De Nasser a Al Sisi, el complicado equilibrio copto

Mundo · Alessia Melcangi
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8 marzo 2018
En el pequeño pueblo de Al-Ur, al sur de Egipto, se inauguró hace unas semanas una catedral dedicada a los 21 coptos decapitados por el estado islámico en Libia en febrero de 2015. Financiada por el gobierno, este nuevo templo se inserta en la estrategia del presidente Al Sisi, también de cara a las próximas elecciones, para reforzar su alianza con la Iglesia copta. Siguiendo las huellas de su predecesor Nasser, el rais trata de superar las críticas de quienes le acusan de no hacer lo suficiente para tutelar los derechos de los cristianos en Egipto.

En el pequeño pueblo de Al-Ur, al sur de Egipto, se inauguró hace unas semanas una catedral dedicada a los 21 coptos decapitados por el estado islámico en Libia en febrero de 2015. Financiada por el gobierno, este nuevo templo se inserta en la estrategia del presidente Al Sisi, también de cara a las próximas elecciones, para reforzar su alianza con la Iglesia copta. Siguiendo las huellas de su predecesor Nasser, el rais trata de superar las críticas de quienes le acusan de no hacer lo suficiente para tutelar los derechos de los cristianos en Egipto.

El 25 de junio de 1968, Nasser, presidente de la república egipcia, en una solemne ceremonia, inauguró junto al patriarca Cirilo VI la nueva catedral copta en el centro de El Cairo. La implicación directa del entonces rais se puso de manifiesto de varias maneras. En primer lugar, con una generosa contribución económica que donó personalmente a la Iglesia egipcia para la edificación del nuevo lugar de culto, poniendo a disposición de los trabajos a las empresas nacionalizadas. Después, acelerando las praxis exigidas para conseguir la aprobación de construcción de nuevas iglesias, que normalmente corrían el riesgo de perderse en un itinerario burocrático que la mayor parte de las veces acababa fracasando. Y por último, con el discurso que pronunció durante la puesta de la primera piedra, el 24 de julio de 1965, con un mensaje de hermandad y colaboración entre las dos comunidades religiosas egipcias. Pero sobre todo fue esencial la presencia de Nasser durante toda la ceremonia inaugural, inmortalizado de la mano con Cirilo VI en una imagen que confería a la sacralidad del evento un aspecto marcadamente político.

De hecho, este encuentro marcó el inicio de una larga colaboración entre el gobierno egipcio y el patriarcado alejandrino, que aseguraría el apoyo constante e imperecedero de la comunidad copta a los regímenes egipcios y una inclusión (aunque a menudo solo aparente) de los cristianos en el sistema social y político.

El golpe de estado llevado a cabo en julio de 1952 por los Oficiales Libres imprimió un cambio radical no solo en la forma de gobierno -la monarquía cedió el paso a un sistema republicano- sino también a nivel ideológico, político, social y económico. Los primeros años cincuenta, con la presidencia de Muhammad Nagib (1953-54), fueron los años de la consolidación del poder militar. Desde el principio promovieron enérgicamente la puesta en marcha de una política que previera la implicación de la comunidad copta (presencia antigua cuyo porcentaje actual en Egipto se estima en torno al 10% de la población) en apoyo del nuevo gobierno, lanzando a todos los egipcios un llamamiento a la unidad, la igualdad y el respeto del ideal nacional.

En aquellos años se diseñaron varias políticas que, además de sacudir al viejo régimen y a la élite que lo apoyaba, provocaron grandes daños a la comunidad copta. Desde la reforma agraria de 1952 a la ley de unificación jurisdiccional de 1955, pasando por las nacionalizaciones de 1957 y 1960, los coptos sufrieron una grave pérdida de prestigio y una serie de restricciones económicas y sociales. Estas reformas no sirvieron para proteger los intereses y tradiciones de este grupo sino que se insertaban en el programa político y económico de los revolucionarios y de su principal representante, Gamal Abdel Nasser, que fue elegido presidente de la República en 1956.

En su intento de modernizar y reforzar las estructuras estatales del nuevo Egipto republicano, Nasser pasó a intervenir en la complicada relación entre el poder político y la religión, integrando los aspectos ligados a la fe dentro de un proyecto más amplio que pudiera dar legitimidad y apoyo popular al régimen.

El llamamiento común a la nación egipcia fue el instrumento mediante el cual el gobierno pudo apaciguar las tensiones entre los grupos religiosos, pero sobre todo supuso para la comunidad copta la ocasión de recuperar un espacio de participación pública y social, tomando parte en eventos memorables y en periodos difíciles que el régimen de Nasser debía afrontar, como fue la Guerra de los Seis Días.

Nasser y Cirilo VI

Un paso importante en dirección a una mayor colaboración entre la Iglesia y el régimen se dio gracias a la colaboración personal que se instauró entre Nasser y Cirilo VI, electo en 1959. Desde entonces, el patriarca empezó a relacionarse directamente con el presidente egipcio, mostrándose como guía tanto político como espiritual, y Nasser empezó a reconocer el liderazgo del patriarca, acallando las voces de disenso presentes en el seno de la propia comunidad.

Esta amistad marcó la época dorada en las relaciones interconfesionales en Egipto, representada simbólicamente por las imágenes de aquel 25 de junio, cuando el rais y el patriarca entraron juntos en la nueva catedral, sellando la devoción de los coptos hacia el poder político.

