Después de nosotros

Cultura · Juan Orellana
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11 octubre 2016
Después de nosotros se limita a describir de manera muy realista cómo es la relación de un matrimonio que ha decidido divorciarse pero que por diversas razones aún convive bajo el mismo techo. Además, tienen dos hijas pequeñas en las que se observa la debacle que supone la situación de sus padres.

Después de nosotros se limita a describir de manera muy realista cómo es la relación de un matrimonio que ha decidido divorciarse pero que por diversas razones aún convive bajo el mismo techo. Además, tienen dos hijas pequeñas en las que se observa la debacle que supone la situación de sus padres.

El divorcio como argumento ha estado presente en el cine contemporáneo sobre todo a partir de Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979). En la medida en que la institución matrimonial se ha visto avasallada por el tsunami del actual cambio de época, el cine se ha hecho eco de alguna manera de las consecuencias devastadoras de la desestructuración familiar. Curiosamente, la globalización también ha afectado a esta crisis, como demuestra la película iraní Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011). La película que ahora nos ocupa es una producción belga dirigida por Joachim Lafosse, director curtido en dramas sobre relaciones violentas o enfermizas.

En el reparto, Bérénice Bejo (The Artist) es Marie y Cédric Kahn, Boris, y encarnan a esta joven pareja que ha decidido poner fin a su matrimonio por razones que el film no explicita. Y está bien que no lo haga, porque el director no pretende repartir culpabilidades u obligarnos a tomar parte por alguno de ellos. No es una película maniquea ni parcial, únicamente trata de describir el infierno en el que viven dos personas que se amaron, pero que ya no son capaces de seguir adelante. De hecho, el director consigue despertar nuestra ternura al mostrarnos las torpezas de los personajes, son esfuerzos vanos por no sucumbir, su intrínseca fragilidad. Y lo hace sin crear situaciones extremas, sin elegir las exageraciones y sin caer en el fácil atajo del melodrama desgarrado y violento. Opta por un realismo puro, desnudo, sin costuras ni artificios.

Quizá por ello el film pueda parecer frío y poco emotivo, precisamente porque busca respetar la libertad del espectador ante una situación perpleja y ambigua ante la que, más que un juicio moral, se precisa una honda reflexión antropológica. Algo que en algún momento apunta el personaje de la abuela (Marthe Keller), cuando alude a la forma en la que estas cosas se afrontaban en el pasado, apuntando al cambio epocal que citábamos al principio. Probablemente está menos logrado el retrato de las niñas, interpretadas por las gemelas Soentjens, ya que así como muestran el destrozo educativo que supone la experiencia que están viviendo (se vuelven caprichosas, chantajistas…), no reflejan bien el sufrimiento y la tristeza reales que estas situaciones generan en los hijos. En cualquier caso, el film es inteligente e interesante, y supone la constatación muy auténtica de una experiencia que se ha convertido en una auténtica epidemia.

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