El amor, la libertad y la nueva sociedad global (II)
No es la libertad sino el Amor, lo que introduce en la Historia a través del cristianismo una nueva dimensión de las relaciones humanas, que la podemos trasladar a las relaciones internacionales y a la nueva sociedad global, post-internacional.
El amor es la verdadera clave para la interpretación de las normas, de manera que éstas son un verdadero yugo que nos aprieta el alma si no media el amor hacia el bien que tratan de preservar aquellas. De esta forma, no seremos verdaderamente libres para seguir o no una norma, si no media el amor que nos libera precisamente de la rigidez hierática de normas que alienan el corazón del hombre. Es el amor el que nos lleva a una dimensión superior donde lo que importa es el prójimo, pues nos pone en sintonía para interpretarle. De manera que amando al prójimo, ¿cómo vamos a incumplir las normas? De este modo, siendo libres de incumplir y de faltar a las normas, el amor nos lleva al cumplimiento más libre porque está fuera de toda coacción humana y de toda visión legalista de la existencia. Esto llevado a la nueva sociedad global no puede si no facilitar la globalización, pues se parte de una inteligencia y comprensión de la misma, llevándonos a hacer experiencia de esta desde lo más profundo del hombre.
El papel de Occidente en la nueva sociedad global es haber acogido y superado la pugna constante entre la libertad y la tiranía, de manera que la defensa de la primera frente a la segunda se ha convertido en faro a seguir. La tiranía, que infringe a la propia norma un vaciado de amor, surge, sin embargo, como la gran tentación que conjurar en todas las épocas. El Misterio ha hecho posible que la libertad se venga imponiendo, pero se trata de una decisión que en última instancia compete a cada uno de nosotros. Es la tiranía que limita el espíritu, que coarta la mente, que agria el corazón y ofusca la razón del hombre el enemigo de Occidente, y en verdad, de la nueva sociedad global, su hija. La libertad, en cambio, asociada y concebida desde el amor (como instaura el propio Jesús (el Amor) al establecer el amor como El MANDAMIENTO NUEVO) puede convertir a Occidente en faro de la Humanidad global, constituida en una nueva y libre sociedad global. Depende de la fidelidad de Occidente a sus bases fundacionales, al corazón del hombre.
Ese Occidente concebido como espacio cultural-geográfico-intelectual que habita en los corazones de los hombres, donde se produce una eterna tensión entre la libertad y la opresión, y ese Occidente donde gana la libertad por la fuerza del amor, pues es el Amor el que posibilita esa verdadera libertad que vence al yugo.
Occidente nacido entre el Éufrates y el Tigres, perdurará si lo hace el amor en nuestros corazones que nos libera de prejuicios y opresiones, incluso el de las propias normas de convivencia, de manera que estas se cumplan no por un acto formal de civilización, sino por un acto esencialmente meditado y pensado vinculado al amor.
Occidente por tanto puede habitar en la Humanidad entera, porque el Amor es de la humanidad entera, y porque este es el único instrumento que salva al hombre y su libertad, frente a su propia tiranía libertaria. Occidente ha creado el mundo contemporáneo, y debe pues sentirse orgulloso de su obra universal, que no acaba sino que empezar.