´El afán de libertad que tiene el hombre siempre termina por explotar´
Hace 25 años, los que entonces éramos jóvenes, o más jóvenes que ahora, para reivindicar la libertad, para decirle a la gente que al otro lado del Telón de Acero había personas como nosotros que no tenían derechos elementales, como reunirse o poder rezar en público, nos poníamos un pin, una chapa de Solidarnosc, una chapa blanca y roja. Se han cumplido 25 años. El 4 de junio de 1989 fue un domingo nublado en buena parte de Polonia, y ese día sucedió algo que era imprevisible que hubiera ocurrido antes, se celebraron unas elecciones en la Polonia comunista. Unas elecciones que había hecho posible Solidarnosc. Ricardo Estarriol era el corresponsal de La Vanguardia para los países del Este.
¿Qué hizo posible algo que parecía en ese momento absolutamente impensable, que en la Polonia de Jaruzelski, fallecido hace poco, hubiese unas elecciones, que además acabaron luego con el régimen comunista?
No solo en Polonia sino en los demás países. Debo decir que yo mismo, que llevaba mucho tiempo trabajando en los países comunistas para mi periódico de Barcelona, no tenía muy claro lo que iba a suceder. Pero no era yo, eran todos los protagonistas que no se imaginaban que la historia iba a desarrollarse de esta forma. Fue un proceso que duró diez años. Empezó con una huelga en 1980, luego la represión de esta huelga con guantes de seda –porque la alternativa habrían sido los carros de combate soviéticos–, después vino un periodo de diez años de tira y afloja que fueron muy importantes, porque esto permitió que madurara la oposición polaca, en el sentido de que no era lo que ahora por ejemplo hemos visto en Ucrania en Maidan, que no era la gente que estaba en la plaza que al día siguiente gobernaba. Tuvieron que pasar diez años, que fue una depuración política y ética muy importante para aprovechar aquella ventana que se había abierto antes, que era una ventana formada por grandes personalidades que coincidieron en un momento de la historia que fueron el Papa Juan Pablo II; Gorbachov, entonces secretario general del partido comunista soviético; Reagan, que desde América hizo una política adecuada; y el electricista Walesa, que era un hombre con pocas dotes de orador pero que era un hombre muy apreciado. El comunismo no se derribó con el Muro de Berlín sino que el Muro de Berlín fue el resultado de una deconstrucción del comunismo que existía entonces. Fue desmontado y lo lógico ya vino en consecuencia, que fueron los turistas que iban a otros países, que buscaban refugio en las embajadas occidentales, que eran alemanes que querían salir de la llamada República Democrática a la República Federal.
Hay algo que llama la atención y que habría que transmitir a las nuevas generaciones, que no recuerdan esto. En el 80, cuando Walesa empieza esa huelga, aquellos obreros que a las cinco de la mañana, antes de la huelga, participaban en la misa, parecía imposible que un grupo de gente que no tenía nada de poder, recordemos que aquellos señores eran electricistas, y estaba todo el aparato de poder que en aquel momento parecía un aparato absolutamente cerrado.
Monolítico.
Exacto, monolítico, del totalitarismo más absoluto. ¿Cómo una gente que no tenía ningún poder consigue en una larga batalla de diez años con una fórmula que, como dices, no era una oposición violenta sino que era un guante de seda, cómo consigue cambiar las cosas? ¿De dónde sale ese cambio tan raro? Porque era la nada frente al poder, o la persona más que la nada, frente al poder.
