Dos en uno

Cultura · Guadalupe Arbona Abascal
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16 mayo 2018
Hace unos días, se presentó en al Facultad de Físicas de la UCM la novela de Juanjo Gómez Cadenas titulada ‘Los saltimbanquis’. El coloquio entre el autor, los asistentes y tres amigos que estábamos en la mesa –un neuro-científico que estudia el Alzheimer en Houston, un exégeta y catedrático de Biblia y yo, profesora de literatura– tuvimos que dar razón de lo que ofrece la novela. No es corriente asistir en una Facultad de Físicas a la presentación de una obra literaria, como no es normal ver a un científico puntero que declara su estima por la belleza y le dedica sus mejores horas. ¿Hay algo en común entre hacer ciencia y escribir literatura?

Hace unos días, se presentó en al Facultad de Físicas de la UCM la novela de Juanjo Gómez Cadenas titulada ‘Los saltimbanquis’. El coloquio entre el autor, los asistentes y tres amigos que estábamos en la mesa –un neuro-científico que estudia el Alzheimer en Houston, un exégeta y catedrático de Biblia y yo, profesora de literatura– tuvimos que dar razón de lo que ofrece la novela. No es corriente asistir en una Facultad de Físicas a la presentación de una obra literaria, como no es normal ver a un científico puntero que declara su estima por la belleza y le dedica sus mejores horas. ¿Hay algo en común entre hacer ciencia y escribir literatura? Fue la pregunta que se repitió y abordó de maneras diferentes. La respuesta nos la daba el autor, su mirada es la del estupor, la de la sorpresa porque las cosas sean, pudiendo no ser. Él mismo hacía unos meses, cuando fue nombrado socio de honor de la Asociación Universitas, lo decía. Gómez Cadenas se asombra con lo inmensamente pequeño y hace sentir que por tu uña pasan cada segundo 100 billones de neutrinos; de la misma manera le pasa con lo grande: el cosmos gigante, lo inmensamente grande y lejano, le sobrecoge cuando por la noche alza la vista y ve las estrellas; le pasma que haya cien billones de hombres y mujeres que han pisado esta tierra cada uno con su historia particular; y sigue la retahíla de sus asombros porque no se maravilla menos con la inaudita capacidad del hombre que puede percibir la belleza de una rosa y la de una ecuación matemática. Esta capacidad de mirar los hechos, en su inmensidad, en su pequeñez, en su variedad inmensa… y sobre todo ese asombro es lo que Dostoyevski denominaba la mirada de un artista: “Tomad un hecho cualquiera de la vida real –decía el ruso–, aunque no sea tan evidente a primera vista, y si tenéis un mínimo de fuerza y ojos, reconoceréis en él una profundidad (…) Esta es la cuestión: ¿quién posee esta mirada, quién tiene esta fuerza? Porque no sólo para crear obras de arte, sino simplemente para percibir un hecho, se requiere ser –en cierto modo– un artista” (F. Dostoyevski, ‘Diario de un escritor’).

Juanjo Gómez Cadenas tiene el coraje de mirar lo que esconde un neutrino y atender a la profundidad de una obra de arte. Por eso es un artista. O mejor: dos en uno. La ciencia y el arte expresan, cada uno a su modo, el intento de entrar en la profundidad de las cosas. Justamente por esto el vértice de la investigación científica y del arte es el sentido del misterio, el acceso a algo en última instancia no dominable. Y así es en la novela de G. Cadenas. Es una novela compleja, yo diría que dual. Dual porque nos presenta dos historias: una historia de intriga y dentro de esa historia otra historia, la de los personajes que van desvelando su rostro y como saliendo del enjambre de la intriga. También es compleja porque ofrece dos niveles narrativos, el de la tensión que exige la solución de un conflicto, el de una poderosa compañía de software que quiere comprar otras y hacerse con el mercado y el de sus protagonistas que se resisten a ser marionetas del poder. Por eso en este nivel de la historia entramos de la mano de un narrador que sabe manejar los tiempos de la peripecia suministrándonos la información en dosis acertadas para que no perdamos el hilo y además queramos llegar y descubrir el final.

La intriga, adscrita al género del suspense, choca con algo inesperado: la irreductibilidad de una de las empresas, la denominada Jazz Software, creada por Clara Díaz de Deus que rompe las dinámicas previstas por los poderosos y desbarata los planes. La anomalía de Jazz software es que se ha desarrollado conducida por un personaje aparentemente débil y fuera de las dinámicas de los poderosos, Clara agrupa en torno a sí estimas, lealtades y confianzas. Por eso, en la obra se describen los movimientos de un mercado sin frenos que urde estrategias donde todo se compra y se vende –hasta las relaciones personales–; y se va abriendo paso a otras dinámicas, las de personas que se mueven por la confianza mutua y la libertad. Es en el cosido de esta intriga donde se descubre a un narrador que ensambla, como buen conocedor del tiempo, el presente de la narración: la operación de compra; y el pasado, es decir, los desplazamientos hacia otros tiempos, en el que se encuentran pedazos olvidados de la historia de los personajes implicados y que, traídos al presente, van dibujando otro diseño. Es la historia de Clara Díaz de Deus la que nos permitirá saber de su irreductibilidad inteligente; y es el pasado de Iván, el negociador para la compra y protagonista de la obra, que nos da acceso a una mayor profundidad de la historia. El ensamblaje entre pasado y presente quiere descubrirnos algo esencial y es que el poder no se traga todo. Es un narrador amante de la libertad el que nos describe la fuerza de los poderosos, que es indestructible, pero no resiste ante un personaje libre que desbarata planes y rompe previsiones. Buen narrador que sabe colocar en el tiempo, buen narrador porque maneja intriga e imprevisto. Trabaja como un ebanista, realiza una labor de marquetería, va dibujando figuras sobre una plancha de madera dura e impenetrable. Para ello necesita lijar la tabla, darle la estabilidad necesaria, quitar los nudos de la madera, tapar las grietas, lijar, barnizar, homogeneizar el color. Así cuando el fondo tiene la forma, el color y el grosor deseados, se comienza a trabajar la madera para que las figuras tengan su forma, se corta la madera con el bisturí para dejar el hueco e ir rellenándolo con piezas de otros elementos y así, pieza a pieza, se va componiendo el taraceado. Las figuras que parecían imposible en un fondo tan duro se dibujan con sus perfiles.

