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Dos años de indignados

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12 mayo 2013
Españaes una buena fábrica de términos políticos y de "resistencia" ciudadana. Laspalabras liberal y guerrilla, que llevan el sello Madein Spain, se han incorporado al vocabulario universal. Lo mismo ha sucedidocon la expresión "indignados" desde que ahora hace dos años un grupo dedescontentos ocuparan la Puerta del Sol durante semanas. Los medios de todo elmundo difundieron las imágenes de aquel campo ¿improvisado?, en el que secelebraron asambleas permanentes.

Algunosquisieron ver en la protesta una impugnación de la democracia occidental, unarevolución como la de mayo del 68. El fenómeno se exportó a Estados Unidos, conel nombre traducido. Allí se llamó occupy ytuvo alguna incidencia en ciudades como Nueva York y Boston. Las tiendas de laocupación llegaron hasta el campus de Harvard. Aunque en la mejor universidadde Estados Unidos el movimiento tuvo mucho de teatral y poco de real: debajo delas lonas no había nadie. La fiebre del occupy saltóa muchos rincones del mundo.

¿Quéqueda dos años después de aquellas expresiones de descontento llenas de energíaque atrajeron a tanta gente? ¿Qué ha quedado de los indignados (15M)?

Elcentro-derecha español se temía que aquel movimiento estuviese montado por lossocialistas para hacerle la vida imposible al PP que pronto iba a tomar elpoder. Buena parte del 15M se ha reorientado en este momento hacia la protestacontra las políticas de ajuste de Rajoy. Pero ha quedado claro que no eran nison una marioneta del PSOE. De hecho, los socialistas siguen muy afectados porsu grito de guerra: ¡que no, que no nos representan!

Ya hacedos años era evidente que los indignados más que un movimiento articulado eranun estado de opinión. Una expresión de fastidio ante los responsables de unsistema económico y financiero que primero había creado la burbujainmobiliaria, y ahora imponía austeridad. Un estallido de malestar ante unsistema de partidos que se había convertido en una partitocracia aislada de lasociedad.

En estosdos años se ha puesto de manifiesto que en aquella amalgama de sentimientos yreacciones se mezclaba lo mejor y lo peor de la sociedad postpolítica europeade comienzos del siglo XXI. Había el deseo de denunciar el agotamiento de unsistema de representación que había dado, en gran medida, la espalda a lasociedad. Había intención de partir de lo concreto, de la necesidad de aquellosque, por ejemplo, habían perdido sus casas o su empleo.

Los indignadosempezaron siendo en su mayoría jóvenes que no tenían en España recuerdo de laTransición ni en Europa memoria del esfuerzo que fue necesario en la postguerrapara construir la paz. Y señalaron con acierto que la democracia no puedesostenerse en pie solo gracias a la memoria. Anticiparon lo que ahora muestrantodas las encuestas: un porcentaje altísimo de votantes no se sienterepresentado por los partidos clásicos. Dos años después ese aviso y esadenuncia sigue sin ser atendida y la estima por la democracia ha empeorado deforma sensible. La intelligentsia se ha dado cuenta de que las cosastienen que cambiar. No es poco.

Cosabien diferente es como ese estado de ánimo se ha ido expresando. Una parte delos indignados, afortunadamente minoritaria, ha asumido actitudes propias delperíodo de entreguerras del pasado siglo. Coquetea con la violencia y haapostado por los ataques a instituciones tan emblemáticas como el Congreso delos Diputados. Su lenguaje tiene similitudes con el lenguaje del fascismo o elcomunismo de los años 30. La coacción se traduce otras veces en acoso personala políticos, los más llamados "escraches" (termino tomado de la dictaduraargentina).

Otrosmenos radicales han canalizado su protesta contra las políticas de reduccióndel gasto que ha adoptado Rajoy para evitar el rescate. Se manifiestan contralas ayudas a la banca, contra los recortes en el Estado del Bienestar, eneducación y en tantas otras cosas. Se han sumado a la gran marea europea quesale a la calle en el sur de Europa para quejarse de la austeridad comorespuesta a la crisis. Su discurso es el de la socialdemocracia clásica llevadaal extremo. Y es en este punto en el que los indignados han sido menoscreativos. Hay motivos para protestar contra los recortes, el Gobierno podía hacerloscon más inteligencia y con otro orden. Pero es irresponsable y algo infantilecharle siempre la culpa a los otros. La verdad de un movimiento social y laestabilidad de un cambio siempre es proporcional a la capacidad que tiene desuscitar la responsabilidad personal en los ciudadanos de a pie. No de otromodo se hizo la revolución americana, la mejor de las revoluciones liberales.La responsabilidad pasa en este momento por aportar soluciones que permitanpasar del Estado del Bienestar a la Sociedad del Bienestar.

Losindignados querían ayudar a la gente concreta. Y su gran conquista ha sidoponer el foco, no siempre del modo más adecuado, sobre los desahucios de losque no podían pagar sus hipotecas. Muchos firmaron sus créditos pensando quelos días de vino y rosas serían eternos y aceptaron cláusulas abusivas. Lajusticia europea ha acabado reconociendo que la legislación hipotecariaespañola es abusiva. El Gobierno se ha visto obligado a aprobar un decreto queaplaza el desahucio para las familias más desfavorecidas.

Fue unacierto de los indignados, en este caso, partir de la necesidad. Es el modo dehacer política y sociedad desde abajo. El problema es que la fórmula pararesolver esa necesidad a menudo se ha ideologizado y, además, no se haafrentado de forma sistemática.

IsabelCoixet, una de las mejores directoras de cine del momento en España, simpatizacon el 15M. En su última película, ///http://www.clubcultura.com/clubcine/clubcineastas/isabelcoixet/filmes9.html///Ayerno termina nunca///, uno delos dos personajes principales pertenece a los indignados. A través de lasprotestas quiere quitarse de encima el vacío que le ha causado la pérdida de su hijo y el abandono de su marido. Coixettiene la valentía de reflejar de forma muy precisa y muy dramática los límitesde un cambio que nace de un dolor resentido. Agnóstica como es, sabe poner en bocade otro de sus personajes la necesidad de recomenzar siempre, a partir de lopositivo, de la redención. Unaaportación lúcida que viene de los indignados. 

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