El apasionante desafío de los ateos

Mundo · Ignacio Santa María
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27 octubre 2008
La periodista británica Ariane Sherine ha lanzado una campaña de propaganda con la que pretende  colocar durante el mes de enero en los autobuses de Londres unos carteles en los que se pueda leer: "Probablemente no hay Dios. Así que dejad de preocuparos y disfrutad de la vida".

Según informa The Guardian, Sherine y los impulsores de la campaña han recaudado 35.000 euros, cinco veces más de lo que tenían previsto. Mr. Turnbull, el entrañable personaje chestertoniano de La esfera y la cruz, jamás habría soñado, sentado en su pequeña redacción de Ludgate Hill, que alguno de sus panfletos ateístas habría recibido una acogida de semejantes proporciones. 

El mensaje de Sherine constituye un apasionante desafío, especialmente para los creyentes, y no tanto por su primer presupuesto: "probablemente no hay Dios", sino sobre todo por la exhortación a "no preocuparse y disfrutar de la vida". Esta campaña se basa en la percepción que en muchos ámbitos se tiene del cristianismo como un conjunto de reglas que limitan hasta extremos insoportables la libertad del creyente y sus posibilidades de disfrutar de las cosas buenas de la vida. Sin embargo, la mejor prueba de que un cristiano vive una experiencia auténtica de fe es precisamente que empieza a notar un gusto nuevo de plenitud en todo lo que hace, mucho mayor que cuando exprime los goces hasta la última gota dando lugar a un último sabor amargo de insatisfacción y hastío.

Uno de los aspectos más atractivos y estimulantes del mensaje de Benedicto XVI es precisamente la insistencia en que, como él mismo exclamó de forma sintética, el cristianismo "no quita nada" al hombre sino que "se lo da todo".

El Papa, en su primera Encíclica, Deus caritas est, plantea esta cuestión con gran valentía: "El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio. El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?".

Al reto de esta periodista británica no se puede responder con un discurso sino con una experiencia de plenitud. El encuentro con Cristo introduce una mirada nueva, llena de significado, sobre las alegrías y los sufrimientos, de forma que quien participa de esta mirada experimenta cómo la vida adquiere un espesor que antes no tenía. De este modo, la promesa de Cristo a sus discípulos de que disfrutarían del ciento por uno en esta tierra no es algo metafórico o hiperbólico para muchos creyentes, sino algo completamente real.

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