Ebola, no es chapapote

Mundo · Nacho Valero
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8 octubre 2014
Decir que el Ébola está ya más cerca de nuestras vidas es decir que somos vulnerables, que dependemos… A pesar de ello, nos mostramos despiadados con las autoridades sanitarias, y sentimentales con el perro “Excalibur”.

Decir que el Ébola está ya más cerca de nuestras vidas es decir que somos vulnerables, que dependemos… A pesar de ello, nos mostramos despiadados con las autoridades sanitarias, y sentimentales con el perro “Excalibur”.

Cruzamos los dedos para que esto pase pronto, o quede lejos, donde nada importa, y podamos volver a nuestras rutinas, antes de que nos devoremos como animales acorralados.

“Vamos a ver cosas muy duras”, declaraba un experto español, analizando la curva de crecimiento de la epidemia, de la que no hemos previsto el fin. En el primer trimestre de 2015 se espera alcanzar el millón de casos.

Esta es una enfermedad que nos muestra las carencias de los países vecinos y sus sistemas de salud, pero también las nuestras. De hecho, no tenemos, nunca podríamos estar preparados para lo que vendrá. No es posible saber qué hubiera pasado si hubiésemos aterrizado con un hospital de campaña cuando Miguel Pajares se contagió.

Mirar a la cara esto es duro. Quizás porque simplificando mucho el tema, estamos hablando sólo de dinero. No sólo de los mil millones de dólares que prevé ahora la OMS, sino de su impacto económico, en el PIB de los países, o el de España que ya está en la lista del Ébola.

Interrogantes sobre qué pasará cuando llegue a Lampedusa o a Barajas hace estremecerse a cualquiera, pero viendo a organizaciones como Médicos sin Fronteras, curtidas en esta lucha, sin ningún caso de contagio en ocasiones precedentes (dos en esta epidemia), y con más de 7.000 trabajadores desplegados por la zona, uno diría que el problema no es de dinero, sino de personas: enfermos, sus familias y el personal voluntario.

Estar tres semanas, descansar otras tres, regresar dos, y volver a descansar veintiún días para estar una última semana, no suena barato, pero un voluntario sometido a este estrés y rutina, no puede bajar la guardia.

Hará falta logística militar para garantizar cuarentena, aislamiento e higiene, pero no se puede aterrorizar a la población desembarcando como un OVNI embutidos en trajes NBQ, lo que ya ha provocado rechazo y violencia, sino visitar casa por casa, en condiciones de seguridad, atendiendo y cubriendo sus necesidades diarias durante el tiempo necesario.

El que se va quiere saber qué pasa con él, y con su familia, si algo sucede. Debemos dar una respuesta a la altura del problema, y no mezquinas peticiones de dimisión.

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