Declaración de guerra

Estamos, pues, ante la enésima cinta de la temporada que aborda la enfermedad de un hijo, pero en este caso, al tratarse de un bebé, el peso dramático gira en torno a la pareja, sus sufrimientos, dudas, altibajos, coraje y voluntad de luchar. Los protagonistas no son creyentes y todo gravita sobre su fuerza de voluntad. De todas formas, y a pesar de la soledad de fondo que trasmiten al carecer de un significado para la vida y para la muerte, los personajes están llenos de frescura e ímpetu vital. Y es que la gran virtud del film es su espontaneidad, su naturalismo desenfadado, su canto a la vida.
La interpretación y la puesta en escena son muy acertadas, y consiguen una inmediata complicidad del público; hay momentos muy brillantes y en el fondo se ofrece un coctel de géneros: desde el musical al drama, pasando por la comedia y por el realismo mágico, pero afortunadamente nunca se cae en excesos melodramáticos. Sin embargo, el desenlace es agridulce y lleva al espectador a preguntarse en qué consiste realmente la victoria sobre la muerte.