El tiempo de la aventura está marcado por el poder, todo es un enjambre bien trabado en el que quedan pocas posibilidades para el desenredo. Así se comprende el título y la portada del libro: los saltimbanquis son las figuras que saltan al ritmo de las órdenes de William Goldman, el Chief Executive Officer, bailan a sus órdenes. Goldman juega con ellos como el malabarista de la portada: los lanza al aire y encaja a cada uno en la parte de su plan donde puedan ser más útiles. Para ello, no tiembla un minuto en usar los dolores y las historias del pasado de sus peones: usa el amor y la decepción de Altarelli por Clara Díaz de Deus, usa la vieja amistad de Iván por Bilenki, la relación de Iván y Sonia… todo para el juego de la traición que permitirá a la empresa tener más beneficios, y usar complejos, pérdidas y heridas personales. Todos saltando al son del poder, a costa de renunciar a lo propio. Todos jugando el juego de un amo poderoso. Todos encajándose en la trama ¿a cambio de qué? A cambio de ser alguien en la empresa y perpetuarse en una vida de dinero, sexo, alcohol, droga y lujo.

Hasta que un saltimbanqui no salta al mismo ritmo. Hasta que una de las marionetas deja de encajar en el juego, hasta que uno de los títeres decide cortar las cuerdas que lo manejan y deja espacio para algo casi despreciable: el amor por la belleza, por la música de jazz, por la poesía de Rilke, por los cuadros de Picasso o de Van Gogh. ¿Qué es lo que despierta la belleza para que los saltimbanquis dejen de saltar al ritmo del poder? Lo decía al principio, el descubrimiento de que el yo es irreductible, de que el movimiento de cada personaje tiene un diseño único que no puede dibujar la mano del interés. ‘Los saltimbanquis’ es una novela dual, porque la intriga, basada en las leyes del poder, no resiste ante unos hombres que tienen historias secretas, amores a los que no pueden renunciar, intereses artísticos, aficiones musicales… y una nostalgia inmensa de belleza. Por eso, en la novela hemos de pasar, si queremos comprender su significado, de los saltimbanquis de la portada a otros saltimbanquis, los retratados por Picasso en el cuadro titulado así. El que ofrece a una familia de personajes pobres y tristes. El cuadro de Picasso se sitúa en el centro de la intriga. Son las 30 monedas de plata para la traición, pero hay un factor que se le escapa al Chief Executive, a Goldman, y es lo que ve en este cuadro Iván, el protagonista: la familia triste de titiriteros de Picasso habla del dolor, del desaliento, del fracaso y de la tristeza. Esos sentimientos que no entran en el mundo de acero diseñado por los poderosos. Estos saltimbanquis son símbolo de los personajes que se van abriendo camino a lo largo de la narración. Pasamos de los encorbatados peleles que maneja el Chief Executive Manager a un viejo destrozado por la vida o a un equilibrista que vive en la cuerda floja; pasamos de las mujeres perfectamente ataviadas, dispuestas como soldados, a las tristes mujeres de Picasso que llevan flores y frutas y la expresión grabada en el cuerpo de quien quiere ser amada. Los personajes nos van mostrando sus anhelos en la medida que se dejan atraer por el arte. Por eso el título de los saltimbanquis contiene una complejidad semántica. Los saltimbanquis son los peleles que quiere dominar el poder, es su primera acepción, juegan en el terreno del metacrilato, los despachos blancos y las órdenes implacables. Los saltimbanquis son también otra cosa, son la belleza a la que aspiran y por la que dan la vida los personajes, nos devuelven la imagen del dolor, de la pérdida, de las vidas irresueltas y en búsqueda. Menos mal. De esta manera la intriga ha ganado intensidad porque el desafío al lector no consiste solo en llegar a saber qué va a pasar con la compra de la empresa de Clara Díaz de Deus –cosa que está muy bien–, además se nos pone delante el deseo de conocer cuál es el designio y el futuro de los personajes que este buen ebanista y taraceador ha ido dibujándonos delante. Esas figuras que arrastradas por la belleza y el arte no se han dejado someter a una imagen cualquiera y menos aún a la del poder.

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