Decidir quedarse, cada amanecer
El padre Jihad Youssef es un monje de la comunidad de Al-Khalil, asentada desde 1991 en el monasterio de Mar Musa al-Habashi (san Moisés el Abisinio) en Siria, ochenta kilómetros al norte de Damasco. La existencia de este antiguo lugar de vida eremita fue descubierta en 1982 por el padre Paolo Dall’Oglio, secuestrado en Siria en julio de 2013, que decidió realizar su restauración.
La tradición quiso que Moisés el Abisinio, hijo de un rey etíope, rechazara suceder a su padre en el trono y eligiera el camino del ermitaño. Al llegar a Siria, según cuenta la tradición, halló refugio en una gruta en las montañas donde hoy se eleva el monasterio. Moisés el Abisinio murió mártir unos años después a manos de los soldados del imperio bizantino.
¿Cómo ha cambiado la vida en Mar Musa desde 2011?
Ya no hay visitantes, los monjes dormimos en la ciudad y vamos a visitar a los desplazados que viven en las ciudades vecinas de Nebek y Homs. Nos turnamos para mantener abierto el monasterio con la presencia de un solo monje que rota y los obreros para la manutención, y cuando podemos subimos para celebrar la misa, rezar juntos y descansar. Desde 2011 hemos vivido cuatro años de vida contemplativa auténtica, siempre estábamos solos y rezábamos más. Cuando a principios de 2015 el Isis tomó Qaryatayn, a pocos kilómetros del monasterio, nos dedicamos a la pastoral, a visitar a la gente en sus casas. De monjes contemplativos, hemos pasado a ser diocesanos y misioneros.
En diciembre de 2013 las milicias de Jabhat al-Nusra asediaron durante 25 días la ciudad de Nebek, a pocos kilómetros de Mar Musa. ¿Cómo vivieron esos días en el monasterio?
Muy sofocados, durante todo el tiempo en que la ciudad fue bombardeada estuvimos encerrados en el monasterio. Los habitantes de la ciudad se refugiaron donde pudieron. La comunidad cristiana en Nebek cuenta con 250 almas. Poco antes de Navidad, la batalla acabó, entonces bajamos a la ciudad y vimos que el barrio cristiano estaba prácticamente destruido. Con la ayuda de tres organizaciones católicas europeas trabajamos en un proyecto de restauración y reconstrucción, y en pocos meses restauramos 63 casas de cristianos y cinco de familias musulmanas pobres.
¿Cómo han vivido la fe desde que la situación en Siria degeneró?
Los demás monjes y yo siempre nos hemos preguntado si quedarnos o marchar. La tribulación ha sido muy grande. Han sido meses a prueba para verificar si nuestra fe estaba hecha de oro de algo que se quema y se consume hasta agotarse. Nos hemos preguntado por qué sucedía todo esto, ¿por qué Dios permanece en silencio ante un pueblo que se mata? No ha sido nada fácil, a cada amanecer debíamos decidir si creer o no. Hemos decidido creer, cada día. Hemos decidido ir más allá del silencio de Dios.
¿Cree que los cristianos deberían quedarse o huir?
Todos hablan de la necesidad de que los cristianos permanezcan en sus países, donde nació la Iglesia. Hasta 2013, yo también pensaba que había que animar a los cristianos a que no se fueran, a aferrarse a sus raíces, pues vivían en esas tierras desde mucho antes que los musulmanes. Pero quizás nos olvidamos de que siempre hay alguien antes que nosotros. Ahora ya no soy de la misma opinión. Nosotros trabajamos también para ayudar a los que quieren marcharse, y a quedarse a los que quieren quedarse. Los ricos y privilegiados, como nosotros los monjes, ya han huido o pueden huir cuando quieran, pero la gente pobre está condenada a quedarse. En Siria solo quedan los cristianos convencidos, que saben que tienen una misión, de hecho son misión, porque todo bautizado lo es.
¿Qué papel pueden tener los cristianos orientales en la construcción de un diálogo con el islam?
Los cristianos en Siria no son los únicos perseguidos. Nos persiguen igual que a todos los demás sirios. El Isis destruye nuestros monasterios, pero también las mezquitas y las tumbas de los santos musulmanes. Sus milicias secuestran y matan a nuestros hermanos, pero también han masacrado a miles de musulmanes sunitas como ellos. Claro que los cristianos somos mucho más frágiles porque somos un pequeño rebaño, pero si el Señor nos ha hecho cristianos en esta tierra será por algún motivo. Nuestro diálogo no tiene el objetivo de convencer al otro que se equivoca, sino que es un “ir hacia el otro” con curiosidad positiva, evangélica, desarmados, con las manos vacías. Hoy no se puede prescindir del diálogo, ni en Oriente Medio ni en Occidente. También debemos rezar mucho por la unidad de los musulmanes, que están más divididos que nosotros los cristianos. En su unidad está el bien, para ellos y para nosotros.
¿Qué le diría a Europa, donde cada día llegan miles de refugiados?
Los refugiados llegan y vosotros no podéis impedirlo ni construir muros. Si les acogéis con dignidad, tal vez un día lleguen a ser buenos ciudadanos; de otro modo serán malos ciudadanos, serán un cáncer. Creo que también vosotros debéis comprometeros en el diálogo. Tenéis a los musulmanes en casa, vuestros hijos van a clase con niños musulmanes, tened el coraje de llamar a la puerta de vuestro vecino musulmán, llevan allí a Cristo con vuestra simple presencia. San Francisco decía en la regla no bulada: “Los hermanos que van entre los infieles pueden conducirse espiritualmente entre ellos de dos modos. Un modo consiste en que no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos. El otro modo consiste en que, cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios”. La iniciativa es de Dios, es él quien da el primer paso, no nosotros.
Cuando acabe la guerra, ¿cómo se podrá reconstruir el tejido social y restaurar la confianza entre cristianos y musulmanes?
Solo será posible si cada uno se compromete con su fe. Yo, como cristiano, me comprometo a vivir el Evangelio. El Evangelio reconstruye, y si reconstruyo en mí lograré reconstruir en el otro. No será fácil, porque las heridas y ofensas sufridas permanecen en el tiempo. Los cristianos de Maalula, por ejemplo, difícilmente conseguirán recuperar la confianza en los musulmanes porque les han traicionado. Como el padre Jacques Mourad, hermano nuestro. Le secuestró una persona que conocía, con la que había tomado un té el día antes, y le entregó al Isis. Estuvo prisionero seis meses, antes de conseguir escapar.
Pero por suerte el buen ejemplo también permanece. Durante el asedio a Nebek, los cristianos temían que sus mujeres fueran tomadas como botín y los hombres como esclavos. Los vecinos musulmanes se ofrecieron a acoger a las chicas cristianas en sus casas, escondiéndolas como hijas suyas y alejándolas así de las milicias de Jabhat al-Nusra.
En cuanto a nosotros, los monjes, vivimos entre Siria y Europa para cultivar el estudio. Cuando acabe la guerra, Siria necesitará personas bien formadas que puedan predicar el Evangelio de la amistad, de la armonía y el diálogo, para superar divisiones y odios.
¿Usted volverá a Siria?
Todavía no me he ido.