Desorientación y método

Editorial · Fernando de Haro
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7 enero 2024
Sin haber adquirido un criterio para juzgar, que sólo se hace operativo a través de la experiencia de una autoridad, los jóvenes acaban en la incredulidad y en la desconfianza, porque la enseñanza aparentemente neutra no proporciona criterios con los que abordar la vida.

Los jóvenes han estado muy presentes en los últimos discursos tanto del presidente Sergio Mattarella como de Felipe VI. Mattarella destacó en su mensaje de fin de año que en el «escenario en el que nos movemos, los jóvenes se sienten fuera de lugar. Desorientados, cuando no alienados en un mundo que no comprenden y cuya forma de caminar y de comportarse no comparten. Una desorientación provocada porque  se desoyen sus expectativas». El Rey, en su discurso con motivo de la jura de la Constitución de su hija y sucesora en el trono, le dijo a la Princesa Leonor: “formas parte y representas a una nueva generación que, como las que nos han precedido, tendrá sus propios ideales, su modo de ver y entender la vida, su visión del mundo. Y tendrá también sus propios retos… Debéis saber que la democracia y la libertad no se construyen de un día para otro, sino día tras día; y precisan de un cuidado continuo y de una mejora permanente”.

El reto es ayudar a los jóvenes a encontrar su lugar en el mundo, el reto es hacerles abrazar un ideal que sirva para construir. Con motivo de estas intervenciones me he acordado de  algunas páginas del libro que he escrito sobre la vida de don Giussani (El ímpetu de una vida, Sekotia)

“No estoy aquí para que hagáis vuestras mis ideas. Estoy aquí para enseñaros un método con el que juzgar las cosas que os voy a decir”. Giussani, en las aulas del Liceo Berchet a mediados de los años cincuenta, interpela a sus alumnos con estas palabras. Así comienza una de las escenas de mi biografía del fundador de Comunión y Liberación. La respuesta educativa de Giussani a la desorientación de los jóvenes me parece de gran actualidad.

El sacerdote de Desio supo ver las consecuencias de una enseñanza aparentemente neutra que no proporciona criterios con los que abordar la vida, una educación que engendra incredulidad y desconfianza. Su intención es que los jóvenes adquieran una auténtica libertad de juicio y de elección. No juzgarán ni ejercerán su capacidad de decisión sin haber adquirido un criterio. Y se da cuenta de que ese criterio sólo se hace operativo si les llega a través de la experiencia de una autoridad, de una persona con una conciencia rica. En la relación con los alumnos descubre que si no tienen una clave interpretativa de la realidad y de la vida, primero se vuelven escépticos y luego, de adultos, fanáticos. Por eso les desafía con la lectura de un texto, una pieza musical o haciéndoles reflexionar sobre su vida cotidiana. Lo que dice, lo dice siempre en primera persona. Se comunica a sí mismo, comunica lo que ha vivido. Es su manera de provocarles para que sigan libremente su propio camino. Su lenguaje es directo, nuevo. “¡Os reto -les dice-, os reto a que encontréis algo más interesante para vuestra vida que lo que digo! ¡Si no queréis ser esclavos de quien tiene el poder, tenéis que habituaros a comparar con vuestra experiencia los que os diré, pero también lo que os dicen los otros¡” .

Aquellos años maduraron en este gran educador la convicción de que «la primera cosa que hay que hacer será llamar a los jóvenes a afrontar seriamente su propia humanidad, a vivirla conscientemente. Su experiencia humana no consiste en esto más que en aquello otro, sino en todo lo que sienten, todo lo que escuchan, todo lo que viven. Si uno no se toma en serio toda su propia humanidad, no podrá comprender cuál es la respuesta que espera”. “La segunda cosa que hay que suscitar -señala- es una conciencia viva de que nuestra humanidad personal, por sí sola, no resuelve sus problemas, que no puede encontrar respuesta a todo: es el sen­tido de que dependemos de algo que está más allá de nosotros mismos. No tenemos que negar la experiencia humana, no tene­mos que presentar la Gracia (el cristianismo) como una abolición de la naturale­za, sino como la respuesta sobrenatural a la naturaleza misma”.

Esta experiencia educativa, esta forma de entender el cristianismo, sigue siendo de rabiosa actualidad. Un cristianismo capaz de propiciar este tipo de experiencias puede contribuir significativamente a superar, lo que Mattarella llama, la desorientación.

 

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