El blues de B.B. y aquella lluviosa noche compostelana
Aquella imagen y aquellas emociones se vuelven a hacer presentes en mi interior con un buen blues, y eso me ha ocurrido sistemáticamente en la última grabación de B.B. King (Missisipi, 1925-Estados Unidos), One kind favor, donde interpreta -siendo él una de ellas- una docena de clásicos de leyendas del blues.
La voz de BB (Blues Boy, su nombre era Riley Boy) vuelve a tronar con firmeza a pesar de sus 83 años, como hace tiempo que no sonaba (recuerda aquella colaboración con el grupo irlandés U2), de igual modo sabe cortejar a su nueva Lucille (nombre sempiterno de sus guitarras) en una compenetración perfecta que estructura cada uno de los temas de este nuevo disco, acompañada por una base musical no demasiado numerosa, al estilo del blues de final de los sesenta, de percusión, teclados e instrumentos de viento.
Hablar de B.B. King es hablar del blues porque comenzó tocando en esquinas y tugurios desde muy joven. Había nacido en una plantación de algodón en Itta Bene y siempre manifestó un talento especial para la música y el manejo de la guitarra.
Ha pasado más de 60 años grabando (el primero en 1947) y encima de los escenarios para mostrarnos la tristeza recurrente del blues y su implantación en otros estilos musicales, como el jazz o el pop. King tiene más de 50 álbumes a sus espaldas, ha ganado nueve Grammys y ha tocado con Los Rolling, U2 o Eric Clapton.
Con todo, es lo que siento cuando escucho alguno de los cortes que me retrotraen a aquel local medio vacío del extrarradio con telarañas de humo y cerveza; y sonando en lejanía la campana de La Berenguela en la vertical de Quintana dos mortos. ¿Se puede pedir más?