De Nasser a Al-Sisi, Egipto narrado por Ghitani

Cultura · Luisa Orelli
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23 octubre 2015
Gamal al-Ghitani era un monumento de la literatura árabe y hace unas semanas, en una loca fantasía, imaginé que le daban el nobel, que alguien le susurraba la noticia y así se despertaba del coma en que llevaba meses sumido con su maravillosa sonrisa.

Gamal al-Ghitani era un monumento de la literatura árabe y hace unas semanas, en una loca fantasía, imaginé que le daban el nobel, que alguien le susurraba la noticia y así se despertaba del coma en que llevaba meses sumido con su maravillosa sonrisa.

Fue discípulo y amigo de Naghib Mahfuz, que ganó el Nobel, y de momento es el único escritor árabe que lo tiene, por dar dignidad a un género, la novela, que no pertenece a la tradición literaria árabe. Si a Mahfuz se le recuerda como el padre de la novela árabe, Ghitani fue más allá: podríamos decir que la universalizó. Se lee a Mahfuz para entender El Cairo como un mundo; se lee a Ghitani para entender El Cairo como el mundo.

Nacido en 1945 (el pasado 9 de mayo celebró su 70 cumpleaños) en un pueblo del alto Egipto, empezó su carrera como diseñador de alfombras. Ese arte de su primer oficio se encuentra en su modo de entretejer a partir de motivos antiguos, yendo a las fuentes históricas, a las crónicas de Maqrîzî e ibn Iyâs, al vocabulario depurado de los grandes místicos: una lengua rica, estratificada, para contar (incluso cuando la ambientación es histórica) el presente.

Ghitani escribió relatos, fue periodista, enviado de guerra, director de uno de los suplementos literarios árabes más importantes, Akhbâr al-adab, que dará espacio a generaciones de jóvenes escritores y dará a conocer autores del mundo entero. La universalidad era en él un rasgo constante, también en su religiosidad, que vivió sin dogmatismos, con la libertad de los espíritus l ibres.

La novela que más famoso le hizo, su obra maestra, Zayni Barakat, narra, a través de la crisis y la caída de un imperio del pasado (el sultanato mameluco), la decepción nasseriana, pero también y sobre todo los eternos mecanismos de abuso que acompañan la lucha por el poder. “Me inspiro en acontecimientos que tuvieron lugar en el Egipto del siglo XVI, pero también puede suceder en cualquier parte, ayer, hoy, mañana, tanto en países árabes como en Chile, en la España de Franco o en la Alemania nazi”, explicaba él mismo.

Zayni es una metáfora del populismo y de la demagogia, de la instrumentalización de lo religioso con fines políticos y su trasfondo es El Cairo. Escenas de tortura, de violencia, abusos, pero también los infinitos subterfugios de quien tiene que sobrevivir en este mundo, animado por un ideal, o simplemente sobreviviendo: el santo, el oportunista, el juerguista, el rufián, en el escenario de un Cairo del siglo XVI que recuerda mucho al de hoy.

Las referencias eran tan evidentes que el libro no pudo publicarse inmediatamente en Egipto. Se publicó en el Líbano en 1974. El propio Ghitani, como muchos autores de su generación, sufrió la censura y la prisión. Pero en los últimos años defendió al general Abdel Fattah al-Sisi, un gobierno que muy probablemente habría criticado en otras circunstancias.

Pero las condiciones extremas de la razón hicieron cambiar, también él, los parámetros. Ghitani siempre se opuso al islamismo radical, miró con desconfianza las interferencias extranjeras en su país. Para él, como para otros muchos intelectuales egipcios, Al-Sisi era garante de una estabilidad interna que veía flaquear hacia un desastre general. Una estabilidad ilusoria, sí.

Le vi por Pascua en El Cairo. En él había cansancio, amargura, sentía que se acercaba el fin. A aquel hombre generoso, dulce y sensible sobrevive una obra que le supera: en el tiempo y también idealmente. Porque Zayni Barakat es el auténtico manifiesto político de Ghitani.

Como sugieren las palabras de otro escritor, Nabil Naoum, Gamal al-Ghitani ha dejado este mundo para encontrar otro; sin espías, policías ni matones, cuyo horror ha relatado mejor que nadie: por fin, libre.

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