El 68 revive en Washington
Recuerdo bien aquellos motines. No podía ir desde mi casa a la universidad porque gran parte del camino estaba bloqueado por la policía y la guardia nacional y para rodearlo tardaba al menos tres cuartos de hora más. El camino al laboratorio, en el norte, estaba despejado pero para ir directamente desde allí a la universidad no había otra solución que rodear las zonas de los altercados. Por la noche estábamos sometidos a la ley marcial y, junto a muchos vecinos, nos subíamos al tejado para ver los incendios.
El centro de los enfrentamientos era la zona en torno a la calle 14 y U Street, al norte de Washington, un área dedicada a pequeños negocios (cuyos propietarios no vivían en el barrio) y cooperativas. Un sacerdote amigo mío, que podía circular por la zona porque estaba con la Guardia Nacional, me llevó a ver lo que estaba sucediendo y me quedé estupefacto al ver la destrucción que habían provocado, sobre todo por los incendios.
Recuerdo que me impresionaron particularmente los daños provocados por el fuego en un lugar que conocía bien y que me gustaba mucho, un fast-food especializado en chili hot dogs con patatas fritas y queso. Siempre estaba lleno y muchos íbamos allí a comer desde otros puntos de la ciudad. No volví a saber más de lo que había sido de aquel local después de que cesaron los altercados, pero siempre esperé que hubiera podido abrir de nuevo.
Hace unos días vi este lugar en la televisión porque el presidente electo Obama y el alcalde de Washington habían ido allí a comer. El alcalde, un afroamericano nacido en Washington, era un niño en 1968, como Obama. El primer presidente afroamericano estaba comiendo en el Chili Hot Dog de la calle 14 unos días antes de su nombramiento, justo después de la celebración de la fiesta nacional en honor a Martin Luther King, y les estaban tratando como a dos clientes más. ¿Quién habría podido imaginar algo parecido en 1968?
Es por esto que la próxima semana, cuando Obama preste juramento y se convierta en presidente de los Estados Unidos, la mayoría de los americanos, progresistas o conservadores, demócratas o republicanos, que vivieron aquellos días sentirán una alegría que superará por un momento cualquier diferencia política y que hará caer alguna que otra lágrima.