Déjame entrar

Cultura · Juan Orellana
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17 abril 2009
El género vampírico, que parece haber dado la espalda a sus categorías ancestrales con la saga de Crepúsculo, da una nueva vuelta de tuerca con la sorprendente producción sueca Déjame entrar, con la que su director Tomas Alfredson adapta una novela del conocido escritor de Estocolmo John Ajvide Lindqvist. El argumento tiene algún punto en común con la película de Catherine Hardwicke, ya que gira en torno a una adolescente vampiresa, Eli, que se enamora de Oskar, un chaval infeliz, hijo de padres separados y maltratado por sus compañeros de instituto. Ese amor imposible, como el de Crepúsculo, es el núcleo alrededor del cual se nos va a contar una historia de supervivencia, envuelta en una sobredosis de crítica social.

¿Es Déjame entrar una película de terror?  Sin duda ocupará ese estante en las baldas de los videoclubs, pero si lo es hay que concluir que el género ha cambiado radicalmente. La película no da miedo, aunque sí contiene momentos gore. Pero, aunque parezca imposible, a pesar de ser gore es una cinta muy poética. Y para complicarlo más, está narrada en un tono de realismo dramático, propio de un género en las antípodas del terror. El goticismo no está en la dirección artística, sino en el interior de los personajes. Este inclasificable cóctel, que algunos ya han calificado de obra maestra, es en el fondo una historia clásica de maduración. Oskar debe aprender a hacerse respetar, y Eli va a ser el catalizador de esa transformación. Pero lo que da más miedo en el film no es la terrible y a la vez entrañable vampiresa, sino el retrato de una sociedad que se desmorona entre el alcohol, los divorcios, la soledad y el individualismo atroz. Transilvania se ve sustituida por Estocolmo, símbolo de la sociedad del bienestar.

Otros elementos del género vampírico sí se respetan, aunque muy cambiados. El ataúd se convierte en una bañera, y el siervo terrible de Drácula (Tod Browning, 1931) es aquí un pobre hombre con aspecto de sufridor de clase media.

Lo que está claro es que los vampiros ya no son malos ¿Por qué? Esa cuestión merece un estudio detenido que excede el objetivo de una crítica. Lo que también parece claro es que del film se puede hacer desde una lectura multicultural a otra homosexual, ya que Eli no tiene sexo, y siempre interroga a Oskar, ¿me querrías igual aunque no fuese chica? En cualquier caso, no parece que estas cuestiones respondan a la intención principal de la película. Más bien la cuestión se plantea en términos de una nueva ética: ¿es inmoral lo que se hace para sobrevivir? En un tipo de sociedad que va dejando víctimas por doquier, ¿siguen vigentes los esquemas morales tradicionales? Sin duda es una reflexión que fácilmente puede llevar a la moral del "sálvese quien pueda", que es la cumbre del relativismo.

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