Egipto a punto de estallar

Mundo · Martino Diez
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31 enero 2013
17 de enero, El Cairo: nuestro taxi está atascado en medio del tráfico, zona Doqqi. Un joven se acerca y nos lanza dentro del coche una octavilla. Se trata de un manifiesto que invita con tonos acalorados a estar presentes en el tribunal el día de la sentencia por la matanza de Port Said. Parece una cuestión de poca importancia. En realidad, la sentencia, del 26 de enero pasado, desencadena una ola de desórdenes que se extiende desde la zona de Suez a la capital.

Los manifestantes se echan a la calle, en El Cairo se presentan los black block, se impone el toque de queda en tres gobernaciones, la bolsa se desploma, la lira egipcia retrocede, las oposiciones reunidas en el Frente de Salvación nacional atacan duramente al gobierno Qandil (cada vez más en vilo) y al Presidente Morsi, que por su parte invita al diálogo y a poner a Egipto en primer lugar. Sin embargo, la oposición pone como condición una revisión de la ley electoral con vistas a la formación del nuevo parlamento. El ministro de Defensa -un general- al intervenir anteayer en la Academia militar lanza una advertencia clara: «Los desafíos y las dificultades políticas, económicas, sociales y de seguridad que afronta actualmente Egipto representan una auténtica amenaza a la seguridad y a la cohesión del país. Si este escenario continúa sin una intervención de parte de todas las partes implicadas, conllevará consecuencias graves, que influirán negativamente en la solidez de la Patria y la recuperación de estabilidad».

¿Cómo es posible que un enfrentamiento entre hinchas extremistas haya producido una tal cadena de acontecimientos?
El hecho es que la masacre del estadio de Port Said, el 1 de febrero de 2012, no fue un simple enfrentamiento entre hinchas extremistas. Al final del partido entre el Ahly (el más popular de los dos equipos de fútbol del Cairo) y el Masry (formación local) entorno al campo había 73 muertos y mil heridos. Con su sentencia el Tribunal penal conmina la pena capital (salvo gracia del Muftí de la República) a 21 imputados, pero no aclara la dinámica de lo sucedido.

Los seguidores del Ahly representan una fuerza organizada imponente y tuvieron un papel determinante durante la revolución a la hora de resistir a los ataques orquestados por el régimen de Mubarak. Por tanto, una de las hipótesis que se planteó desde el principio es que la masacre había que imputarla a servicios desviados del régimen derrotado, que de este modo se habían vengado de los opositores. Sin embargo, en una entrevista al periódico de oposición al-Yôm as-Sâbi', Tahani al-Gebali, ex vicepresidente del Tribunal constitucional, reabre la cuestión. La matanza -sostiene- fue obra de profesionales y su resultado que arrojaron descrédito sobre el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Además, el ex juez constitucional prevé un juicio de inconstitucionalidad para la nueva ley electoral. Una escena que ya se vio en el pasado mes de junio, cuando el Parlamento fue disuelto a causa de un vicio en la ley electoral, pero que podía arrojar al país en el caos.

Dos datos son evidentes: por un lado, la confusión que reina a nivel institucional. «Los Hermanos Musulmanes son fuertes, pero son débiles para guiar el país» había declarado Gamal al-Banna en diciembre pasado al Arab West Report y parece que hasta ahora los hechos dan la razón al anciano intelectual, fallecido precisamente ayer en el Cairo, hermano menor del Fundador de los Hermanos Musulmanes, pero orientado hacia posiciones liberales.
Al mismo tiempo, sin embargo, la situación económica se deteriora. Los últimos enfrentamientos han impuesto un bloqueo en las negociaciones para el préstamo del Fondo Monetario Internacional, que Egipto necesita absolutamente. «La gente está cansada», repiten muchos. La vida diaria sigue con sus ritmos, casi a un lado de las protestas, pero no se puede tensar la cuerda infinitamente.

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