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Distancia

Mundo · Elena Santa María
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23 marzo 2020
“Tenemos la vida que nos espera y el reto de sobrevivirla. Tenemos nuestra capacidad de adaptación, nuestra humanidad flexible y maravillosa, y cada día sigue siendo un regalo prodigioso e inmerecido, una caricia de Dios (…) Tenemos este día, este día de hoy, los ojos, los ojos de tu hija de hoy, los juegos de tu hija de hoy, los besos de tu hija de hoy (…) aunque de repente se hiciera de noche, y nunca más volviera a salir el sol, hemos vivido la historia de belleza, amor y Gracia más extraordinaria que jamás haya sido contada”.

“Tenemos la vida que nos espera y el reto de sobrevivirla. Tenemos nuestra capacidad de adaptación, nuestra humanidad flexible y maravillosa, y cada día sigue siendo un regalo prodigioso e inmerecido, una caricia de Dios (…) Tenemos este día, este día de hoy, los ojos, los ojos de tu hija de hoy, los juegos de tu hija de hoy, los besos de tu hija de hoy (…) aunque de repente se hiciera de noche, y nunca más volviera a salir el sol, hemos vivido la historia de belleza, amor y Gracia más extraordinaria que jamás haya sido contada”.

Hay que ser valiente para publicar un párrafo como este de Salvador Sostres en ABC. Valiente porque estas palabras las leerán aquellos que en estos días han perdido familiares y amigos sin poder decirles adiós, sin poder abrazarse en los entierros. También los que cuentan las horas en casa, impotentes, mientras su padre o su madre está grave y solo en una habitación de hospital. Cuenta Ana Fuentes en El País que “estaba viviendo esta pandemia de manera virtual, siguiendo la evolución de los datos desde mi ordenador. Hasta que hace una semana me estalló en la cara y todo se volvió real: mi padre dio positivo. Se lo contagiaron en el hospital cuando estaba a punto de recibir el alta por otro achaque. Murió ayer. No pude despedirme de él”. Y sigue: “Miles de familias en medio mundo están siendo privadas de algo que los humanos necesitamos hacer desde que el mundo es mundo: decir adiós”. Cuando todo esto acabe, dice, “celebraremos que estamos vivos”.

Otro posible lector de Sostres es el que está encerrado en casa. Solo o no, enfermo o no, con niños o no, agobiado con el teletrabajo o con el ERTE que si no ha llegado ya está por llegar. Dice Íñigo Domínguez en El País que después de cuatro años ha conocido a su vecino. “No veíamos lo que teníamos delante. Ni al vecino de enfrente, que ayer por primera vez hablamos con él, de balcón a balcón, como en las películas italianas, algo que siempre quise hacer. Solo nos preguntamos qué tal y si todo iba bien, suficiente para empezar después de cuatro años”. Sol Aguirre dice en El Español que ella dedica este tiempo a la escritura. “Ante la sensación de agobio, qué mejor que aprovechar una herramienta invisible para muchos, pero factible para todos: escribamos. Démosle la vuelta a este calcetín que somos para arrojar sobre el papel lo que se esconde dentro, sea lo que sea. Aprendernos es siempre la mejor opción”. Quien quiera que coja el guante.

¿Por qué se nos impone esta distancia en un momento tan desgarrador?

Dice Leila Nachawati en Cuarto Poder que esto no es una guerra. “Frente al odio y al miedo que alimentan las guerras, esta crisis requiere extremar los cuidados, la conciencia de los otros y la solidaridad. Una solidaridad que estos días hemos visto darse entre vecinos, entre grupos de personas, e incluso entre países. El aislamiento físico que busca evitar el contagio es a la vez una comunión, seguramente la primera que hemos conocido. Nos recoloca a todos, haciendo lo mismo en el mismo momento. Sufriéndolo, procesándolo, gestionándolo, adquiriendo una conciencia común que trasciende cualquier solución militar”.

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