Yo también me pregunto esto. Creo que fue, sencillamente, una victoria de la naturaleza humana. Es decir, el afán de libertad que tiene el hombre se puede oprimir durante diez, veinte, cuarenta, setenta años, pero a la larga el globo explota. Lo que no sabíamos era cuándo iba a explotar. El sistema leninista, que es el que regía entonces, es muy sólido, abarca toda la vida social, cultura, etcétera, sin ningún resquicio por donde se pueda desmontar este aparato, pero el resquicio se encontró precisamente en el elemento más débil de este monolitismo, más débil para los comunistas, que era donde existía todavía una iglesia católica con una actuación posible, en los límites que le dieron, y luego tampoco consiguieron desmontar la sociedad antigua. Apenas hubo solo una parte de colectivización forzosa de la agricultura, lo cual mantuvo el campo un poco apartado de toda esta influencia. Esto era una espita que empezó a funcionar, y luego la solidaridad del pueblo, que fue enorme. Estaban muy orgullosos primero porque ya tenían diez mil miembros de Solidarnosc, luego cien mil…
Era una cosa desde la base.
Totalmente. Y todas las teorías de que si se hacía desde el servicio secreto… Naturalmente aquello estaba lleno de agentes, pero era de risa. Yo estuve mucho tiempo viendo cómo actuaba Walesa y tenía dos consejeros: uno fue Mazowiecki, que fue jefe de gobierno, y otro era Geremek, intelectual e historiador. Y aquí se acaba la historia.
Pero Walesa era un hombre con una gran fuerza sindical, pero luego había gente de pensamiento en torno a él. La gran Polonia había conservado gran parte de su capacidad de pensar libremente.
Esto es. Esta es la espita. Aquí fue posible romper el globo. En otro sitio, en Rumanía, era imposible, en otros países era muy difícil, pero Polonia sí. Y eso hizo que la cosa funcionara. Y luego fue ya todo muy rápido.
¿Y el papel de Juan Pablo II en todo esto?
Fue una gran sorpresa. Yo trabajé siempre desde Viena, viajando a estos países. Juan Pablo II solía pasar por Viena cuando iba a Roma, primero al concilio, etcétera. Y allí tuvo mucha relación con el cardenal de Viena, cardenal Koenig, y Koenig yo creo que fue uno de los hombres que convenció al colegio cardenalicio de que había que escoger a un polaco como él. Los comunistas se equivocaron totalmente con Wojtyla porque querían deshacerse de Wyszynski, que era el cardenal luchador y pensaban que Wojtyla, que era un intelectual, era menos peligroso. Y cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho, de lo que había pasado, ya llegaban tarde. Tuvieron que dialogar con él, y él tuvo la gran habilidad de no dar consignas políticas –nunca lo hizo, en ningún momento, incluso muchas veces no le obedecieron, no siguieron las medidas de prudencia que él proponía– pero sin embargo daba un soporte moral enorme a la gente, y sobre todo la juventud se sentía segura.
¿Y el cambio sin violencia? Algunos dicen que el éxito de Solidarnosc, o de esa primavera polaca, es que eran capaces de mirar a los ojos a los que en principio podían ser sus enemigos.
Y es verdad. Hubo solo un incidente en una mina donde una unidad de la policía mató a varios mineros. Pero esto fue verdaderamente una excepción y creo que uno de los méritos importantes fue de Jaruzelski. Jaruzelski fue un colchón. Había pasado una infancia terrible con el estalinismo, había regresado de Siberia, adonde había huido su familia, a Polonia, lo había pasado muy mal, fue a la academia militar… Él había sido boy scout, había sido explorador y hay discursos suyos sobre la cosa religiosa cuando era pequeña en Polonia. Se dio cuenta de que una nueva revolución tipo Hungría en el 56 ó incluso Checoslovaquia, eso ya no iba. Y procuró calmar lo ruso, tuvo conversaciones con Ustinov, con varias figuras, y creo que le salió muy bien: si lo haces tú, no lo hacemos nosotros. Y él lo hizo. Yo recuerdo cuando vi las patrullas mixtas de policía y soldados en la calle, pensé: esto no es el antiguo sistema. Porque los soldados polacos nunca habían sido policías, y tenían prestigio entre la gente porque habían liberado el país en la Segunda Guerra Mundial, y se veía que allí había otra firma. Efectivamente, eso fue.