Educación. Más allá del escepticismo de los adultos y las heridas de los jóvenes
Acaba de publicarse un libro de lectura ágil y agradable, escrito por Julián Carrón, bajo el título Educación. Comunicación de uno mismo, una contribución del presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación a la jornada convocada por el papa Francisco el pasado 15 de octubre bajo el lema “Reconstruir el pacto educativo global”.
Escribe Carrón en la introducción de este libro que “es difícil imaginar un reto mayor que el educativo. De hecho, el desconcierto domina en todas partes por el vértigo que experimentan los adultos (padres y educadores de todo tipo) y los jóvenes. La expresión «emergencia educativa» nunca ha estado tan cargada de significado como en estos tiempos. Por ello la iniciativa del papa Francisco para «reconstruir el pacto educativo global» es una ocasión para todos: «Todas las instituciones deben interpelarse […] asumiendo un compromiso personal y comunitario […] renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión». Con este desafío chocan el escepticismo de los adultos y las heridas de los jóvenes. Las dificultades desbordan por todas partes. Hay quien propone acotarlas multiplicando las reglas y las instrucciones de uso, estableciendo normas y límites. Pero reglas e instrucciones de uso se revelan cada vez más incapaces de suscitar el yo, de despertar su interés hasta llegar a implicarlo en un camino que le permita crecer. ¿Y entonces? ¿Tenemos que tirar la toalla y declarar fallido el desafío? «Un imprevisto es la única esperanza», decía Eugenio Montale. (…) Por el contexto en que nos hallamos, se ha generado una sospecha; de hecho, en todos los ámbitos domina una desconfianza en las relaciones, con el consiguiente «basta» ante el riesgo de abuso y de manipulación de los pequeños por parte de los adultos, un riesgo propio de cualquier relación educativa. (…) Aunque, por un lado, esto va a hacer que resulte más difícil responder al desafío educativo, por otro lado –paradójicamente– podrá revelarse como una oportunidad extraordinaria para nosotros los cristianos: podremos testimoniar la sobreabundancia que experimentamos en la relación con Cristo, de la que brotan la libertad y la gratuidad en la relación con el otro”.
Después de la introducción, el primer capítulo del libro se titula “La educación es comunicar el sentido de la vida; no es una palabra, es una experiencia”, y es la transcripción de un discurso que Carrón pronunció con motivo de la inauguración de la escuela Oliver Twist en Como el 19 de septiembre de 2009.
Carrón parte de un hecho sucedido en una escuela para extranjeros en Dublín, donde solo el director lograba comprender a un joven francés que las había liado pardas. “Hizo falta un hombre que no tuviera miedo de arriesgar”, comenta Carrón, “que no se limitara a dar lecciones sino que le retara a tomarse en serio su corazón, mostrándole un modo desconocido para él de mirar la realidad”.
“Hoy en día hacen falta personas así”, añade. “No adultos que suelten discursos y miren los límites de los demás, sino que sean más bien «compañeros de los compañeros, compañeros entre los demás, es decir, una presencia; presencia que implica y atrae a los otros, un ámbito de amistad real con los demás»”, afirma citando a Luigi Giussani. “Don Giussani”, recuerda Carrón, “gastó su vida confiando totalmente en el corazón de los jóvenes, apostó todo durante cincuenta años, decía, por la libertad «pura»”.
“Podemos resumir de este modo”, observa Carrón citando uno de los libros más famosos de Giussani, Educar es un riesgo, “las preocupaciones que animan un sano itinerario educativo”, tal como Giussani lo expresó: “para educar es necesario proponer el pasado de forma adecuada. Pero no existe otro modo de comunicar la riqueza de una historia que presentarla dentro de una experiencia presente que subraye su correspondencia con las exigencias últimas del corazón”. Es decir, “dentro de una vivencia del presente que dé las razones de sí misma”. Por último, recordando siempre a don Giussani, “la educación debe ser una educación en la crítica. Hasta los diez años de edad (ahora –señala Carrón– quizá incluso antes) el niño puede repetir todavía: lo ha dicho la profesora, lo ha dicho mi madre. ¿Por qué? Porque, por naturaleza, quienes aman al niño meten en su mochila, sobre sus hombros, todo lo bueno que han vivido en la vida”.
