Doce años después, llegó

Cultura · Cristian Serrano
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25 mayo 2014
Desde que Florentino comenzara su segunda etapa como presidente de la empresa con más mística del mundo, una obsesión comenzó a agolparse por pasillos, vestuarios y campos de entrenamiento: la décima, la décima, la décima. Como empresario que es, anduvo durante mucho tiempo buscando el método adecuado, la forma más rentable de alcanzar el reinado europeo.

Desde que Florentino comenzara su segunda etapa como presidente de la empresa con más mística del mundo, una obsesión comenzó a agolparse por pasillos, vestuarios y campos de entrenamiento: la décima, la décima, la décima. Como empresario que es, anduvo durante mucho tiempo buscando el método adecuado, la forma más rentable de alcanzar el reinado europeo. Alejarse o no de la plantilla. Dar toda la responsabilidad o no al entrenador. Combinar cantera y jugadores “top”. Todo aquello rondaba en la cabeza del mandatario. Primero, Mourinho recuperó el espíritu competitivo del Madrid, eso sí, a un alto precio. Pero ha sido el equilibrio de Carletto lo que ha traído el trofeo más esperado por todo el madridismo.

La historia quiso cruzar la obsesión con el sueño. La exigencia frente al frenesí. Tras ganar la liga en Can Barça, el Atlético se vio favorito y el Madrid lo aceptó. Quedó atrás Munich donde los blancos dieron un golpe autocrático a base de fútbol.

Para Ancelotti el centro del campo es el principal lugar de batalla. Allí no se puede jugar a experimentos, menos todavía en una final. Y faltaba Alonso, equilibro madridista por excelencia. A los blancos les bastaba tener algo de posesión sin ser ésta fructífera. Pero el Atlético se hizo grande y siguió el esquema de éste. Marcar en la única ocasión que podía hacer y esperar al rival.

Setenta minutos después apareció el Madrid. Ramos, en su estilo más anárquico tiró del equipo. Los blancos no aceptaban el castigo pero el tiempo corría. El descuento trajo el cabezazo del siglo. Sergio, Camas y el madridismo remataron al único lugar donde el guardameta rojiblanco no podía llegar. En ese instante el error de Casillas pasó a formar parte de la gesta. De la debacle al triunfo.

En el verde los del Cholo intuían por su estado físico que no aguantarían la liberación del Madrid. Bale voló de nuevo, esta vez en vertical para perforar la portería y darle la vuelta al partido. Ya estaba. Marcelo y Cristiano redondearon una noche mística.

Sin fútbol ni físico. De campo a campo, al más puro estilo patio de colegio. Así fue la noche en que toda una joven generación vivió ya de forma consciente lo que es ganar una Champions.

Florentino fichó el verano pasado a Carlo, el deseado. Ambos miraron el día de la firma las vitrinas de las copas de Europa. Allí sellaron su amor. La promesa quedó cumplida cuando Iker alzó la Orejona poseído por la diosa Cibeles.

Pérez, hombre de sangre fría, racional esperó y esperó para mostrar su alma, el ser sobrenatural que habita en cada corazón. Se desquitó. Se hizo terrenal gritando al infinito. Pudo ser él mismo y por una vez sucedió en el ágora de la Europa actual.

Así es este deporte. Fascinante. Maravilloso. Las finales con toda la atmósfera que las rodea nos recuerdan lo que fuera en su día la batalla entre gladiadores.  

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