El ballottage en la Argentina: uno solo contra todo el Poder

Mundo · Carlos Hoevel
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14 noviembre 2023
Javier Milei y Sergio Massa se disputaran la segunda vuelta de las elecciones en Argentina. Carlos Houvel analiza el duelo entre el líder libertario y el candidato peronista.

El próximo domingo 19 de noviembre se definirá finalmente el larguísimo y desgastante proceso electoral en la Argentina entre solo dos contendientes: el libertario Javier Milei, audaz outsider de la política, apenas aparecido hace pocos años como un fenómeno de las redes sociales y de los programas de televisión y el experimentado y hábil político peronista y ministro de Economía del cuarto gobierno kirchnerista, Sergio Massa. Al parecer en número de votos la definición estaría pareja, pero desde el punto de vista de las estructuras de poder, el duelo es infinitamente más desbalanceado: Milei se enfrenta prácticamente solo contra todo el establishment político, económico y cultural argentino.
Ganador sorpresivo en las primarias pero derrotado luego por Massa en la primera vuelta, Milei ha obtenido en las últimas semanas el apoyo de la también derrotada postulante de la centro-derecha Patricia Bullrich y del líder principal de la oposición: el expresidente Mauricio Macri. Sin embargo, este mismo apoyo provocó la ruptura de la
oposición por lo que varios de los principales dirigentes del partido de Macri, el Pro, como del histórico partido radical, extendido por todo el país, y de otros partidos más pequeños que conformaban la otrora poderosa y ahora derrotada coalición de Juntos por el cambio, han declarado ya su voto contrario a Milei o por lo menos su
prescindencia.

Por otro lado, Milei se enfrenta con toda la tremendamente poderosa estructura electoral del oficialismo kirchnerista y peronista, que gobierna desde hace décadas tanto el Estado nacional como la mayoría de las provincias y especialmente la provincia de Buenos Aires, que incluye el inmenso y superpoblado conurbano bonaerense, en donde el sistema clientelar peronista, capilarizado por medio de alcaldes y “punteros” locales, controla eficazmente una porción gigantesca de los votos, especialmente los de los más pobres (recordemos que la Argentina tiene hoy entre un 40 y un 45% de pobreza).

Foto de archivo

A esto se le suma enfrentar a la totalidad de los sindicatos agrupados en la CGT (Confederación General del Trabajo), de comprobada fidelidad histórica al peronismo y al kirchnerismo. También se está confrontando con el poderoso conglomerado empresarial asociado a la protección del Estado que ve en Massa una continuidad mejorada del capitalismo de amigos del que se beneficia.
Además, el candidato libertario compite en desventaja con el infinito poder de fuego económico del gobierno kirchnerista que se ha desarrollado en dos frentes: el del dinero que reciben millones de empleados del Estado -muchos de ellos militantes o simpatizantes del gobierno- beneficiados por la expansión del sector estatal practicada
por el kirchnerismo que representa casi el 50% por ciento de la economía y el de las transferencias a los beneficiarios de la asistencia social que se distribuye mes a mes a varios millones de pobres y desocupados a través de los líderes de los movimientos sociales, en su totalidad adherentes o cercanos al kirchnerismo.
Asimismo, Milei compite, sin ningún recurso, con el llamado “plan platita” que implicó el uso electoral de miles de millones de dólares en beneficios especiales otorgados a distintos grupos de la sociedad que Sergio Massa no ha dudado en dilapidar de modo brutal en la campaña electoral que desarrolló desde que llegó al Ministerio de
Economía el año pasado, imprimiendo salvajemente billetes sin respaldo, lo que implicó destruir las últimas reservas que quedaban en el Banco Central y poner al país al borde del abismo hiperinflacionario: hoy el índice de inflación es de bastante más del 140% anual a pesar de que miles de precios están controlados, la compra de dólares está casi prohibida y el comercio internacional está fuertemente intervenido.
Finalmente, Milei contiende contra el gigantesco aparato publicitario oficialista que inundó las calles y los medios de comunicación de todo el país con miles y miles de imágenes y videos a favor de Massa y con una fuerte campaña de miedo contra el candidato libertario, en tanto hoy no se ve en las calles prácticamente ni un solo cartel a favor de Milei cuya campaña se basa casi exclusivamente en las acciones de sus jóvenes seguidores voluntarios en las redes sociales.

Pero como si esto fuera poco en las últimas semanas se le sumó a Milei una interminable lista de nuevos enemigos: una parte del clero católico – especialmente los sacerdotes de barrios populares- quienes, estrechamente vinculados al kirchnerismo, llegaron a celebrar una Misa y desplegaron una explícita publicidad gráfica contra Milei en la tradicional peregrinación anual a Luján con el aval más o menos tácito de algunas de sus máximas autoridades; de las iglesias evangelistas vinculadas a la acción social con ayuda estatal; de grupos de intelectuales, investigadores, artistas y militantes de los derechos humanos, muchos con cargos o subsidios del Estado; de los clubes de fútbol, casi todos con fuertes vinculaciones con la estructura estatal kirchnerista; de varios de los grandes medios de comunicación, incluso algunos opositores, pero que dependen en gran medida de la pauta oficial para sobrevivir.

