El algoritmo al rescate de la libertad

Editorial · Fernando de Haro
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12 marzo 2023
Quizá esta repentina confianza en las máquinas tenga mucho que ver con el creciente miedo a que la libertad se use mal.

Ya sabemos en qué países nace la gente más guapa del mundo. Los indios son los más agraciados del planeta, los italianos ocupan el octavo puesto y los españoles no están entre los primeros del ranking de belleza. Un análisis de Inteligencia Artificial, que ha utilizado datos de la plataforma Reddit, nos ha resuelto el viejo problema: a partir de ahora los criterios estéticos quedan a salvo del laberinto subjetivista en el que se introduce una libertad mal orientada. Una autoridad objetiva nos va a ayudar a decidir quién es hermoso y quién feo.

Los resultados de la Inteligencia Artificial van camino de convertirse en una fórmula supersticiosa, en una especie de oráculo que se acepta sin preguntarse quién ha diseñado el algoritmo, con qué datos trabaja, qué sesgo tiene, qué criterios de aprendizaje utiliza. Quizá esta repentina confianza en las máquinas tenga mucho que ver con el creciente miedo a que la libertad se use mal. Hay que tener cuidado: la libertad sin un perímetro objetivo y externo puede hablar bien de los conquistadores de América, de algún esclavista o puede rechazar los valores de tradición occidental. Puede equivocarse. Crecen las voces, a izquierda y a derecha, que defienden la necesidad de una “adecuada formación”. El hombre no puede fiarse de sus decisiones. Le pueden llevar por malos caminos y, sobre todo, no puede fiarse de su capacidad de distinguir si ha valorado bien o mal, si ha elegido bien o mal.  ¿Qué sucedería si confiáramos en nuestra capacidad de determinar la belleza?

Hace ya algunos años, Yuval Levin del Ethics and Public Policy Center de Washington defendía que para ser “capaces de libertad” es necesario contar con “un cierto tipo de formación moral”. Y añadía que “la formación del individuo para la libertad es un largo camino que requiere preparación”. La sociedad actual alimenta, según el estadounidense, la tentación de “buscar la liberación individual sin preparación”.

Las palabras formación y preparación pueden significar muchas cosas. Pueden referirse a un entrenamiento para valorar y examinar existencialmente todo aquello que se vive. O pueden entenderse como la adquisición de un conjunto de nociones e ideas que permitan decidir dentro de “un determinado sistema”. Un sistema de principios, valores y criterios que, como la palanca de Arquímedes, convenientemente apoyada desde fuera, puedan mover la voluntad y la inteligencia humana. Con esta perspectiva puede ser de gran ayuda la Inteligencia Artificial. El maestro es el que tiene más conocimientos, el que conoce bien el sistema y evita las desviaciones de la subjetividad. Entendida así la formación, la libertad de cada persona, con su volubilidad, con su tendencia a tomarse más tiempo del que parece razonable, con su posibilidad de cometer errores, con su habitual falta de energía resulta un factor demasiado imprevisible. La formación establece plazos acotados, resultados, reducción del porcentaje de errores que retrasan; desconfía de la experiencia personal. El algoritmo nos permite declarar quién es guapo o feo, ¿por qué tenemos que esperar a que cada uno, con su ritmo, adquiera certezas estéticas? Basta con enunciarlas. En este caso es fácil que la formación sea una simple imposición. Y es también muy posible que el maestro encuentre un placer insano en oír “repetir sus puntos de vista con la pasión de la juventud” o en “trasladar su temperamento a otro” (Oscar Wilde).

Entrenar es otra cosa. Es ejercitar la facultad de valorar y juzgar del discípulo por sí mismo, con los criterios que la naturaleza le ha dado. En este caso no hay prisa, no hay desconfianza. No hay miedo al error. Ninguna decisión es necesariamente destructiva. En este caso no sirve el algoritmo.  El maestro no quiere oír repetidos sus puntos de vista. El maestro aprende de su discípulo cuando enseña y eso genera un intenso diálogo que es amistad. Es inútil que el discípulo repita las palabras del maestro porque, si así fuera, serían simplemente códigos de un sistema autorreferencial que correrían paralelos al mundo de la vida. Las palabras del maestro solo son útiles si son reconquistadas con la experiencia del discípulo en el mundo de lo real.

 

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