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De lecturas y viajes

Mundo · Elena Santa María
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25 julio 2019
Viajar y leer son actividades reinas del verano. Dice Jordi Nadal en La Vanguardia que, en realidad, viajar es como leer. Y que ambas son necesarias para estar en el mundo real. “Hay que estar en ciudades, paisajes, pueblos, países que nos inviten –y exijan– una comprensión más amplia. Hay que estar con personas que significan lo distinto”.

Viajar y leer son actividades reinas del verano. Dice Jordi Nadal en La Vanguardia que, en realidad, viajar es como leer. Y que ambas son necesarias para estar en el mundo real. “Hay que estar en ciudades, paisajes, pueblos, países que nos inviten –y exijan– una comprensión más amplia. Hay que estar con personas que significan lo distinto”.

Uno de los viajes más típicos es ir al pueblo. En el suyo, Pedro Simón –lo cuenta en El Mundo– se ha encontrado con Eme, del que dice: “podemos estar mucho rato juntos y ni hablamos. En este mundo en que todo dios es hacia fuera, Eme es hacia dentro. En rarísimas ocasiones me cita un viaje a las Antípodas, el día en que conoció al ministro, lo de Sole, las mañanas en que iba al rastro con Pe. Creo que cuando ve a mis hijos piensa en el suyo. Ha llegado a un punto en que no necesita el ruido para combatir el miedo. Tiene muy subrayado el libro de Jesús (Montiel) que me regaló. Por ejemplo: «Conquistar la mansedumbre del árbol requiere mucha intemperie»”.

Un poco más lejos, a Edimburgo, se ha ido Jesús Carrasco, aunque no de viaje sino a vivir. En una entrevista de Guadalupe Arbona y Juan José Gómez Cadenas publicada en Jotdown, Carrasco apunta que “la cultura no es solo un disfrute, también es un modo de conocimiento. Entretiene leer, entretiene ver una película, pero también contiene todos los elementos beneficiosos de la ficción, ese espejo que se nos pone delante para que seamos capaces de vernos y de ver el mundo desde otro punto de vista y ese otro punto de vista es el que verdaderamente nos enriquece. (…) Yo he probado las mieles de esa riqueza, como muchísima gente, y quiero seguir expandiendo mi percepción de la realidad, mi contacto con la realidad que tiene que ver con todo. Con el dolor, con la empatía, con el disfrute de la vida, en fin, con todo eso. Y ahí está la cultura, esa forma de percepción de la realidad más rica, más gozosa, más compartida”.

Respecto a su propio libro Intemperie, afirma: “Y luego hay un hecho en la propia historia que se cuenta que para mí es determinante y es que es la historia de un niño que sufre. La mayoría somos sensibles al sufrimiento de los demás y, particularmente, al sufrimiento de un ser desvalido, de un niño indefenso. En ningún momento lo pensé como un posible gancho literario, no iban por ahí los tiros, pero luego pensando y recibiendo lecturas de muchos lectores he llegado a la conclusión de que todos empatizan con el niño y con esa relación paterno filial que se establece entre el niño y el viejo, entre el que se va y el que llega, el que deja la mochila y el que la recoge, el que pierde el oficio y el que lo gana. Ese ciclo de la vida es muy fácilmente comprensible porque todos lo experimentamos. Todos tenemos vivencias de la pérdida, el encuentro, el aprendizaje, el error, el camino errado, el encuentro afortunado, la esperanza, el odio”.

Pero sin duda, el viaje más largo que ha hecho nunca el hombre ha sido alcanzar la luna. Juan Claudio de Ramón, en The Objective, cree que “en el siglo de Auschwitz, Hiroshima y el Gulag, la llegada del hombre a la Luna brilla como un astro inesperado en una noche de dolor, una nota de ilusión y de esperanza metida de modo incongruente en el compás de una lúgubre sinfonía. (…) Hoy seguimos siendo esa especie desencantada y escéptica que ha perdido todas sus ilusiones por el camino y que busca su chute de heroísmo en las películas de superhéroes. La esperanza de descubrir otros mundos se ha trocado por el miedo a no saber si podremos salvar el nuestro.

Todo eso es cierto, y sin embargo… Y, sin embargo, qué difícil es no emocionarse un poco estos días de recuerdo, al mirar el cielo nocturno, buscar la familiar presencia de esa canica blanca, alargar el brazo hasta alojarla en la palma de la mano y pensar que el ingenio humano fue capaz de construirse una escalera para alcanzarla. ¡Fuimos a la Luna, caramba!”.

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