Ciertamente, una oposición tan feroz y casi unánime de tantas estructuras y grupos no carece de explicación. Un candidato presidencial con el pelo revuelto, patillas largas, mirada de loco, chaqueta de cuero al estilo rockero, montado sobre el techo de un camión, que denuncia ante multitudes enfervorizadas el robo a los argentinos por
parte de la “casta de los políticos, empresarios y sindicalistas ladrones”, insultando abiertamente a casi todos sus principales representantes e invocando a unos no precisamente populares pensadores liberales (como Adam Smith, Milton Friedman o Friedrich Hayek), para anunciar, motosierra en mano (literalmente), el recorte de la hipertrofiada estructura del Estado, la dolarización de la economía, el cierre del Banco central y la apertura de la economía con el fin de terminar con la altísima inflación, expandir el escuálido sector privado y disminuir la pobreza, no es evidentemente alguien que vaya a despertar pocos temores en los sectores favorecidos por décadas de hiper-estatismo e hiperproteccionismo kirchnerista.

En comparación, Massa, a pesar de ser percibido por todos, incluso dentro del propio kirchnerismo, como un personaje no confiable, por su ambición ilimitada, su total carencia de escrúpulos y su incapacidad para gestionar la economía evidenciada en el último tramo de la debacle económica del actual gobierno, aparece para quienes ocupan las estructuras y cargos amenazados por Milei, como un candidato seguro y previsible: aquel que garantiza para muchos la continuidad de todo un sistema de vida.
Pero ¿cómo se explica entonces el ascenso vertiginoso de Milei que, con su pequeña fuerza política apenas surgida hace un par de años, venció en las primarias, consiguió de modo increíble meterse en el ballotage sacando en la primera vuelta casi el 30% de los votos -contra un no tan lejano 37% de Massa- y está ahora compitiendo en paridad
de votos contra este gigantesco Poder político y social representado por un candidato habilísimo e hiper-profesional? Seguramente parte de la explicación está en el ya mencionado apoyo de su anterior contrincante de centro-derecha Patricia Bullrich y del expresidente Macri quienes le transferirán presumiblemente una enorme cantidad de votos. Pero quienes votarán a Milei en el ballotage -millones y millones de personas de la clase media, de la clase baja y de jóvenes que quedaron fuera de las estructuras de protección económica del gran Leviatán estatal- no lo harán, como sus seguidores fanáticos, por admiración de las reales o imaginarias virtudes del candidato libertario, sino fundamentalmente movidos por un gran miedo: que el triunfo de Massa implique la continuidad del kirchnerismo.

Massa es hoy el presidente de hecho del gobierno kirchnerista conducido formalmente por el ya casi intrascendente Alberto Fernández. Pero a pesar de la independencia que quiere exhibir, la gente sabe que Massa no está solo: esconde detrás la poderosa burocracia, instalada desde hace más de veinte años en el poder, bajo la vigilante mirada de la todavía líder del peronismo y verdadera jefe del gobierno en las sombras: la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner.
Una gran porción de los votantes tiene memoria y teme por lo tanto la continuidad de un régimen que tuvo siempre rasgos autoritarios y pretensiones hegemónicas, que colonizó el Estado como botín para sus socios y militantes, que utilizó políticamente la causa de los derechos humanos, que acosó a jueces (incluso hoy el gobierno propicia un juicio político a la Corte Suprema con el apoyo de Massa), que persiguió a opositores y periodistas por medio de redes de espionaje ilegal, que se asoció y apoyó a dictaduras sangrientas como la cubana, la venezolana y la nicaragüense, que pactó con Irán la impunidad judicial de los responsables de atentados terroristas en territorio argentino (cuya denuncia costó la vida al fiscal Nisman), que duplicó el gasto público generando un descomunal déficit fiscal, que destruyó por un intervencionismo salvaje al sector productivo de la economía -llevando al Estado a la quiebra y la inflación y la pobreza a niveles estrafalarios-, que destruyó lo que quedaba del sistema educativo y de la cultura del trabajo y que montó el mayor sistema de corrupción estructural que se haya registrado en la historia argentina -encabezado por Néstor y Cristina Kirchner y sus secuaces – cuya descripción insumiría páginas enteras.

Por considerarlo más eficaz y pragmático y mejor conectado con el mundo del capitalismo de amigos que el matrimonio Kirchner, una importante porción del electorado intuye que Massa, que se presenta como una versión centrista y moderada del peronismo, será en realidad una versión perfeccionada del kirchnerismo -con el
aditamento de que tendría asegurada su auto-sucesión alternándose en el poder con su esposa la política Malena Galmarini -en la cual solo los privilegiados del régimen tendrían algún futuro.
Ciertamente Milei no es, ni mucho menos, el candidato ideal. Por su amateurismo, su temperamento explosivo y violencia verbal, su falta de experiencia, sus ideas librescas muchas veces extremas o alejadas de la realidad y por su debilidad y pequeñez en relación al Leviatán que, si ganara, debería enfrentar. Su lucha es épica y casi desesperada: como un diminuto y por momentos torpe David contra un poderoso y hábil Goliat. Y sin embargo, con todos su defectos y riesgos, parece tener por lo menos tres claras y nada despreciables virtudes: intuición, honestidad y el coraje suficiente para enfrentar él solo a un gigantesco y aparentemente inexpugnable Poder. Por eso, a pesar de todo, representará el próximo domingo para muchos, para millones y también para mí, una esperanza de cambio, una posibilidad de libertad.


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