De nuevo sobre el conde Tolstói

León Tolstói vivió casado casi cincuenta años con Sofía Tolstói, née Bers. Tuvieron trece hijos en común. Lo compartieron todo a fondo, pero acaso, como apunta Kafka en una carta, más que desgraciado, su matrimonio fue prematuro, contraído por personas que no estaban aún maduras, que con el enlace habían detenido su desarrollo personal, gentes que habían sido recogidas prematuramente del árbol, antes de la recolección. No lo sé. ¿Es que alguien en la historia humana ha podido escapar a una descripción de los hechos como la que hace Kafka en dicha carta?
En todo caso resulta misterioso que un hombre viva toda una vida con una persona a la que ama y que, en el momento de la muerte, huya de ella y quiera morir solo y a la intemperie. Naturalmente, y es el gran acierto en el diagnóstico de la hija del novelista, el final no fue sino el desenlace inevitable de un desencuentro lentamente larvado. Desde el mismo inicio de su unión. Para empezar, Sofía, que se casó con dieciocho virginales años, nunca aceptó el tormentoso pasado de su marido. Corroída por unos celos retrospectivos, no llegó a asumir esta dimensión. Desde ese momento el desarrollo de la pareja fue desigual, tenso e incierto.
El libro, sumamente prudente, responde no obstante a la otra parte del misterio Tolstói: ¿por qué, si la cosa acabó así, no había explotado antes, en todas aquellas décadas de convivencia insatisfactoria para ambos? La respuesta no es sencilla, y tampoco yo pretendo destripar este bellísimo relato, pero tras la lectura pienso que en realidad se amaban. Que a pesar de todo se amaban mucho, y que su relación, humana e imperfecta, estaba tocada por la gracia.