Dos muertos, diálogo necesario

Mundo · Pepe Palmeo (Tegucigalpa)
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6 julio 2009
Se ha cumplido ya una semana desde el golpe al presidente Mel Zelaya y en esta semana se ha puesto en evidencia claramente la fractura que sufre el pueblo de Honduras. Fragmentación que ya existía antes del golpe y que Mel Zelaya se había encargado de alimentar en sus tres años y medio de Gobierno, separando entre pobres y ricos, empresarios y trabajadores, y lo peor de todo, el presidente del pueblo (no en vano su legislatura se conocía como el Poder Ciudadano) contra todas las demás instituciones del Estado.

Esta fragmentación, como digo ya existía antes del golpe, pero es fruto de su Gobierno. Antes de su toma de posesión, en enero de 2006, el país luchaba de forma unitaria por los grandes problemas acuciantes que tenía, la seguridad ciudadana, el desempleo, la pobreza extrema, la deuda externa y antes aún por la reconstrucción nacional (dado que en octubre de 1998 el paso del huracán Mitch asoló el territorio hondureño). En tres años y medio, el fruto de Mel ha sido la división del país, fractura que será muy difícil de curar.

En esta semana, además de las manifestaciones en las grandes ciudades, muchas instituciones públicas y privadas han cerrado filas en torno al nuevo Gobierno de Roberto Micheletti. Se han ido sumando declaración tras declaración haciéndolas públicas: el Congreso Nacional, la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio Público, los principales partidos políticos (incluyendo el de Mel Zelaya), la Asociación de Empresarios, el Colegio de Abogados, las Fuerzas Armadas, las Iglesias evangélicas. Una de las más llamativas ha sido la pronunciada por la Conferencia Episcopal Hondureña, representada por sus 11 obispos, que el sábado fue transmitida en cadena nacional (interrupción de la emisión de radio y televisión para hacer saber a la población aspectos de interés público) por el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Madariaga. Su mensaje es muy claro, apoya de forma rotunda al nuevo Gobierno y las instituciones vigentes. Sólo concede en su comunicado un punto débil en todo lo ocurrido, el hecho de que Mel Zelaya fuera expatriado de Honduras (contraviniendo así lo que dice la propia Constitución). En su comunicado invita a comenzar a edificar desde la crisis y abrir un espacio de diálogo entre la población, cosa que el nuevo Gobierno está intentando hacer. Al final, el cardenal le pide textualmente al amigo Mel Zelaya que no regrese al país para evitar un derramamiento de sangre entre la población.

Es interesante observar que mientras ocurre esto en el país, fuera se juzgan las cosas sin considerar lo que ocurre aquí. Existen algunos ejemplos muy gráficos. La OEA expulsó el sábado por la noche a Honduras de su Asamblea de forma unánime, cosa que no le ocurría a ningún país desde la salida de Cuba en el año 1962 (es curioso que fuera aquí en Honduras, hace escasamente un mes, donde se aprobara una resolución de la Asamblea General de la OEA por la que se abría la posibilidad de reincorporar a Cuba nuevamente en este espacio regional). Su secretario general, el chileno José Miguel Inzulza, que por cierto busca la reelección como secretario general, visitó Honduras el pasado viernes para hacer saber que el Estado de Honduras sería excluido de la Asamblea de persistir en su actitud de no reponer a Mel Zelaya. Su reunión con magistrados de la Corte Suprema de Justicia, fiscales del Estado, con representantes de la Iglesia católica y evangélica, y representantes del Bloque Popular (partidarios del retorno de Zelaya). No se reunió con el nuevo Gobierno por considerarlo ilegítimo pero sí se llevó pruebas mostrando la legalidad de la deposición del presidente Zelaya.

Ayer por la noche, después de la Asamblea extraordinaria celebrada en Washington, y en la que se comunicó oficialmente la expulsión del Estado de Honduras, se hizo saber que Mel Zelaya retornaría en el día de hoy al país, acompañado por algunos dignatarios de países de Sudamérica. Estaba anunciado el aterrizaje en Toncontín, aeropuerto de Tegucigalpa, pasado el mediodía, en los alrededores del aeropuerto se había congregado una gran cantidad de personas simpatizantes de Zelaya para acompañarlo y arroparlo en su llegada, sin embargo Aeronáutica Civil decidió cerrar el aeropuerto por motivos de seguridad. Todos los vuelos comerciales se suspendieron e igualmente no permitieron entrar a ninguno de los dos aviones con la comitiva que acompañaba a Mel Zelaya. Esto increpó a los manifestantes que esperaban la llegada de Zelaya y comenzaron los disturbios que se saldaron con dos personas muertas, las primeras víctimas desde que se abriera la crisis.

La cobertura mediática del conflicto es permanente. La CNN, que al comienzo prácticamente sólo daba versiones parciales, ha abierto sus micrófonos también a personalidades que defienden al nuevo Gobierno y exponen razones de lo ocurrido. Esta noche, también desde CNN han dado la conferencia de prensa desde el aeropuerto de San Salvador de la comitiva que venía para Honduras, compuesta, además de por Mel Zelaya, por la presidenta de Argentina y los presidentes de Paraguay (un ex obispo) y de Ecuador (integrante del ALBA), el secretario de la OEA (exiliado político en la ápoca de Pinochet) y el presidente de la Asamblea de Naciones Unidas (ex-sacerdote sandinista). Es algo insólito en la diplomacia internacional que varios presidentes de otros países intenten venir a un país a dejar a otro presidente. A mi modo de ver Honduras ha hecho muy bien no dejando entrar a esta comitiva por varias razones: la primera y más clara es que no se reunían las condiciones de seguridad, con la masa de gente esperando a las afueras del aeropuerto, seguramente la entrada del avión de Mel hubiera hecho imposible contener a la gente fuera de la pista del aeropuerto. En segundo lugar es paradójico que se expulse a Honduras de la OEA y sin embargo se quiera reponer el orden del país en un simple viaje de avión. En tercer lugar es una intromisión en la soberanía del país que otros presidentes intenten venir a restituir a otro presidente.

Honduras tiene que abrir este espacio de diálogo dentro del país y evitar a toda costa una degeneración del conflicto en mayor tensión y violencia, y esperar a que la comunidad internacional encuentre otros modos de ayudarnos en esta profunda crisis.

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