escala tan elemental parecen muy distintas. La pregunta sobre las leyes de la naturaleza da necesariamente paso a otra: ¿se rige la naturaleza por leyes? Es una pregunta que surge porque la propia razón científica se ve obligada a admitir la dificultad de conciliar las leyes que rigen en esas dos escalas tan distintas.  A pesar de todo, la física del siglo XX, la nueva forma de pensamiento, promueve hallazgos y desarrollos espectaculares. Por ejemplo, el universo estable que había definido Newton, no es tal, es un universo en expansión que tuvo un comienzo en momentos que podemos datar: empezó hace una 14.000 millones de años, con una gran explosión (Big Bang).

Ya estamos de nuevo confrontados con la filosofía, para algunos hasta parece que los hallazgos sobre partículas elementales nos llevan al nivel más elemental de las causas primeras, de lo que para muchos fue Dios. Llama la atención que muchos hayan empleado la designación de "partícula de Dios" para el bosón de Higgs, como si en ella radicaran la claves últimas de la realidad. Nada más absurdo. La expresión surge por un juego de palabras bien aprovechado por el editor de un libro. La dificultades para encontrar evidencias sobre la referida partícula llevaron a denominarla "the goddamm particle" (la particula puñetera, que diríamos en castizo). Lo que pasa es que la palabra goddamm en inglés comienza por el vocablo God (Dios), lo que llevó a un editor a atribuir este nombre, como algo más llamativo para el título de un libro. Así nació esta designación, nada que ver con pretensiones teológicas como vemos.

El estudio y la descripción de los fenómenos relativos a las partículas elementales se suele basar en cálculos teóricos así como en observaciones que confirman, amplían o matizan dichos cálculos. La ecuación de Schrödinger permitió desarrollar toda una teoría de la estructura de los átomos, con explicaciones sobre los distintos elementos, su composición nuclear, sus electrones y los niveles en que estos se sitúan (orbitales). Esto ha permitido a muchos profesores explicar que un átomo es una ecuación. Algo que trata de formular explicación, entendible y accesible, de una parte de la realidad.

Peter Higgs y colaboradores elaboraron esos cálculos teóricos que predecían la existencia de esa partícula, precisamente la partícula representativa de lo que constituye la masa en su forma más elemental. La forma más intuitiva que cabe señalar es que, en el campo invisible que llena todo el universo, los fenómenos de masa se deben a la fricción de estas partículas con este espacio. Pero no olvidemos que el bosón de Higgs es una partícula, predicha por cálculos matemáticos, cuya realidad sólo se ha podido demostrar en condiciones muy alejadas de las normales que se dan en nuestro medio. Sólo el choque de protones, activados a niveles de altísima energía, como las desarrolladas en el laboratorio del CERN de Ginebra, ha permitido que de dichos choques surja la partícula, y que su existencia libre durante fracciones infinitesimales de tiempo, se pueda poner de manifiesto. Las mediciones realizadas indican que tiene una masa de unas 134 veces la del protón. Son mediciones que tienen su margen de error, aunque la probabilidad de que estén equivocadas es menor de 3 por millón.   

Fantástica historia, la de la capacidad humana de formular la realidad en ecuaciones y buscar si se acomoda a lo que estas predicen. ¿Fin del misterio? En absoluto. Conquistada una parcela se abren muchas preguntas nuevas. Así es nuestro caminar por este mundo. No es de extrañar que los humanos, a esa pregunta esencial de si la naturaleza se rige por leyes y cuáles son, queramos añadir otra, la del porqué. El porqué de esa realidad y de nuestra existencia. Para mí es ésta la pregunta definitiva, las demás enriquecen nuestra búsqueda. Estamos hechos para la apasionante tarea de vivir, que siempre es indagar en el misterio y tratar de acertar en esa indagación.

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