El baile de la Victoria

Cultura · Juan Orellana
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25 noviembre 2009
El veterano director español Fernando Trueba representará a España en la selección de películas de habla no inglesa de los próximos Oscars. Lo hará con su último film, El baile de la Victoria, basado en la novela de Antonio Skármeta, galardonada con el Premio Planeta, y con un guión del propio Skármeta, de Trueba y de su hijo Jonás.

La película está protagonizada por los actores argentinos Ricardo Darín, Miranda Bodenhofer y Abel Ayala, aunque está ambientada y rodada en Chile. Cuenta la historia de dos ex presidiarios que salen de la cárcel el mismo día. Uno es Nicolás Vergara, un famoso desvalijador de cajas fuertes; el otro es Ángel Santiago, un chaval positivo y soñador que fue a prisión por una nadería. Nicolás sale con el deseo de reconducir su vida junto a su esposa y su hijo; Ángel no tiene ni proyectos ni lugar a donde ir… hasta que conoce a Victoria. Victoria es una joven muda bailarina, con muchos traumas biográficos. La belleza de Victoria y de su danza despertará el amor y lo mejor de Ángel, y se convertirá en su razón para vivir… y también en la de Nicolás.

La película de Trueba no es redonda ni excesivamente coherente de forma y fondo, pero a pesar de sus irregularidades tiene en su interior los suficientes hallazgos como para que nos detengamos en ella para considerarla una de las mejores propuestas del cine español de este año que termina. Todo el film gira en torno al misterio de la belleza herida, un tema que la cineasta catalana Isabel Coixet ha tratado con mucha inteligencia en sus películas. Si los personajes que interpretaban Sarah Polley o Penélope Cruz en las películas de Coixet encarnaban la inocencia y la belleza heridas por el zarpazo del mal, en este film de Trueba es Victoria, interpretada por Miranda Bodenhofer, la que simboliza esa condición dramática.

Victoria lleva en su nombre la clave de interpretación del personaje. Ella representa la victoria de la belleza sobre el mal. La belleza de la danza, la belleza de su mirada y de su rostro, la belleza del amor inocente… se imponen sobre el mal del odio y la violencia padecidos, representado por las matanzas del pinochetismo inicial. Victoria se ha quedado sin habla de tanto sufrir, como la mujer dolorida de El séptimo sello de Bergman. Pero igual que aquélla hablaba finalmente para decir: "Todo está cumplido", Victoria mira las altas cumbres de los Andes para dejarse invadir por la luz que viene de lo alto, la luz de la esperanza. Y es justo en el tratamiento de la esperanza donde Trueba y Skármeta se acobardan, y prefieren introducir un cargante tono trágico final. Demasiado habitual es el miedo de los autores a redimir a los personajes, por un prejuicio a que el final resulte demasiado cristiano. Aun así, Victoria ha experimentado ya el amor de una mirada incondicional, que le lanza a la vida con la promesa de una positividad. Por eso Ángel se llama así: él es el ángel que anuncia a Victoria una nueva vida.

Todos los personajes viven y actúan en un entorno degradado e inhumano: prostitución, delincuencia, abusos sexuales… pero todos están tocados por el deseo de una vida plena: Nicolás se mueve por el amor a su hijo, Victoria por el amor a sus padres desaparecidos, Ángel por el amor a Victoria. Todos tienen un punto de pureza en su mirada nada habitual en nuestras pantallas. Ese punto de limpieza proporciona a la película momentos caprianos, secuencias mágicas. La escena del Teatro Municipal abandona los parámetros del realismo y entra en el terreno del cuento maravilloso, y está más cerca de La vida es bella de Benigni que de cualquier historia sobre delincuencia o dictaduras. En realidad toda la película tiene una atmósfera de fábula fantástica, quizá incluso en exceso. En fin, una película que tiene más de aprovechable que de desechable.

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