¿Democracia contra Islam? Indonesia rompe la maldición

Mundo · Ricardo Benjumea
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30 julio 2014
No es verdad que los países de mayoría musulmana estén condenados a tener que elegir entre islamismo o dictadura militar. Joko Widobo (popularmente, Jokowi) ha roto la maldición.

No es verdad que los países de mayoría musulmana estén condenados a tener que elegir entre islamismo o dictadura militar. Joko Widobo (popularmente, Jokowi) ha roto la maldición.

Jokowi, el jovial gobernador de Yakarta, se convertirá en octubre en presidente de Indonesia, tras derrotar en buena lid a un oponente que personifica la peor tradición golpista de Asia, que fue condenado y expulsado del Ejército por torturar a opositores y que, al mismo tiempo, se presentó a las elecciones aliado con el islamismo radical.

Prabowo Subianto, multimillonario representante de la vieja élite que gobernó el país desde la independencia hasta el fin de la dictadura, en 1998 (y que sigue ejerciendo una influencia decisiva en la política, la sociedad y la economía), estuvo cerca de remontar los 40 puntos de diferencia que inicialmente le separaban de su adversario en las encuestas. Perdió por apenas 53,15% a 46,15%, y se negó a reconocer el resultado. En las elecciones parlamentarias de abril, Prabowo lideró una gran coalición que va a controlar el 52% de los escaños del próximo Parlamento, y aunque no está claro que la alianza vaya a mantenerse intacta, el viejo general golpista (fracasó en el intento en el 98) tendrá recursos a mano para complicarle mucho las cosas al simpático e inexperto presidente de orígenes humildes que llega a lo más alto de la política avalado por su fama de gestor local honrado y eficaz.

La victoria de Jokowi es una excelente noticia para Indonesia. Rubrica, de algún modo, el éxito de la transición a la democracia en el tercer país más poblado del planeta, aunque los retos para el próximo presidente van a ser enormes. De entrada, tendrá que vencer la feroz oposición del antiguo régimen. Y entretanto, reformar la Administración y la economía, que con un 5,2% en el primer cuatrimestre de 2014, crece al menor ritmo desde hace 4 años. Tampoco están boyantes las finanzas públicas. Y persisten enormes bolsas de pobreza y una gran desigualdad social.

Un presidente respetuoso con los derechos humanos y las minorías es también una excelente noticia para el sur y el este de Asia. Jokowi puede ser un factor de estabilidad en un momento delicado en la región. Y aunque no parece que la política internacional vaya a ser su primera prioridad, una Indonesia más democrática e inclusiva puede ejercer un poderoso magnetismo sobre otros países.

Pero sobre todo, la victoria de este hombre es un motivo de esperanza para el planeta, en contraste con el avance del radicalismo en Oriente Medio y el fracaso de la llamada “primavera árabe” (con la traca final de los últimos días del caos en Libia). Los acontecimientos parecían confirmar definitivamente la tesis de que, en países de mayoría musulmana, sólo un régimen militar garantiza la estabilidad social suficiente, y que la democracia, tarde o temprano, degenera en islamismo radical. La tesis, precisamente, queda contradicha precisamente en el país musulmán más poblado del mundo, donde tradicionalmente el Islam se había caracterizado por su carácter respetuoso, pero que, en los últimos años, estaba mostrando preocupantes rasgos de intransigencia, tanto procedente de grupos radicales, como por parte de las autoridades locales, con todo tipo de trabas y formas más sutiles o más vastas de discriminación contra los cristianos.

La imagen de esta esperanza la encontramos en la desbordante alegría del presidente de la Conferencia Episcopal de Indonesia, el arzobispo de Yakarta, monseñor Ignatius Suharyo. Confirmada su victoria, Jokowi acudió personalmente a la sede del episcopado para saludarle y agradecerle el llamamiento de los obispos a la participación en las elecciones. No es ningún secreto que los cristianos han apoyado masivamente su candidatura.

Cuando Jokowi fue elegido alcalde de Solo en 2005, a los 44 años, la población era un punto de referencia para el islamismo radical. Los posters de Bin Laden eran decoración común en las calles. Siete años después, cuando dejó el cargo para aspirar al gobierno de Yakarta, Solo se había convertido en una ciudad modelo en cuanto a integración de las minorías, como la china o la cristiana.

Tanto es así, que el equipo de Prabowo Subianto, para desprestigiarle, filtró a la prensa durante la campaña electoral una partida de matrimonio falsificada, según la cual Jokowi es, en realidad, un cristiano con ancestros chinos. Éste no se molestó en salir a desmentirlo, probablemente porque no pensaba que se tratara de ningún insulto (un hermano de Jokowi, de hecho, sí es un cristiano converso), pero ante la preocupante erosión que empezaba a sufrir en las encuestas y que llegó a amenazar su victoria electoral, se vio obligado a tomar medidas. Una, la elección de un islamista moderado, Jusuf Kalla, como candidato a vicepresidente. La segunda, una peregrinación a la Meca en los últimos días de campaña.

Ahora, confirmado el triunfo, el arzobispo de Yakarta puede ya decir abiertamente lo que piensa del futuro presidente: «Es el hombre adecuado y espero que se convierta en un modelo para los políticos indonesios, trabajando por la prosperidad social, la justicia, el imperio de la ley y la unidad del pueblo», ha dicho a Asianews. «Un nuevo espíritu nacional está emergiendo, un sentido compartido de pertenencia y una nueva ética social». Yokowi «es una bendición para nuestra nación».

Que así sea…

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