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Después del 20-N, como en el 77

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13 noviembre 2011
La de este domingo no ha sido sólo una victoria del PP en las elecciones generales, ha sido un auténtico vuelco histórico. El centro-derecha obtiene una mayoría absoluta con el 44,6 por ciento de los votos y 186 diputados, algo desconocido en la democracia española. El cambio ha sido posible por el desplome de los socialistas, sobre todo en Andalucía. El PSOE pierde en toda España más de 4.600.000 votos. Desplome histórico que hace resurgir a la vieja izquierda de Izquierda Unida y hace surgir la nueva izquierda de UPyD. Zapatero deja un país con cinco millones de parados y un partido socialista que tardará mucho en convertirse en opción de gobierno.

Tras esta victoria contundente de Rajoy cobran sentido dos intervenciones que ha hecho recientemente el líder de los populares. Una fue la que realizó en la Convención Nacional que se celebró en Málaga a principios de octubre. Ofreció entonces gobernar con concordia, recuperando la unidad entre los españoles de otras épocas. En una alusión clara a la transición se refirió aquella vez a la labor realizada por Adolfo Suárez, el hombre que, a pesar de sus muchos defectos, jugó un papel decisivo para que España volviese la democracia de una forma ordenada y pacífica.

Zapatero fue el primero en hacer paralelismos: quiso fijar las elecciones el 20-N, día de la muerte de Franco, por su obsesión con el pasado. Ciertamente el final de su segunda legislatura no es comparable con la muerte del dictador porque estos siete años y medio nuestras libertades han permanecido íntegras. Pero hay retos que son similares a los que se produjeron tras la victoria de la UCD, en las primeras elecciones democráticas de junio del 77. Aunque mucho se había avanzado, todavía estaba entonces pendiente la tarea de dar forma política e institucional a la reconciliación entre los españoles. Las heridas no son ahora tan profundas como en la transición pero desde el poder, durante los últimos años, se ha instigado una crispación permanente de modo que las diferencias ideológicas han llegado a determinar de un modo peligroso las relaciones sociales. La política no es lo más decisivo en la vida de un pueblo pero el poder puede ir contra los deseos reales de la gente, contra la capacidad de encontrarse y reconocerse, contra la posibilidad de construir juntos reconociendo lo que nos une. Y eso es justo lo que ha ocurrido durante este último tiempo. Desde 1993, desde el momento en que Felipe González intuyó que podía perder las elecciones frente a Aznar, el PSOE sufrió una mutación importante: volvió a dejarse dominar por su gen más destructivo, el de la ruptura. Y a partir de ese momento comenzó a cuestionar el acuerdo básico que hizo posible la promulgación de la Constitución. El "espíritu maligno" del 93 se comió el espíritu de la transición.

Rajoy tiene por delante la labor de ejercer de un "modo más laico" el poder, fomentando el reconocimiento mutuo. Para llevarla a cabo no puede gobernar como ha ejercido su labor de oposición durante los últimos meses. Ahora hay que tomar la iniciativa. Ya sabemos que la mano invisible del mercado no lo remedia todo. Los técnicos dicen que es decisivo, para solucionar el problema de la deuda, tomar medidas rápidas: ajuste para reducir el déficit, reforma laboral y saneamiento del sistema financiero. Cuando Suárez llegó a la Moncloa al menos tenía el arma de la devaluación para hacer frente a una inflación y a un paro que amenazaban las instituciones. En el 77 el apoyo de los comunistas, que arrastraron a los socialistas reticentes, permitió firmar los Pactos de la Moncloa. Aquellos acuerdos, que nos salvaron del desastre, impusieron sacrificios muy duros a la población que los aceptó de buen grado. Fue especialmente significativo porque la España de aquella época salía del paternalismo franquista que cercenaba libertades pero ofrecía bienestar.

Es muy probable que los sindicatos y que el PSOE sigan instalados en el "espíritu del 93". Los socialistas, a pesar de la crisis interna que tiene por delante, fomentarán la protesta en la calle y la demagogia contra una derecha a la que acusarán de liquidar el sistema del Bienestar. Rajoy no cuenta con una complicidad decisiva como la que en ese momento tuvo Suárez con Carillo, pero puede buscar otras. Si no la encuentra en la izquierda política puede dirigirse a la sociedad.

Y aquí es donde tiene especial importancia el segundo de sus mensajes: el que lanzó, poco antes de que acabara la campaña, en Murcia. "Un gobierno por bueno que sea no lo puede hacer todo ni lo va a hacer todo. Es la gente la que pone en marcha un país. Necesitamos, sobre todo una sociedad confiada", aseguró en ese momento. No basta tomar las medidas económicas acertadas, es necesario despertar la confianza y la ilusión social, huir de los que, como Rubalcaba en la campaña, han buscado la confrontación ideológica. Y dar protagonismo real a la gente, que es la forma coloquial de designar la subsidiariedad. La iniciativa social española tiene energías, hay que saber despertarlas y contar con su empuje. En la noche de este domingo la primera intervención de Rajoy ha estado bien encaminada, ha insistido en la necesidad de gobernar con todos, ha hablado de la necesidad de que España recupere su estatura como nación y de la necesidad de trabajar y hacer sacrificios.

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