Editorial

Después del Covid, en Tierra Santa

Editorial · Fernando de Haro
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27 diciembre 2020
En la explanada frente a la Basílica de la Natividad se pueden escuchar las hojas rosas de las buganvillas que arrastra el viento sobre la piedra blanca. No hay bullicio. No se oyen los pasos y las voces venidas de muchos rincones del planeta. No está ni siquiera el vendedor ambulante de café turco. No hay colas para bajar a la gruta de la Natividad. El nuevo ángel, descubierto en los últimos trabajos de restauración, con sus alas azules, sus ojos rasgados y sus manos grandes no eleva hasta el cielo, como ha hecho durante los últimos catorce siglos, las oraciones de los peregrinos. Ni siquiera en el momento de la Intifada, en 1987, cuando se vivía una situación de guerra encubierta, cesó como ahora el goteo de visitantes.

En la explanada frente a la Basílica de la Natividad se pueden escuchar las hojas rosas de las buganvillas que arrastra el viento sobre la piedra blanca. No hay bullicio. No se oyen los pasos y las voces venidas de muchos rincones del planeta. No está ni siquiera el vendedor ambulante de café turco. No hay colas para bajar a la gruta de la Natividad. El nuevo ángel, descubierto en los últimos trabajos de restauración, con sus alas azules, sus ojos rasgados y sus manos grandes no eleva hasta el cielo, como ha hecho durante los últimos catorce siglos, las oraciones de los peregrinos. Ni siquiera en el momento de la Intifada, en 1987, cuando se vivía una situación de guerra encubierta, cesó como ahora el goteo de visitantes.

El Covid ha provocado una situación inédita en Tierra Santa. Hay quien dice que no se vivía algo similar desde hace 1.600 años. Las restricciones impiden la llegada de peregrinos que en 2019 llegaron a ser tres millones y medio. La buena marcha del sector hostelero había provocado inversiones y un aumento considerable de las camas disponibles. Los viajeros internacionales en Palestina suponen en un año normal un 40 por ciento de la entrada de divisas y dan trabajo a 32.000 personas. Una parte importante pertenece a la minoría cristiana que ha nacido en la tierra de Jesús. Las pérdidas de 2020 pueden llegar a los 250 millones de euros. Una razón más para que se acelere la trágica migración de bautizados, provocada desde hace décadas por las dificultades económicas y la ocupación de parte de Cisjordania por Israel.

La misa de la noche de Navidad se ha celebrado sin fieles. La Autoridad Nacional Palestina no ha permitido la asistencia. Los comercios de las calles de Belén están cerrados. No hay quien compre los trabajos en madera de olivo. Al otro lado del muro, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, las calles están también desiertas.

El Covid no ha sido la única razón que ha hecho más difícil la situación de los cristianos en Tierra Santa. En Cisjordania, en Israel y en Gaza la presión que, desde hace tiempo, hace su vida más difícil, se ha incrementado.

En la franja de Gaza, donde con muchas dificultades todavía se mantiene una comunidad ortodoxa en torno a la histórica parroquia de San Porfirio y otra católica en torno a la parroquia de la Sagrada Familia, Hamas sigue con su política de aislamiento silencioso. Este año no ha permitido, como era habitual, que los musulmanes celebren las fiestas de Navidad junto a los seguidores de la cruz. No llegan a 800 los bautizados en la franja y, sobre todo, los más jóvenes sueñan con el día en el que puedan escapar de la que es la mayor cárcel del mundo al aire libre.

En Cisjordania, donde viven poco más de 45.000 cristianos, la situación también ha empeorado. En teoría los “Acuerdos de Abraham”, firmados en septiembre en la Casa Blanca entre los Emiratos Árabes Unidos y Baréin con Israel, suponían el cese de la anexión de territorios palestinos. Pero en realidad el primer ministro israelí, Netanyahu, no ha parado nada. Se sigue ejecutando, sobre todo, el proyecto de una red de carreteras que conectará los asentamientos. La idea es incrementar la población de colonos israelíes del medio millón actual a un millón en los próximos 20 años. Ni la derrota de Trump en las elecciones de Estados Unidos ni la convocatoria de unos nuevos comicios, los cuartos en dos años, han detenido el proyecto. La ocupación resta futuro a los cristianos.

Biden tiene a partir de enero la posibilidad de mejorar la situación de los palestinos. Puede restablecer las ayudas que llegaban de Estados Unidos a través de la ONU, ayudas que Trump canceló. Pero su principal reto es encontrar alguna propuesta de paz que deje de lado el descabellado “Acuerdo del Siglo” del presidente republicano y que actualice las fórmulas de hace 30 años. No lo tiene fácil.

La minoría palestina cristiana también sufre la ineficacia, la falta de flexibilidad y las luchas internas dentro de la Autoridad Nacional. Sus líderes siguen aferrados a fórmulas que se han quedado antiguas. La geoestrategia en los países de mayoría musulmana, con Arabia Saudí y Emiratos cerca de Israel, y Turquía y Qatar del lado de los islamistas, ha cambiado drásticamente y puede sacar a los palestinos, por primera vez en mucho tiempo, del centro del tablero.

En el territorio israelí la presión sobre los cristianos, especialmente en Jerusalén, continúa. El ataque a principios de diciembre de un ultraortodoxo judío a la Basílica de Getsemaní no es un incidente aislado. Son atentados que se repiten con frecuencia. Sigue también la presión para que en la Ciudad Vieja de Jerusalén los cristianos vendan sus propiedades. Afortunadamente parece que los responsables de la Iglesia ortodoxa han reaccionado. Están luchando seriamente para impedir que tres inmuebles situados estratégicamente en la puerta de Jaffa no pasen a manos de la organización nacionalista judía Ateret Cohanim. En el norte, en Galilea, todo parece más tranquilo, pero los cristianos árabes israelíes siguen siendo, como siempre fueron, ciudadanos de segunda categoría.

Si efectivamente este 2021 el Covid queda relativamente controlado, será el momento de volver a Tierra Santa. El año que viene en Belén, en Jerusalén, en Jericó, en Nazaret.

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