Al Sisi y Tawadros II

Han pasado poco más de cincuenta años y ha sido el presidente actual, Abdel Fatah Al Sisi, quien públicamente ha querido renovar el pacto con una majestuosa ceremonia. El 6 de enero de 2018, coincidiendo con la Navidad copta, el actual rais egipcio inauguraba junto al patriarca Tawadros II la nueva catedral que según las intenciones del presidente debería convertirse en la mayor iglesia cristiana de Oriente Medio.

Situada 40 kilómetros al este de El Cairo, allí donde está previsto que nazca la ´Nueva Cairo´ (futura capital administrativa y financiera de Egipto según el programa de expansión urbana previsto por el gobierno), la catedral se ha construido en tiempo récord para que el gobierno pudiera lucir con solemnidad el objetivo alcanzado.

El reclamo iconográfico y simbólico a Nasser y Cirilo VI está claro. El actual presidente egipcio Al Sisi quiere renovar el pacto de alianza y colaboración sellado años atrás con la Iglesia, intentando así superar las críticas de los que acusan al Estado de no hacer lo suficiente por la tutela de los derechos y protección de los cristianos en Egipto. Y en el discurso de Al Sisi, reiterando el llamamiento a la unidad nacional entre cristianos y musulmanes sin divisiones ni diferencias, resonaban las palabras que Nasser tanto usaba en sus discursos públicos. Pero las iglesias de El Cairo parecen hoy fortalezas atrincheradas por las ingentes medidas de seguridad que por orden gubernamental se han dispuesto en todos los lugares de culto del país, a consecuencia de la violencia que en los últimos años ha convertido a los coptos en el nuevo objetivo de los ataques terroristas firmados por el estado islámico.

Del asesinato a la evacuación forzosa en 2017 de varias decenas de cristianos a Al-Arish, capital de la gobernación del norte del Sinaí, donde recientemente se ha producido una gran operación antiterrorista por parte de las fuerzas armadas y del orden, al brutal ataque del 11 de diciembre de 2016 en la catedral copta de El Cairo y al doble atentado del Domingo de Ramos 9 de abril de 2017 en Tanta, en el Delta del Nilo, y en Alejandría, los últimos ataques contra los coptos hacen presagiar que la violencia terrorista ya no queda circunscrita a la península del Sinaí sino que, en cambio, se está desplazando hacia los principales centros urbanos, sometiendo a una dura prueba la validez de la promesa de seguridad hecha por Al Sisi como perno de su propaganda. Y además de los actos de violencia e intimidaciones, permanecen las condiciones de discriminación política, económica y social que pesan aún más sobre la comunidad cristiana más numerosa del mundo árabe.

Esta situación es lo que un memorándum, sometido el pasado 21 de diciembre a discusión en el Congreso americano por parte de seis diputados estadounidenses, intentó poner de manifiesto, subrayando la existencia de una discriminación sistemática de los coptos en el Egipto guiado por el presidente Al Sisi.

No es la primera vez que una injerencia externa desencadena duras polémicas y condenas en este país. La respuesta elaborada por la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento egipcio ha intentado refutar las tesis del memorándum norteamericano, elogiando la labor del presidente y con la intención de contrarrestar la iniciativa de los grupos radicales que tratan de romper la unidad entre cristianos y musulmanes, y reafirmando los plenos derechos de ciudadanía de todos los egipcios, sin diferenciación alguna.

Alineados con la respuesta oficial del gobierno, algunos parlamentarios coptos han expresado también su decepción con las conclusiones a las que llega dicho memorándum, afirmando que la persistencia de la violencia y las amenazas de carácter sectario contra los coptos no se puede atribuir al actual liderazgo político.

Las elecciones de marzo

Del 26 al 28 de marzo, se celebran las elecciones presidenciales y, a falta de rivales creíbles, que han tenido que desistir o han sido detenidos en los últimos meses, el resultado es evidentemente favorable a Al Sisi. La Iglesia copta, como en el pasado, se ha declarado del lado del presidente, dispuesta a apoyarle en la campaña electoral. A pesar de la existencia de un movimiento disidente dentro de la propia comunidad que reclama desde hace tiempo un retorno de la Iglesia a su tarea espiritual original, oscurecida por su implicación política, que de hecho ha fagocitado las instituciones laicas de la comunidad. Son las voces de un nutrido grupo de jóvenes coptos que participaron en las revueltas de 2011 y que se han convertido en portadores de exigencias de democracia, libertad y plena participación política desvinculada de las dinámicas identitarias y sectarias. Aspiraciones que pronto naufragaron en las convulsivas fases de la transición.

El patriarca Tawadros II, de hecho, se ha mostrado más que favorable a la política gubernamental, renovando el famoso pacto entre política y religión que tuvo su máxima expresión en los años de Nasser y que ahora ha vuelto a proponer de manera urgente coincidiendo con la nueva cita electoral. No parece casual que una serie de lugares de culto hayan recibido recientemente subvenciones para trabajos de restauración.

A pesar de las hasta ahora fracasadas operaciones antiterroristas puestas en marcha en el Sinaí y, sobre todo, a pesar de la situación económica que atraviesa el país (con una inflación del 18%, el desempleo juvenil rozando el 40% y una tasa de pobreza que ha pasado del 28% en 2015 al 33% actual), el gobierno de Al Sisi sigue representando para los coptos de Egipto una barrera de protección y una garantía de estabilidad política. Las inminentes elecciones podrían confirmar la posición de esta comunidad cristiana guiada por un patriarca que se mantiene fielmente al lado del rais a pesar de la presencia de muchas voces de jóvenes e intelectuales que hacen oír sus críticas hacia el autoritarismo presidencial.

Oasis

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