Diario de Siria 6

Mundo · Fernando de Haro, Alepo
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19 junio 2017
Oula estudió literatura inglesa en la universidad pero nunca ha salido del país. Ahora es profesora en un colegio privado. Corrige a menudo a su novio Philip por sus incorrecciones gramaticales con la lengua de Shakespeare. Philip tampoco ha salido del país y su sueño es hacer un master relacionado con el mundo de los negocios. De momento trabaja como vendedor de DVD. Oula y Philip se quieren casar antes de que acabe el verano, pero el sueldo no les da.

Oula estudió literatura inglesa en la universidad pero nunca ha salido del país. Ahora es profesora en un colegio privado. Corrige a menudo a su novio Philip por sus incorrecciones gramaticales con la lengua de Shakespeare. Philip tampoco ha salido del país y su sueño es hacer un master relacionado con el mundo de los negocios. De momento trabaja como vendedor de DVD. Oula y Philip se quieren casar antes de que acabe el verano, pero el sueldo no les da.

Cada uno de ellos gana 50 dólares al mes. Y alquilar un apartamento cuesta 150 dólares. “Luego hay que pagar la luz, el agua, y algo tendremos que comer”, me dice Oula. El agua corriente solo le llega dos días a la semana. Aunque Oula dice que con dos botellas de agua sabe cómo lavarse el pelo. “En estos años de guerra me he acordado mucho de cuando era pequeña y mis padres me decían que no podía ducharme durante 20 minutos porque había gente sin agua”, me confiesa. “Me parecía imposible que alguien no tuviese agua”, añade. La electricidad necesaria para poner una lavadora cuesta el equivalente a una semana de sueldo. No se nota, Oula y Philip van implacables.

Oula confiesa que antes de la guerra ya percibía una cierta discriminación por ser cristiana. “No te decían nada abiertamente pero en la universidad, por ejemplo, oías ciertos comentarios por nuestro modo de vestir”, relata. “¿Pero en Siria las mujeres no visten como quieren?”, le pregunto. “Depende de las ciudades, y depende de los barrios. Hay barrios aquí en Alepo en los que no debo entrar tal y como voy”, responde. Oula va maquillada, con tacones, con las uñas pintadas, pero recatada, con un estilo profesoral.

Oula acabó la carrera durante la guerra. “La universidad aquí es buena. Tiene buenos profesores. Pero hemos vivido circunstancias muy extrañas. Había compañeros de clase que por la mañana luchaban en los barrios de los yihadistas y que por la tarde cruzaban el frente para presentarse a los exámenes en la zona del Gobierno”, señala.

“Llegamos a acostumbrarnos a las bombas, hablábamos de ellas como se habla del tiempo”, me cuenta. Pero Oula no se acostumbra a esta Siria que parece haber retrocedido 100 años. Y recuerda la convivencia en paz, la sanidad y la educación gratuitas. Y como casi todos los sirios está convencida de que hay una conspiración internacional contra su país.

Le animo a casarse cuanto antes, a olvidarse de los gastos de la ceremonia. Y me dice con una sonrisa grande y nada profesoral: “pero yo quiero invitar a mis amigos a celebrar con nosotros la alegría de casarnos, a participar en una fiesta, aunque sea sencilla. Es un día en la vida”. A final del verano, quizás en octubre, tenemos boda en Alepo. Y aunque estemos lejos, vaya si será un gran día de fiesta.

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