El `barracón de los sacerdotes` en el campo de exterminio nazi de Dachau. Historia (desconocida) de heroísmo y fe

Mundo · Leone Grotti
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2 febrero 2015
“El mayor cementerio de sacerdotes católicos del mundo” no se encuentra en el Vaticano sino en Dachau, en el primer campo de exterminio construido por los nazis en esta ciudad alemana a pocos kilómetros de Munich. Entre 1938 y 1945, fueron deportados 2.579 hombres, entre sacerdotes, seminaristas y monjes católicos, junto a 141 pastores protestantes y sacerdotes ortodoxos. 1.034 murieron en el campo.

“El mayor cementerio de sacerdotes católicos del mundo” no se encuentra en el Vaticano sino en Dachau, en el primer campo de exterminio construido por los nazis en esta ciudad alemana a pocos kilómetros de Munich. Entre 1938 y 1945, fueron deportados 2.579 hombres, entre sacerdotes, seminaristas y monjes católicos, junto a 141 pastores protestantes y sacerdotes ortodoxos. 1.034 murieron en el campo.

La historia de los religiosos de Dachau, “entre los que abundan episodios de auténtico heroísmo”, la narra ahora un libro de Guillaume Zeller, “La Baraque des prêtres, Dachau, 1938-1945” (El barracón de los sacerdotes), publicado en Francia por Éditions Tallandier. El autor, redactor jefe del periódico DirectMatin.fr, se muestra impresionado por la “asombrosa dignidad de estos hombres, que mantuvieron a pesar de que las SS hicieron de todo para deshumanizar y envileces a sus prisioneros”.

Entrevistado en Le Figaro, el autor explica que el Vaticano, “al no poder impedir su deportación”, llegó a pedir que les enviaran juntos a  Dachau, “por lo que procedían de todas partes de Europa: Alemania, Austria, Checoslovaquia, Polonia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Francia e Italia”.

Algunos fueron detenidos por oponerse al programa hitleriano de la eutanasia (los alemanes), otros por participar activamente en la resistencia (los franceses). “Primo Levi, ateo, reconoció la admirable estatura moral e intelectual de los rabinos deportados a Auschwitz. Aunque las circunstancias fueran distintas –afirma el autor–, se puede decir lo mismos de los sacerdotes de Dachau”

Estos hombres de iglesia, explica Zeller, “se esforzaron por mantener las virtudes de la fe, esperanza y caridad. La oración, los sacramentos y el apoyo a los enfermos y moribundos, la formación teológica y pastoral clandestina, la reconstrucción de la jerarquía eclesial, fueron una armadura que les permitió preservar su humanidad”.

No faltan entre ellos historias de heroísmo y santidad. A pesar de que las SS “trataban de enfrentar a los detenidos entre sí, los sacerdotes nunca cedieron a este mecanismo”. Entre 1944 y 1945, en invierno, los presos se vieron diezmados por una epidemia de tifus. “Mientras las SS ya no se atrevían a entrar en los barracones contaminados, docenas de sacerdotes acudieron voluntariamente, sabiendo el riesgo que corrían, para curar y consolar a los agonizantes. Muchos murieron así”.

En Dachau tuvo lugar la primera –y única en la historia de la Iglesia– ordenación sacerdotal clandestina de un seminarista alemán al borde de la muerte. Karl Leisner recibió el sacramento dentro de un barracón habilitado como capilla por el obispo francés de Clermont-Ferrand, monseñor Gabriel Piguet. El obispo apoyaba al mariscal Pétain, jefe del gobierno colaboracionista de Vichy de 1940 a 1944, pero “fue deportado a Dachau por ayudar a esconder a los judíos y hoy forma parte de los Justos de las Naciones”.

Por iniciativa de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, “56 religiosos muertos en el campo de exterminio han sido beatificados tras verificar esta práctica de las virtudes naturales y cristianas de un modo ejemplar o heroico”.

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