Pero, “llegado a cierto punto, la naturaleza da al niño, al que había sido niño, el instinto de tomar la mochila y ponérsela delante de los ojos (en griego –recuerda Giussani– se dice pro-bállo, del que deriva el italiano –y el español– “problema”). ¡Tiene pues que convertirse en problema lo que nos han dicho! Si no se convierte en problema, lo que esa mochila contiene no madurará nunca y se abandonará o se mantendrá irracionalmente. Una vez puesta delante de los ojos la mochila, el chico mira lo que hay dentro. Siempre en griego, este ‘mirar dentro’ se dice krinein, krísis, de lo que deriva ‘crítica’. La crítica, por lo tanto, consiste en caer en la cuenta de las cosas, no tiene un sentido necesariamente negativo. Así pues, el joven mira lo que hay dentro de la mochila y con esta crítica compara lo que ve dentro, es decir, lo que le ha puesto sobre los hombros la tradición, con los deseos de su corazón: porque el criterio último de juicio está en nosotros, de otro modo estaríamos alienados. Y el criterio último que está en cada uno de nosotros es idéntico: es exigencia de verdad, de belleza, de bondad. ¡Cuántas generaciones de adultos han renunciado a esta crítica o han hecho de ella un uso equivocado, identificándola por ejemplo con algo negativo!”.
La crítica ha quedado reducida a algo negativo y por eso creamos problemas a partir de lo que nos ha sido dicho. “Yo te digo una cosa; plantearse un interrogante sobre ello, preguntarse ¿es verdad?, se ha vuelto igual que dudar de ello. La identificación entre problema y duda es el desastre de la conciencia que tiene la juventud”.
El segundo capítulo, titulado “Algo que despierte la exigencia del corazón”, retoma un diálogo entre Julián Carrón y Gianni Riotta, columnista del Huffington Post y de La stampa. Carrón responde a siete preguntas del periodista sobre temas educativos.
Resulta significativa, por ejemplo, la segunda pregunta, donde Riotta, citando el poema de Ada Negri Mi juventud, plantea si la juventud siempre está dentro de nosotros y sigue actuando en nuestro interior. Carrón responde afirmativamente, diciendo que la juventud es algo vivo dentro de él, y esa es la señal de que esta pertenece a la naturaleza propia del hombre, es una dimensión de la existencia humana.
También llama la atención la cuarta pregunta, donde Riotta plantea si toda la experiencia religiosa, humana, racional, existencial, debe desarrollarse dentro de un camino educativo. Para Carrón, esta “es la cuestión decisiva. Para Giussani, la educación –según la expresión de Josef Jungmann, un pensador alemán– es introducción en la realidad total. Esto significa que nosotros no conocemos algo cuando comprendemos alguna de sus partes, sino cuando somos introducidos en su significado, al igual que solo nos damos cuenta del valor de una rueda en su relación con la realidad total del coche”. Sin captar la relación entre el particular y la totalidad, no podemos conocer algo.
El tercer y último capítulo, “La educación es la comunicación de uno mismo, es decir, de la forma que tiene uno de relacionarse con la realidad”, recoge los apuntes de una conversación entre Carrón y un grupo de educadores de Norteamérica sobre el tema de la educación (Nueva York, 15 de febrero de 2019).
Llegado a un cierto punto, el responsable del grupo norteamericano, José Medina, pregunta a Carrón si el miedo y la preocupación desafían su propia experiencia como adulto, lo que un adulto vive. A lo que Carrón responde: “Sin duda. Si no fuera así, todo sería inútil. La alternativa se da entre un cristianismo como propuesta totalizante para la vida, como clave de todo, y un cristianismo como algo separado de la vida cotidiana, que afecta solo a una parte de la realidad. En este segundo caso, necesitaríamos otro criterio para responder a las preguntas que surgen en los distintos ámbitos de la vida. Solo si experimento una sobreabundancia, una plenitud en la relación con Su presencia, soy capaz de afrontarlo todo sin miedo”.
Más adelante, Medina afirma que en la relación educativa hay que partir de lo que existe, y Carrón añade: “Este es el problema fundamental. Siempre me ha impresionado una imagen que usa el profeta Isaías en una lectura del tiempo de Adviento: un enorme tronco seco sobre el que despunta un pequeño brote. Parece nada en comparación con lo demás, es solo el 1%, y quién sabe cómo será en el futuro. ¿Es ingenuo fijar la atención en ese brote? Nosotros tenemos que mirar la realidad. ¿Es ingenuo usar este método para afrontar cualquier circunstancia, incluidas las cuestiones ligadas a la fe y a la educación? Yo digo que no, porque solo si partimos de un cambio real, por muy pequeño que sea, podemos esperar con respecto al futuro”.